Aulas disruptivas

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Las aulas españolas se han convertido en un termómetro del malestar social. Lo que ocurre entre sus paredes ya no es solo un problema pedagógico: es un reflejo de una sociedad que ha dejado de valorar la autoridad, la convivencia y el esfuerzo. Los datos lo confirman: España supera con creces la media de la OCDE en número de alumnos disruptivos y en tiempo perdido intentando mantener el orden. Cada minuto que un docente dedica a pedir silencio es un minuto que el sistema le roba al aprendizaje.

Los informes TALIS y PISA lo repiten cada año: los profesores españoles dedican entre el 20 % y el 30 % del tiempo lectivo a controlar la conducta de los alumnos. Y no porque les falte vocación, sino porque el sistema los ha dejado solos.
Las administraciones educativas, tanto autonómicas como estatales, han respondido a esta crisis con más burocracia y menos apoyo. Se exige al profesorado una paciencia infinita, una gestión emocional impecable y resultados académicos de excelencia… pero sin darles ni los medios ni la formación ni la autoridad necesaria.

Faltan orientadores, mediadores, psicólogos escolares y programas reales de convivencia. Las ratios siguen siendo altas, especialmente en centros públicos con alumnado vulnerable, donde un solo docente debe atender a más de 25 adolescentes con perfiles, ritmos y contextos completamente distintos. El resultado es previsible: frustración, agotamiento y pérdida de control.

Las leyes educativas cambian cada pocos años, pero ninguna ha afrontado el problema de fondo: la falta de disciplina no se resuelve con normativas, sino con recursos humanos, con acompañamiento y con coherencia institucional. Se han confundido los derechos con el consentimiento absoluto. Los profesores no son terapeutas ni policías: son educadores, y necesitan respaldo para poder ejercer esa función con dignidad.

Pero la otra cara del problema está fuera de la escuela. La falta de límites comienza en casa. Muchos padres delegan en el sistema educativo tareas que les corresponden: enseñar respeto, responsabilidad y esfuerzo. Los docentes lo saben bien: cada vez más conflictos surgen de familias que justifican cualquier comportamiento de sus hijos y cuestionan sistemáticamente la autoridad del profesorado.

El resultado es devastador. El mensaje implícito que reciben los jóvenes es claro: si el adulto no merece respeto, la norma tampoco. Cuando un profesor llama la atención, muchos alumnos lo viven como una ofensa personal, no como una corrección educativa. Y detrás, unos padres que exigen explicaciones o amenazan con denuncias antes de preguntar qué ha pasado realmente.

Esta erosión del respeto se traduce en una epidemia de indisciplina que no se limita a las zonas desfavorecidas: se extiende por todo tipo de centros. Gritos, interrupciones, desinterés generalizado y, en los casos más graves, insultos o agresiones verbales. No se trata de anécdotas aisladas, sino de un patrón que revela el deterioro del vínculo entre familia y escuela.

El coste humano de esta situación es enorme. Los informes sobre estrés laboral y burnout docente muestran cifras alarmantes: hasta un 70 % de los profesores manifiesta síntomas de ansiedad, insomnio o agotamiento emocional. Muchos jóvenes maestros abandonan la profesión en los primeros años, desbordados por la presión y la falta de apoyo.
El aula, que debería ser un espacio de crecimiento, se ha convertido para muchos en un lugar de supervivencia.

Sin embargo, las administraciones insisten en evaluar resultados académicos mientras ignoran la salud mental de quienes sostienen el sistema. Sin un profesorado motivado y protegido, no hay reforma educativa que funcione. No se trata de ofrecer charlas sobre resiliencia o talleres de mindfulness: se trata de reducir burocracia, garantizar apoyos, y devolver a los docentes la autoridad y el respeto que merecen.

La solución pasa por una triple responsabilidad.
Primero, las administraciones deben invertir en lo esencial: más personal de apoyo, ratios más bajas, protocolos eficaces frente a la violencia y formación real en convivencia y gestión emocional.
Segundo, las familias deben volver a educar en casa, asumir su papel moral y entender que la escuela no puede ser el único espacio de aprendizaje.
Y tercero, la sociedad debe dejar de culpabilizar al profesorado y empezar a escuchar lo que llevan años denunciando: que sin respeto no hay educación, y sin educación no hay futuro.

Fuentes

  • OCDE, Teaching and Learning International Survey (TALIS) 2024: Informe sobre clima escolar y gestión de aula.
  • OCDE, PISA 2022: Datos sobre disciplina y tiempo de enseñanza efectivo.
  • ThinkSpain, “Spanish teachers enjoy their jobs but demand more training on classroom discipline”, 2024.
  • El País Educación, “El estrés docente alcanza niveles récord en España”, marzo 2025.
  • JOTSE Journal, “Estrés, agotamiento y salud mental en el profesorado español”, 2023.
  • Sur in English, “Tres de cada cuatro docentes culpan a las redes sociales y a la falta de autoridad familiar”, junio 2025.

Imagen revista Eroski

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