László Krasznahorkai, el autor húngaro galardonado con el Premio Nobel de Literatura 2025, se perfila como una voz única del siglo XXI, difícil de clasificar, intensa, apocalíptica, obsesionada con los bordes de lo humano. Su estilo narrativo, su obra, sus obsesiones, trazan un aire de tragedia lenta, amor difícil por la belleza y por las ruinas. Aquí va un relato narrativo de unos 700 palabras que intenta capturar su estilo, su obra, sus fuentes.
Desde su Hungría natal, entre las cenizas de imperios desmoronados, Krasznahorkai construyó un reino de desesperación persistente, una zona liminal en la que el paisaje externo —aldeas que se descomponen, granjas colectivas abandonadas, poblaciones al borde de lo real— parece reflejar el paisaje interno de sus personajes: almas exhaustas, vacilantes entre la espera interminable y la revelación abrasiva de lo absurdo. Su obra no se atiene a la trama convencional: más bien, son olas narrativas que se propagan, se interrumpen, se doblan sobre sí mismas, retornan al punto de partida, como un rito circular donde los seres humanos parecen condenados a repetir fallas, esperas, angustias.
El estilo de Krasznahorkai es famoso por sus frases largas y sinuosas, donde la puntuación apenas disuelve el aliento del narrador. Sus oraciones fluyen, se enroscan, se expanden hasta límites en que uno ya no distingue con facilidad dónde termina la escena y comienza la reflexión. Esa prosa de cocción lenta, como si cada palabra se dorase al fuego de la conciencia, exige al lector una paciencia infrecuente. Pero esa paciencia se recompensa con atmósferas de opresión y extrañeza, con cierta belleza rara en lo grotesco, en lo perturbador. En esos pasajes densos, lo cotidiano se carga de presagios, de terror latente, de violencia soterrada.
Su obra está marcada por el apocalíptico —no necesariamente como destrucción literal, sino como colapso moral, existencial, del lenguaje, del espacio psíquico. En Tango satánico (1985), la granja colectiva decadente se mueve hacia la nada, como un escenario arruinado que se resiste a desaparecer. En La melancolía de la resistencia, la llegada de lo extraño —un circo fantasmal, la ballena muerta— irrumpen en la vida normal, desencadenan caos, violencia. En Guerra y guerra, en su viaje imposible de Budapest a Nueva York, algo se rompe: la ciudad, la memoria, el tiempo. Y El barón Wenckheim vuelve a casa reinterpreta lo grotesco, lo comunitario, el fracaso de los ideales y el miedo al retorno.
Pero no todo es desesperanza sin salida. En la hondura de lo apocalíptico, Krasznahorkai insiste en que el arte importa; que la literatura, pese a su peso, tiene la fuerza de reafirmar algo vital —una chispa de belleza, un momento de contemplación, una conciencia del desastre antes de que éste se vuelva total. Esa tensión entre la desolación y la revelación, entre la ruina y el acto creador, es el corazón de su visión literaria. Y esa tensión, aun si no lleva a la esperanza fácil, permite el asombro, la reflexión, la resistencia.
Uno de los rasgos más llamativos de su estilo es la influencia de las tradiciones orientales, especialmente por sus viajes a países como China y Japón. En obras como Una montaña al norte, un lago al sur, caminos al oeste, un río al este o Seiobo There Below, Krasznahorkai introduce un tono más contemplativo, meditativo, casi mistérico. Allí la belleza ya no irrumpe con estrépito, sino que se filtra, se insinúa. La impermanencia, la ceguera del mundo, los silencios entre los sonidos, el borde entre la presencia y la ausencia: todo eso encuentra un sitio. Lo oriental no le aleja de lo grotesco, sino que le da un contrapunto, un eco que expande la resonancia de sus imágenes.
Otra característica esencial es la intersección con el cine, especialmente mediante su colaboración con el cineasta Béla Tarr. Películas como Satantango y Las armonías de Werckmeister adaptan esa narrativa larga, contemplativa, esa acumulación de espacios vacíos y de tiempo detenido, esa atmósfera cargada de putrefacción moral, de espera climática. En el cine de Tarr, las escenas parecen prolongaciones físicas de los pasajes de Krasznahorkai: la lentitud se convierte en peso, en presencia del aire, del silencio, de la descomposición.
Temáticamente, Krasznahorkai explora lo marginal —personajes al borde, comunidades empobrecidas, vida rota—; lo político, en los residuos del comunismo, de los fracasos colectivos; lo metafísico: el terror apocalíptico no es solo social, es interior, es la pregunta sobre qué hacer con el dolor, con la nada, con el mundo cuando las estructuras que lo sostienen —la memoria, la tradición, la colectividad, la fe— han sido erosionadas.
Su obra, exigente, muchas veces poco complaciente, habla a quienes aceptan perderse en la frase, en la digresión, en el asombro incómodo. En un mundo de gratificaciones instantáneas, Krasznahorkai nos obliga a frenar, a aguardar, a mirar las grietas, a escuchar el murmullo de lo que no se ve. Y es quizás en esa espera, en ese borde, donde late el milagro de su literatura: una literatura que no promete consuelo sino claridad, no evasión sino confrontación; que mantiene, pese al terror —apocalíptico, moral, existencial— la capacidad de elevar el alma, de ofrecer belleza, de recordar que el arte puede ser refugio y arma al mismo tiempo.
Fuentes:
- Swedish Academy, anuncio del Premio Nobel de Literatura 2025. ElHuffPost+3EFE Noticias+3Reuters+3
- “El húngaro László Krasznahorkai, el escritor del apocalipsis…” — El Confidencial. LOS40+1
- “László Krasznahorkai gana el Premio Nobel de Literatura 2025…” — El País. elpais.com
- Perfil de László Krasznahorkai — Wikipedia. en.wikipedia.org
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