La rebelión de Boudica

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En los incios de nuestra era, Roma se habia empecinado en la conquista de Gran Bretaña, en busca de riquezas y esclavos y para detener los ataques celtas a la Galia. Pero en esa empresa chocaron con una figura legendaria entre los pueblos celtas: Boudica, reina de los icenos. Alta, de mirada feroz y cabello rojizo que caía hasta la cintura, Boudica no solo fue una reina, sino símbolo viviente de la resistencia contra la ocupación romana.

Boudica era la esposa del rey Prasutago, monarca de los icenos, una tribu celta del este de Britania. Durante su reinado, Prasutago mantuvo una frágil alianza con Roma. Como otros líderes locales, conservó su autonomía a cambio de tributos y cooperación. Temiendo por el futuro de su reino tras su muerte, Prasutago escribió en su testamento que Roma y sus hijas compartirían la herencia. Pero Roma no respetaba testamentos de pueblos sometidos. A su muerte, en el año 60 d.C., el Imperio anexó sus tierras como si fueran territorio conquistado. Los romanos saquearon las posesiones reales, humillaron a los nobles icenos y cometieron una brutal afrenta: Boudica fue azotada públicamente y sus dos hijas violadas por soldados romanos.

Esta afrenta encendió la furia de Boudica. No solo por la injusticia personal, sino por el abuso que los romanos ejercían sobre todos los pueblos británicos. Con fuego en el corazón y las palabras de los druidas en los labios, Boudica reunió a las tribus del este: icenos, trinovantes y otros descontentos. A su paso, no dejaba indiferentes: su carisma, su determinación y su odio hacia Roma encendieron el ánimo de miles. Pronto, comandaba un ejército de más de 100,000 celtas.

La revuelta comenzó con una furia nunca antes vista. Su primer objetivo fue Camulodunum (actual Colchester), colonia romana y símbolo del poder imperial. La ciudad fue arrasada sin piedad; los romanos que no lograron huir fueron asesinados. Luego cayó Londinium (Londres), joven ciudad que el gobernador romano Cayo Suetonio Paulino decidió abandonar por imposible de defender. Boudica la arrasó hasta los cimientos. Verulamium (actual St. Albans) fue el siguiente blanco. En total, las crónicas romanas afirman que más de 70,000 personas murieron en estas tres ciudades, aunque los números pueden haber sido exagerados.

Pero la victoria celta no duraría. Suetonio Paulino, duro y experimentado militar, reunió las fuerzas dispersas de Roma. Aunque numéricamente inferiores, sus tropas eran disciplinadas, bien armadas y conocían la táctica. En una ubicación aún discutida (probablemente en algún lugar entre Londres y el centro de Inglaterra), el ejército romano enfrentó al de Boudica. El terreno elegido por Suetonio, angosto y flanqueado por bosques, neutralizó la superioridad numérica celta.

La batalla fue una masacre. Los celtas, sin una estrategia coherente y cargados de civiles en la retaguardia, fueron embotellados y aniquilados. Miles murieron. Boudica logró escapar, pero la derrota era definitiva. Según el historiador Tácito, la reina eligió envenenarse antes que ser capturada y humillada por los romanos. Dión Casio ofrece otra versión, menos detallada, pero también habla de su muerte tras la derrota.

Boudica no vivió para ver el fin del dominio romano en Britania, pero su leyenda sobrevivió los siglos. Para los británicos posteriores, especialmente durante la época victoriana, se convirtió en un símbolo de libertad, dignidad nacional y resistencia ante la opresión extranjera.

Fuentes consultadas:

  • Tácito, Anales y Agrícola
  • Dión Casio, Historia romana
  • Cunliffe, Barry. The Ancient Celts. Oxford University Press, 1997.
  • Hingley, Richard & Unwin, Christina. Boudica: Iron Age Warrior Queen. Hambledon and London, 2005.

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