Trenes en via muerta

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Era lunes. Como cada mañana, Laura llegó puntual a la estación de cercanías de Sabadell. Con el termo de café aún humeante en la mano, se disponía a iniciar otro viaje rutinario hacia su trabajo en Barcelona. Pero lo que debería haber sido un trayecto de apenas 40 minutos se convirtió, una vez más, en una odisea inexplicable, marcada por retrasos, silencio informativo y un desamparo cada vez más frecuente.

A las 7:15, el tren apareció por fin en el andén. Viejo, ruidoso, con luces parpadeantes y un olor a freno quemado que ya no sorprendía a nadie. Apenas diez minutos después de partir, a la altura de Cerdanyola, el convoy se detuvo de golpe. Silencio. No hubo mensajes por megafonía, ningún revisor, ninguna explicación. Los pasajeros, acostumbrados al caos, empezaron a intercambiar miradas resignadas. Pasaron los minutos. Luego una hora. Finalmente, una voz metálica anunció una “incidencia en la catenaria”. No era la primera vez. Tampoco sería la última.

En los últimos años, el sistema ferroviario español, especialmente en Catalunya y otras regiones periféricas, ha degenerado en una cadena de improvisaciones y excusas. Las catenarias —esas líneas aéreas que alimentan los trenes eléctricos— fallan con frecuencia alarmante. En algunos tramos de Rodalies, su mantenimiento parece más una cuestión de azar que de planificación. A estos fallos se suman averías mecánicas, trenes obsoletos y estaciones que apenas han cambiado desde los años 80. Y lo peor: los pasajeros, como Laura, lo viven con una mezcla de rabia y resignación.

El pasado abril, cientos de pasajeros quedaron atrapados en convoyes sin luz ni aire acondicionado durante más de dos horas. En algunos casos, fueron obligados a caminar por las vías, bajo el sol, escoltados por agentes, sin más opción que seguir adelante. Otros tantos quedaron abandonados en estaciones intermedias sin transporte alternativo ni información fiable. Las imágenes se repitieron en medios y redes sociales, pero la respuesta institucional fue tan vaga como de costumbre: “incidencias técnicas”, “problemas puntuales”, “se está trabajando para resolverlo”.

La falta de inversión en la red de cercanías es una herida abierta. Mientras se anuncian presupuestos millonarios para líneas de alta velocidad que apenas usan unos pocos, los trenes que mueven diariamente a millones de ciudadanos están al borde del colapso. Rodalies, gestionado por Renfe pero con infraestructuras a cargo de Adif, sufre una doble capa de ineficiencia y descoordinación. El resultado: más de 10000 incidencias anuales, según informes oficiales, y un nivel de fiabilidad que parece propio de otro siglo.

Y mientras tanto, la vida sigue. Laura llegó a su trabajo con dos horas de retraso, empapada por la caminata forzada bajo una tormenta imprevista. Su jefe no aceptó la excusa: “Otra vez el tren, ¿eh?”. El castigo, velado pero claro, fue una jornada extra el sábado. Como ella, miles de personas han perdido entrevistas, citas médicas, clases, trabajos. Pero más allá del impacto económico, lo más lacerante es el sentimiento de abandono: un país que presume de modernidad, pero que deja tirados a sus ciudadanos, literalmente, en medio de la nada.

Cada retraso es un síntoma. Cada apagón, una señal de una infraestructura olvidada. Y cada pasajero que desciende resignado de un tren parado es la prueba viva de que el sistema ferroviario español, en muchos aspectos, ha descarrilado hace tiempo.


Fuentes:

  • Ministerio de Transportes y Movilidad Sostenible (informes sobre incidencias en Rodalies).
  • Renfe y Adif (comunicados oficiales).
  • “Rodalies, un sistema al borde del colapso” – La Vanguardia, marzo 2025.
  • “Pasajeros abandonados en trenes sin luz ni aire” – El País, abril 2025.

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