En el mapa del cine mundial, pocos nombres resuenan con tanta fuerza como el de Jafar Panahi (Teherán, 1960). Cineasta, narrador social y símbolo de resistencia cultural, Panahi ha convertido cada película en un desafío al poder, cada plano en un acto de libertad. Su historia no es solo la de un creador de prestigio internacional, sino también la de un hombre que lucha por filmar en un país donde filmar libremente puede costar la libertad.
El cine de Panahi se caracteriza por un naturalismo que roza lo documental. Sus protagonistas suelen ser mujeres, jóvenes, minorías étnicas o personas en los márgenes de la sociedad iraní. En El círculo (2000), retrata el círculo vicioso de discriminación contra las mujeres; en Offside (2006), denuncia con humor y crudeza la prohibición de que las mujeres entren a los estadios de fútbol. Sus películas, sin caer en panfletos, logran transmitir la compleja realidad social a través de gestos, silencios y rutinas cotidianas.
Otra de sus marcas es el híbrido entre documental y ficción. Taxi Teherán (2015), ganadora del Oso de Oro en Berlín, lo muestra a él mismo al volante de un taxi, conversando con pasajeros que mezclan lo real con lo interpretado. Esa ambigüedad narrativa permite a Panahi escapar, al menos en parte, de la censura, y a la vez interrogar los límites del cine como herramienta de verdad.
En un país donde la cámara está vigilada, su estilo se convierte en metáfora: filmar lo prohibido, sugerir lo indecible, mostrar lo que otros prefieren ocultar.
Desde 2010, Panahi vive bajo la sombra de la represión. Aquel año fue arrestado y condenado a seis años de prisión y veinte de inhabilitación para rodar, escribir guiones, conceder entrevistas o salir de Irán. El delito: “propaganda contra el sistema”. Desde entonces, su carrera se ha convertido en una lucha constante entre la creatividad y la censura.
Pero Panahi ha demostrado que la prohibición no detiene al cine. En 2011 sorprendió al mundo con This Is Not a Film, rodada parcialmente en su apartamento y sacada del país en un pendrive oculto dentro de una tarta. La ironía del título era clara: si él no podía filmar, entonces aquello no era cine. Sin embargo, el resultado fue una de las obras más poderosas de la década, un diario íntimo de confinamiento convertido en denuncia internacional.
En 2022, volvió a ser encarcelado tras solidarizarse con otros colegas cineastas. Realizó huelga de hambre y solo fue liberado meses después bajo presión internacional. La persecución, lejos de silenciarlo, reforzó su condición de símbolo global de la libertad de expresión.
La lista de premios de Panahi es extensa: León de Oro en Venecia por El círculo (2000), Oso de Plata en Berlín por Offside (2006), Oso de Oro por Taxi Teherán (2015), premio al mejor guion en Cannes por 3 Faces (2018). En 2025 alcanzó la cima al recibir la Palma de Oro en Cannes por It Was Just an Accident, completando así la hazaña de haber sido galardonado en los tres festivales más prestigiosos del mundo.
Cada reconocimiento internacional es, a la vez, celebración artística y recordatorio político. Mientras sus películas se aplauden en Europa o América, en su propio país muchas de ellas siguen prohibidas. La paradoja revela la grieta entre el prestigio mundial del cine iraní y la represión interna que lo limita.
Más allá de los premios, Panahi representa algo más profundo: la capacidad del arte para resistir al poder. Sus películas, rodadas con equipos mínimos, a menudo en secreto y con recursos limitados, prueban que el cine no necesita grandes presupuestos para ser subversivo. En cada obra late la convicción de que contar historias es un derecho, y de que filmar en condiciones adversas puede convertirse en un acto político de primer orden.
Sin embargo, esta misma condición plantea interrogantes: ¿hasta qué punto los aplausos internacionales protegen a Panahi de represalias o, al contrario, lo exponen más al régimen? ¿Qué impacto tienen sus películas dentro de Irán, donde gran parte del público solo accede a ellas mediante copias clandestinas? La crítica cultural tiene el deber de reconocer tanto el valor artístico como la fragilidad de su situación.
Jafar Panahi es mucho más que un cineasta reconocido: es un ejemplo de cómo el arte puede sobrevivir al autoritarismo. Su obra demuestra que, incluso bajo censura, la cámara puede iluminar rincones prohibidos, dar voz a los invisibles y desafiar la narrativa oficial.
En un tiempo en que la libertad creativa se erosiona en muchos lugares del mundo, Panahi nos recuerda que el cine, cuando se filma bajo riesgo, deja de ser entretenimiento para convertirse en resistencia. Y que cada premio que recibe no solo celebra su talento, sino que denuncia, con la fuerza de la cultura, las cadenas que intentan silenciarlo.
Fuentes
- Reuters, “It Was Just an Accident by Iran’s Jafar Panahi wins Cannes’ top prize” (2025).
- The Guardian, “Iranian director Jafar Panahi wins Palme d’Or at Cannes for It Was Just an Accident” (2025).
- Mimeta, “Iranian Filmmakers Face Strict Censorship Challenges” (2025).
- Mondo Internazionale, “Il cinema come atto di resistenza: Jafar Panahi”.
- Wikipedia, entradas de Jafar Panahi, Taxi (2015 film), This Is Not a Film y 3 Faces.
Imagen Onda Vasca