Vergüenza ajena

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Hay que reconocer que llevamos una racha infame. Eso que el refranero español resume en un lacónico “te ha mirado un tuerto”. A nuestra bajada fulgurante en el escalafón europeo y a nuestras vergüenzas económicas, hemos de sumar ahora el bochornoso espectáculo que los dirigentes del país, a todos los niveles y cargos, nos ofrecen, día sí, día también. Ya hemos perdido algunos la esperanza de que la política sea un arte, y menos aún un referente ético y ciudadano, pero si al menos sus actuaciones fueran neutras, ya no negativas, sería un logro. Tras un largo periodo de adaptación al hecho de que estamos rodeados de mangantes, ahora debemos adaptarnos a un salto cualitativo, el de la mala educación.

Tuvo el último ejemplo lugar el aciago día del 12 de octubre, en buena hora nombrado fiesta nacional. Un día que se ha convertido en lo que a una familia es la comida de navidad, ocasión propicia para que toda la familia se reúna, y discuta.

En este caso lo de toda la familia se nos ha quedado corto. Empezó la cosa con el desaire de Biden que ha decidido cambiar la hispanidad por el día de los indígenas, esos que sus ancestros masacraron, obviando las raíces de muchos de los votantes que en las últimas y agónicas elecciones le llevaron a la Casa Blanca. Tras ello, media Hispanoamérica ha tomado el día a modo de revancha, reivindicación o venganza, no se sabe. Porque como todo el mundo conoce, los que roban a los indígenas, les marginan y saquean sus países no son las corporaciones americanas ni las élites ilustradas del nuevo mundo, si no los habitantes de Extremadura (por aquello de Trujillo, Cortes …).

La cosa siguió con un grupo de energúmenos raqueros que se dedicaron a abuchear al jefe del gobierno democrático del país, por muy inútil que sea, faltando gravemente al respeto a la memoria de conciudadanos nuestros muertos en el cumplimiento de su trabajo, en muchos casos jugarse la vida por la paz, y en otros porque algún listo/a les mando a morir a no sé dónde. Luego ha venido el efecto de distracción de que, si eran del PP y movilizados por Nuevas Generaciones, o de si eran sufridores de la mala gestión del gobierno. Me da igual, todo tiene sus límites, y el respeto a la memoria de los muertos y a nuestros símbolos colectivos es uno de ellos.

Pero como no hay dos sin tres, el mal rollo no quedó ahí. Que, en un acto protocolario de tanta envergadura, retransmitido a medio mundo, el alcalde de la capital y el presidente del gobierno, se enzarcen en una discusión sobre pasta, en medio de la calle, ante todas las cámaras es inaudito. Solo propio de una república de Chichi nabo del golfo de Guinea o el Asia Central. Que se puede entender la crispación que acumulamos y las dificultades del país, pero o no tienen ningún sentido común, en cuyo caso sobran los dos en política, o el sistema de comunicación institucional esta tan mal montado, que para que dos administraciones tan importantes dialoguen, lo deben hacer en la calle, en medio la cabalgata de reyes.

Claro, ante tanto folclore y despropósito, hay gente incapaz de mantenerse al margen, ese tipo de gente que quieres ser la novia en la boda y el difunto en el funeral.

Y en este perfil humano, nadie como nuestro presidente Revilla, un auténtico animal escénico, un hombre dotado de tal concepto del espectáculo que eclipsaría al circo del sol. Tertuliano de Ana Rosa, comentarista de la Sexta, participe de Cuatro al Día, asiduo a la Ventana, retransmitidor de bodas reales, conductor de programas de cocina regional. Un crack.

De todos es conocida la antipatía que le profesan los miembros del PP, por diversos motivos en los que no vamos a entrar aquí, porque algunos, entre otras razones, son incomprensibles. Tan sabido como que los miembros del gobierno regional madrileño son, en un tanto por ciento elevado, una magna representación del pijerio más repulsivo. Juntadas los dos motivos, es comprensible el desdén hacia el presidente Revilla, con su cuidado y forzado aire aldeano de hombre campechano y sencillo. Como si presidir una comunidad autónoma fuera tan natural como ordeñar una vaca.

El caso es que primero el consejero de transportes de Madrid y luego la Isa en persona, realizaron un par de comentarios despectivos y fuera de tono, en mitad de la tribuna de autoridades, ante los cuales, y aquí viene lo insólito, una miembro del séquito arremetió lanza en ristre. Sabido es que en la antigüedad los caballeros salían al campo de justas en defensa del honor de una dama, pero el caso inverso era hasta ahora desconocido.

Omito los detalles de la conversación entre la susodicha y el consejo de ministros madrileño en plenario. Pero ya sabéis por dónde van los tiros, ellos dijeron que que fácil es hacerse famoso regalando anchoas, y ella que él era muy honrado. Pues fenomenal.

Todo eso, que es lamentable, y nos revela el tipo de gente que se gasta nuestros cuartos, debería haber quedado ahí, en la silenciosa vergüenza de ese acto lamentable, o en un arreglo de cuentas vía conducto oficial.

Todo ante la ausencia de vascos y catalanes que viven en otro país, salvo cuando se discuten los presupuestos, que con las cosas de comer no se juega. Y la de dos ministros de Podemos cuyo papel en la administración sigue siendo un misterio.

Puede ser bueno que sus pintorescas actuaciones nos den publicidad, aunque de cara a los presupuestos del estado nos ha ayudado poco. Pero incidentes como este solo transmiten la imagen de una comunidad pueblerina, cuyos representantes no tienen el don de saber estar (como tampoco los dirigentes de Madrid), y que encima son unos acusicas.

Para un año que el paracaidista cae bien …

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