Francisco y Javier

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¿De que hablan, cuando se encuentran, dos hombres santos?. Entre tantas fotos como los periodistas obtienen estos días en la Roma del Sínodo de la Familia, nos ha llamado la atención esta. Él es Francisco, un hombre bueno metido a Papa. Él es Javier, un hombre bueno también dedicado a los demás. Dos hombres ejemplares, dos modelos de conducta y actitud para inspirar nuestras vidas, que eso es ser santo.

La foto tiene menos de una semana. Javier, Superior General de Sagrados Corazones, sale de casa camino del Sínodo. Francisco, hace lo propio, y al salir de la Residencia de Santa Marta se encuentran. Lo siguiente es un breve paseo, sin pompa ni artificios, hablando de no sabemos que, pero si sabemos como, en la única clave que conocen, poniéndose en el lugar de los demás, y dentro de ellos de los que no pueden pasear, ni pueden hablar.

No está siendo fácil el viaje del Papa a través de su pontificado. Un viaje, para muchos católicos, hacia los orígenes. Hacia una actitud de la Iglesia sostenida en la verdad, la entrega, la humildad y el compromiso. Y convertir un gigante dormido como la iglesia, un gigante aquiescente, condescendiente con el poder y cómodo, en un gigante que emplea toda su energía en proteger a los que ya no tienen ni nombre, y reivindicar para ellos la justicia es difícil de digerir. No son pocas las instituciones, intereses y personalidades que se han escudado en la Iglesia para obtener ventaja en la vida. ¿Y quien se va enfrentar a Dios?. Pero la historia cambia, y Francisco se nos ha convertido en el símbolo de un cambio, de una Iglesia menos obediente a lo terrenal, y más comprometida con Dios, que es lo mismo que decir que más comprometida con el mundo. Y la foto significa eso.

Dos hombres con poder, dos hombres influyentes, saliendo de su casa como dos hombres cualesquiera, que es lo que procede. Algo normal, si no fuera porque nunca lo habíamos visto. Y eso es un mensaje.

Pero si Él es importante, él tanto o más. Poco podría hacer Francisco si no fuera por millares de mujeres y hombres anónimos, o casi, que extienden esta forma de entender la vida, por cada esquina de la tierra. Poco a poco, como esa luz del sol, que se levanta despacio sobre el horizonte cada mañana, venciendo a la noche, hasta dibujar el día.

Y visto así, con su traje gris, sus desdibujadas canas y su semblante de niño discreto parece poco. Y leído su apellido (Sagrados Corazones), tampoco parece un héroe moderno, de esos que arrastran masas. En el fondo solo dirige una congregación con dos siglos y medio de vida. Apenas forman sus filas unos pocos miles de religiosos. Seis colegios en España, unas decenas de parroquias y medio centenar de países en misión no parece mucho, comparado con otros institutos eclesiales. Pero las apariencias engañan. Alejados de los círculos de poder vaticanos, los de sagrados son un grupo especial, y en parte gracias al liderazgo de hombre como él, como Javier.

Educados, pausados, discretos, cultos, rebeldes, comprometidos, sencillos y vestidos con un hábito blanco en el que tan solo caben tres palabras, fe, amor y justicia. Casi nada.

He conocido a jóvenes educados en sus colegios. Los típicos niños de colegio privado. Bueno, no, estos son distintos. Me he dado cuenta cuando esta mañana se reunían en plena calle, sin rubor, con Juan Carlos Monedero, y uno de sus curas le abrazaba, recordando ambos que uno (el morado) fue hace tiempo su alumno, y el otro (el blanco), su maestro. Mejor aun, su compañero de aprendizaje. Cuando les veo, cuando les leo, cuando damos un paseo por nuestra pequeña ciudad, me doy cuenta que son distintos. Les educan para ser informales, para fijarse más en el alma que en el cuerpo, para levantar la voz cuando alguien quiere que estén callados, para jugar, para aprender, para dar la mano a cualquiera, para cuestionarse todo, para enredarse en la aventura de cada día y para mirar la vida con otros ojos.

No hace mucho conocí a Javier, un sevillano muy largo, y más aun de corazón. En su perenne sonrisa, en esa actitud permanentemente amable ves un viaje por el mundo y, frecuentemente por el horror. Nació en Sevilla, estudio en un colegio de la orden creció en el voluntariado social, se formó en Paris y ha peleado por la gente en el más mísero corazón de África, hasta la extenuación.

No es solo un alma contemplativa, es un hombre de acción. Nunca pierde el gesto sereno, pero es firme. Nunca toma una actitud violenta, pero es beligerante.

Son dos hombres, a día de hoy, que siguen caminando, en ocasiones por caminos inexplorados, con enemigos emboscados, y con miles de jóvenes siguiendo la senda que van abriendo.

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