Diálogos sobre el clima

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Desde que el mundo comenzó a escuchar con urgencia el latido de un planeta que cambia, las COP —las Conferencias de las Partes— se han convertido en uno de los escenarios más relevantes para articular la acción climática global. ¿Qué significan esas siglas? Son las reuniones periódicas de los países firmantes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), un mecanismo internacional que busca coordinar esfuerzos para mitigar el calentamiento global y adaptarse a sus impactos.

La historia de las COP comienza en la década de los noventa. En 1992, durante la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro, nació la CMNUCC, y pocos años después, en 1995, tuvo lugar la primera COP. Desde entonces, salvo excepciones —como en 2020 por la pandemia— los países se reúnen cada año para negociar ambiciosos compromisos, revisar sus planes nacionales y movilizar financiación para combatir el cambio climático.

Pero ¿qué defienden estas cumbres? En esencia, las COP son plataformas diplomáticas que reúnen a gobiernos, organizaciones civiles, científicos y líderes locales para consensuar una acción colectiva. Su objetivo central es mantener el aumento de la temperatura por debajo de los 1,5 °C o, al menos, muy por debajo de 2 °C respecto a niveles preindustriales, conforme al Acuerdo de París. También presionan para un uso más justo y ambicioso de los recursos, para generar financiación climática (tanto para mitigación como adaptación), y para proteger y restaurar ecosistemas críticos como bosques tropicales. Además, promueven la transición energética, la justicia climática, y el multilateralismo como medio para enfrentar una crisis que no conoce fronteras.

A lo largo de las décadas, las COP han tenido logros notables. Han permitido articular el Protocolo de Kioto, han sentado las bases del Acuerdo de París, y han movilizado cientos de miles de millones de dólares para proyectos de energía limpia, adaptación y compensación de emisiones. Los países han presentado sus planes nacionales de acción climática (NDC, por sus siglas en inglés) y han actualizado sus compromisos según evoluciona la ciencia y las urgencias globales.

Sin embargo, las COP también han sido escenarios de fuertes tensiones: entre países desarrollados y en desarrollo, entre quienes quieren descarbonizar rápido y quienes dependen económicamente de los combustibles fósiles, o entre los intereses económicos y las demandas de justicia ambiental.

En este contexto simbólico y real ha tenido lugar la COP 30, celebrada en Belém, Brasil, del 6 al 21 de noviembre de 2025. Elegir Brasil, y más concretamente la Amazonía, como sede ha sido una declaración de intenciones: traer la discusión climática al corazón de uno de los ecosistemas más frágiles y esenciales del planeta.

Durante la COP30 se renovó el llamado a intensificar la ambición climática. El secretario general de la ONU insistió en que esta conferencia marque “el inicio de una década de aceleración y resultados”. Brasil, por su parte, presentó varias propuestas, entre ellas una hoja de ruta para frenar la deforestación y otra para transicionar lejos de los fósiles, aunque estas no se incluyeron formalmente en el texto final.

Uno de los puntos más polémicos ha sido, justamente, la ausencia de un compromiso explícito sobre combustibles fósiles en el acuerdo final. A pesar de los llamamientos de varios países y de la ambición de sectores como el brasileño, el documento aprobado no menciona directamente la eliminación del carbón, petróleo o gas. Esta omisión ha sido interpretada por muchos como un retroceso frente a la urgencia climática.

En términos financieros, la COP30 sí ha logrado avances: los países se han comprometido a movilizar 1,3 billones de dólares al año para 2035, con un fuerte impulso a la financiación tanto para adaptación como para “pérdidas y daños”. Además, se aprobó un mecanismo innovador para proteger bosques tropicales: el Tropical Forests Forever Facility (TFFF), que pretende dotar de recursos financieros a comunidades indígenas y locales para preservar sus territorios.

A nivel simbólico, también hubo un refuerzo del multilateralismo y un compromiso con el Acuerdo de París, insistiendo en la colaboración internacional como única vía para enfrentar la crisis climática. Sin embargo, el acuerdo ha sido calificado como un “mínimo común denominador”: se avanzó en algunos frentes, pero las metas más ambiciosas, especialmente en cuanto a la transición energética, quedaron diluidas.

En conclusión, la COP30 en Brasil ha sido una cumbre de contrastes. Ha puesto en el centro la Amazonía, ha dado pasos concretos para financiar la adaptación y la conservación, y ha reconocido la urgencia climática con nuevas estructuras financieras. Pero, al mismo tiempo, ha fracasado en abordar de forma decidida los combustibles fósiles. Ha sido un acuerdo de mínimos, fruto de la desigualdad de intereses, donde la diplomacia ganó terreno sobre la ambición ecológica.

Este balance deja una lectura clara para el mundo: aunque es urgente actuar y hay herramientas para ello, la renuencia de algunos actores clave amenaza con diluir la fuerza del mensaje. La COP30 cierra con promesas, sí, pero sin la hoja de ruta clara y vinculante que muchos esperaban para garantizar una transición energética justa y acelerada. El verdadero reto, ahora, será transformar esas promesas en acciones en los próximos años.

Fuentes:

  • Naciones Unidas – COP30 Brasil: estructura y objetivos. COP30 Brasil+1
  • Agencia SINC: “COP30 de Brasil: una cumbre incierta pero imprescindible” Agencia Sinc
  • Forética: “10 conclusiones sobre tensiones, avances y una década decisiva” en la COP30. Forética
  • EFE / medios: análisis del acuerdo de mínimos en la COP30. EFE Noticias
  • RSE / Compromiso RSE: informe sobre financiamiento climático y transición energética. Compromisorse
  • RTVE: documento final de la COP30 sin mención a los combustibles fósiles. RTVE

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