Ana, una joven de 28 años de Kiev, decidió convertirse en gestante para una pareja extranjera. El contrato firmado le garantizaba una compensación económica que superaba lo que ganaría en varios años de trabajo. Durante nueve meses cumplió con estrictas cláusulas: dieta controlada, visitas médicas semanales, prohibición de ciertas actividades. Al dar a luz, apenas pudo ver al bebé unos minutos antes de que se lo entregaran a los padres contratantes. Su historia no es aislada: es una muestra de cómo funciona la maternidad subrogada en muchos países donde se permite de manera comercial.
La maternidad subrogada, también llamada gestación por sustitución, consiste en que una mujer gesta un bebé para que, una vez nacido, sea criado por otras personas. Puede realizarse con óvulos de la propia gestante (subrogación tradicional) o mediante embriones creados con óvulos y esperma de los futuros padres o donantes (subrogación gestacional). La práctica puede ser altruista o comercial, pero es esta última la que suscita mayor polémica.
En España, la Ley de Técnicas de Reproducción Asistida (2006) declara nulos los contratos de gestación por sustitución. Sin embargo, muchas parejas viajan a países donde sí es legal —como Estados Unidos, Ucrania, Rusia o Georgia— para cumplir su deseo de tener hijos. Posteriormente, buscan el reconocimiento legal del menor en España, lo que genera tensiones jurídicas y sociales.
En estos países, proliferan las agencias que gestionan todo el proceso como si se tratara de un servicio más: desde la selección de la gestante hasta la firma del contrato y la entrega del recién nacido. El lenguaje empresarial invade un ámbito profundamente humano.
Los colectivos feministas han sido especialmente críticos. Denuncian que la maternidad subrogada convierte el cuerpo femenino en un objeto de compraventa y al bebé en una mercancía. Aunque se hable de “libertad de elección”, recuerdan que en la mayoría de los casos las gestantes proceden de entornos vulnerables. No es casualidad que los países donde más se practica de manera comercial sean aquellos con fuertes desigualdades económicas.
“Es una nueva forma de explotación reproductiva: mujeres pobres gestando para parejas ricas”, ha señalado en varias ocasiones la filósofa feminista Amelia Valcárcel. Para muchas feministas, más que solidaridad, lo que se esconde es un negocio que aprovecha la necesidad económica de mujeres sin alternativas.
Los defensores suelen argumentar que cada mujer debería ser libre de decidir qué hacer con su cuerpo. Pero, ¿puede hablarse de libertad cuando detrás hay contratos que estipulan qué comer, cómo vivir e incluso qué emociones mostrar durante el embarazo? ¿Es libertad o es coacción encubierta por la necesidad?
El problema de fondo es que la lógica del mercado convierte la gestación en un servicio más, con cláusulas que controlan hasta el último detalle de la vida de la gestante. La supuesta libertad se desdibuja en un contexto de desigualdad estructural: mujeres ricas que compran lo que mujeres pobres necesitan vender.
El debate no solo concierne a las mujeres gestantes. El Comité de Derechos del Niño de la ONU ha advertido del riesgo de trata y comercialización de bebés en los procesos de maternidad subrogada internacional. Cuando el nacimiento de un niño está mediado por contratos y pagos, surge una pregunta incómoda: ¿qué lugar ocupan sus derechos frente al deseo de los adultos de ser padres?
La maternidad subrogada no es solo un fenómeno aislado de familias desesperadas por tener hijos. Es una industria global que mueve cientos de millones de euros al año. Agencias, clínicas y abogados participan en un entramado donde la vulnerabilidad de las mujeres se convierte en recurso. Bajo el barniz de historias emotivas, lo que existe es un negocio en expansión que se aprovecha de los vacíos legales y de la creciente demanda internacional.
En el fondo, la maternidad subrogada enfrenta dos visiones del mundo. Por un lado, quienes consideran que el deseo de ser padres justifica recurrir a cualquier medio, regulado y controlado. Por otro, quienes recuerdan que no todo deseo puede transformarse en derecho, y menos aún cuando implica la cosificación del cuerpo femenino y la posible vulneración de los derechos de los menores.
Ana, la joven ucraniana, consiguió pagar deudas y ayudar a su familia gracias a aquel embarazo. Pero todavía hoy confiesa que le pesa haber entregado un hijo que sintió suyo durante nueve meses. Su testimonio resume la contradicción de la maternidad subrogada: entre la necesidad y el deseo, entre la ilusión de unos padres y la renuncia de una mujer.
El debate seguirá dividiendo opiniones, pero lo que no se puede ignorar es que detrás de cada contrato hay cuerpos, historias y desigualdades. Convertir la capacidad reproductiva en un mercado no es neutral: es una decisión política, social y ética que marcará el tipo de sociedad que queremos construir.
Fuentes
- Ley 14/2006 sobre Técnicas de Reproducción Humana Asistida (España).
- Red Estatal contra el Alquiler de Vientres. Informes y comunicados.
- Comité de Derechos del Niño de la ONU (2019). Observaciones sobre la gestación por sustitución.
- El País (2023). “La gestación subrogada reabre el debate político y social en España”.
- Valcárcel, A. (2020). Conferencia en la Universidad de Oviedo sobre feminismo y biopolítica.