¿Podemos educar sin móviles?

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En la actualidad, uno de los grandes debates en el ámbito educativo gira en torno al papel de la tecnología en las aulas. La pregunta que se plantea es directa y polémica: ¿es conveniente y posible enseñar en la escuela sin móviles ni dispositivos digitales? Esta cuestión exige analizar tanto las ventajas como los riesgos que implica la presencia de la tecnología en el aula, así como las alternativas que podrían surgir en caso de limitar o prohibir su uso.

Por un lado, no se puede negar que durante siglos la enseñanza se desarrolló sin apoyo de dispositivos electrónicos. Los libros, la pizarra y la palabra del docente fueron los pilares fundamentales de la transmisión del conocimiento. En aquel contexto, los aprendizajes se producían y se consolidaban, lo que demuestra que la tecnología no es, en esencia, indispensable para aprender. Desde esta perspectiva, podría parecer perfectamente posible enseñar sin recurrir a móviles, tablets u ordenadores, y hay quienes sostienen que prescindir de ellos favorecería la concentración, la interacción cara a cara y el desarrollo de habilidades sociales que en ocasiones se ven limitadas por el uso excesivo de pantallas.

Además, las investigaciones sobre el impacto de los móviles en las aulas señalan ciertos riesgos: la distracción constante, la exposición a contenidos inadecuados, la disminución de la capacidad de atención y, en algunos casos, el aumento de problemas como el ciberacoso. Limitar el uso de dispositivos digitales podría contribuir a crear un espacio de aprendizaje más centrado, tranquilo y humano, donde la relación pedagógica entre docentes y alumnos no se vea mediada por una pantalla. También reforzaría la idea de que la escuela debe ser un espacio diferenciado del ocio digital que los estudiantes ya experimentan fuera del aula.

Sin embargo, la otra cara de la moneda es igualmente poderosa. Vivimos en una sociedad profundamente digitalizada en la que la competencia tecnológica no es opcional, sino esencial para la vida personal, académica y laboral. Excluir los dispositivos digitales del proceso de enseñanza podría significar privar a los estudiantes de un entrenamiento fundamental para desenvolverse en el mundo real. No se trata solo de aprender a utilizar un procesador de texto o una aplicación concreta, sino de adquirir competencias críticas: buscar y filtrar información, evaluar la fiabilidad de las fuentes, proteger la identidad digital, colaborar en entornos virtuales o crear contenidos multimedia. Todas estas destrezas forman parte de lo que se conoce como competencia digital, reconocida por organismos internacionales como una de las competencias clave del siglo XXI.

En este sentido, pretender enseñar sin ningún dispositivo digital en la escuela puede considerarse una medida poco realista y, en cierto modo, regresiva. Sería como si en el pasado se hubiera decidido excluir los libros impresos de las aulas por miedo a que distrajeran a los estudiantes. La tecnología no es neutra: puede ser una fuente de distracción, pero también una herramienta poderosa de aprendizaje si se utiliza con un propósito pedagógico claro. El desafío, por tanto, no consiste en decidir si deben estar presentes o no, sino en cómo utilizarlos de forma responsable, equilibrada y pedagógicamente significativa.

Otra cuestión a tener en cuenta es la equidad educativa. No todos los estudiantes tienen las mismas oportunidades de acceso a dispositivos digitales en sus hogares. La escuela, en este sentido, puede convertirse en el espacio que compensa esas desigualdades, ofreciendo a todos la posibilidad de aprender a manejar herramientas digitales de forma crítica y creativa. Si se eliminan de la escuela, se corre el riesgo de ampliar la brecha digital entre quienes tienen acceso y apoyo tecnológico en casa y quienes no lo tienen.

Ahora bien, tampoco se puede caer en el extremo contrario: una escuela totalmente digitalizada en la que los móviles y dispositivos sustituyan la relación humana, la lectura profunda o la escritura manual. La clave parece estar en el equilibrio. Los dispositivos digitales deben ser un medio al servicio de la enseñanza y no un fin en sí mismos. Se deben establecer normas claras de uso, diseñar actividades que promuevan un aprendizaje activo y crítico, y enseñar al alumnado a gestionar su tiempo y atención en un entorno digital.

En definitiva, es posible enseñar sin móviles ni dispositivos digitales, porque la educación existió antes que ellos y siempre encontrará caminos alternativos. Sin embargo, no resulta conveniente ni deseable excluirlos por completo en la escuela de hoy, ya que su presencia forma parte de la vida cotidiana y profesional del alumnado. Lo que realmente importa es la forma en que se integran: con criterios pedagógicos claros, con un acompañamiento docente responsable y con una mirada ética y crítica hacia la tecnología. La escuela no debe renunciar a su papel de guía en la alfabetización digital, pues preparar a los estudiantes para un mundo sin dispositivos sería prepararlos para un mundo que ya no existe.

Fuentes: edutech, argentinos por la educación, El País, UNESCO

Imagen El País

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