Valle-Inclan y sus contradicciones. 85 años después

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La primera imagen que nos aborda de Valle Inclan es la de un hombre contradictorio y, hasta cierto punto atormentado. Él es la imagen de un cuadro que retrata a Quevedo, pero en ellos albores del siglo XX. Es la imagen que huye de un mundo que le atormenta pero que al mismo le atrae narrar y dideccionar. Es la imagen de la lucha de un escritor entre la estética y el compromiso, entre el tradicionalismo político y la izquierda desmesurada, sin punto intermedio.

Así lo vio con agudeza su amigo Manuel Azaña, que le describió certeramente en “El secreto de Valle-Inclán” (La Pluma, 1923).

Ramón José Simón Valle Peña habia nacido Vilanova de Arousa (Pontevedra) en 1866, en una casa blasonada y en un ambiente tradicional que forjaría su actitud ante la vida. Su padre, funcionario y periodista, tenía claras inclinaciones liberales y galleguistas de Montero Ríos.

Sin embargo, la influencia materna era la típica de una familia enraizada en el campo y con un claro abolengo tradicionalista con rasgos carlistas y supremacistas sobre la población campesina.

Valle Inclan en su propia voz

Estas contradicciones viajarían con Valle cuando fue a estudiar e Santiago, donde mantuvo relaciones con el galleguismo progresista de Manuel Murguía y con conservadora-tradicional, de Alfredo Brañas. Relaciones que compagino con su fascinación por el ambiente cultural de Santiago (presente en algunos pasajes de “La Lámpara Maravillosa” y con su amistad con Vázquez de Mella, futuro líder del partido carlista, cuyas ideas eran opuestas a las del liberal y también contertulio Alfredo Vicenti, director más tarde de El Globo, en el que Valle publicó diversas colaboraciones, preámbulo de su nunca terminada Historia de Galicia.

Hacia 1888 Valle inició su relación con la prensa y las caricaturas. De aquellos momentos se conservan cuatro textos, publicados en 1888: el cuento «Babel» y el poema «En Molinares», el artículo «Remembranzas literarias», en un periódico cubano; y «Viacrucis», aparecido en El País Gallego.

Esa primera pasión por la escritura le llevaría a abandonar sus estudios universitarios y continuar escribiendo obras cortas como “Media Noche” en la Barcelona de 1889. Era el principio de un periodo marcada por la narrativa breve, a veces reunida en recopilaciones como Femeninas, Jardín Novelesco / Jardín Umbrío, Corte de Amor, Historias Perversas, Cofre de Sándalo y Flores de Almendro. Obras donde ya se vislumbra el carácter literario de Valle: la ambientación gallega, la atmósfera de misterio o la presencia de ciertos motivos temáticos que adquieren carácter recurrente: la alusión a partidas carlistas, o la figura del emigrado político, que tendrá su modelo más acabado en el Marqués de Bradomín.

Pero no es solo una fase de su producción, es una característica, una tendencia, la de las largas  gestaciones. “Sus temas, personajes, ambientes van perfilándose poco a poco, amplificándose y modificándose; de modo que una peculiaridad del conjunto de su producción artística es el diálogo existente entre sus obras, aunque éstas resulten distantes en el tiempo”. Junto a ello, en esta etapa se forja otra de sus características: el reciclaje de sus textos e ideas. Así, “A Media Noche”  tiene diversas versiones y fue publicado más de 10 veces con diversas modificaciones. Pero no es un rasgo de vagancia, si no búsqueda de la perfección que el mismo llamó “fiebre del estilo”.

Pero quizá uno de los efectos más importantes sobre su obra y su personalidad fue su viaje a Méjico en 1892, donde permanecería un año en Méjico y Veracruz.

Fue un viaje iniciático donde el joven Valle descubriría las tradiciones del nuevo continente, los olores y colores del Trópico y hasta los efectos alucinógenos del “cáñamo índico”. Allí comienza a colaborar con la prensa mejicana, forjando su nombre de guerra:  Valle-Inclán o Ramón del Valle-Inclán. Bajo ese nombre escribiría una treintena de cuentos, artículos y crónicas en El Universal y en El Correo Español de México, aunque nada de ello se ha conservado.

Para él Méjico le abriría los ojos y le haría poeta, siendo la rais de obras posteriores como “Tirano Banderas. Novela de Tierra Caliente”, en 1926.

A su regreso Valle se incorporaría a la tertulia Muruáis, catedrático de lenguas clásicas en Enseñanza Media y dueño de una magnífica biblioteca, reencontrándose con el galleguismo, descubriendo la iconografía Art Nouveau y asumiendo en sus obras (féminas) el decadentismo fin de siglo y el principio estético de l’art pour l’art. “En las Seis historias amorosas, que componen el libro, se advierte un premeditado deseo de escandalizar; de ahí el cultivo intencionado de lo morboso: el incesto, la violación, el suicidio, el adulterio…; pero las más de las veces domina un toque más frívolo que dramático, con un esteticismo artificioso, que apunta ya en la dirección de las Sonatas”.

Madrid será su siguiente destino, donde ejercerá como funcionario del Ministerio de Instrucción Pública, dando cada vez más forma a su errático estilo y definiendo, incluso, su estética personal, con sombrero de copa alta, larga melena y puntiaguda barba negra. Es su época de tertulias en cafés como el Inglés, el Café de Madrid o la Horchatería de Candelas, donde entra en contacto con Manuel Bueno, Joaquín Dicenta, Ricardo Fuente, Benavente y Palomero,

De entre ellas destaca, sin duda, la tertulia del Nuevo Café de Levante considerada el germen del modernismo artístico. Un movimiento de artistas que eran vistos por los demás con desconfianza e incomprensión por su afán de renovación en todos los órdenes de la vida y a su filia por lo raro, lo singular y lo que les enajenase de un tiempo histórico que rechazaban. “La protesta era el mecanismo que daba sentido a su vida y obra. Este inconformismo se percibe tanto en su aspecto e indumentaria y actitudes iconoclastas -bohemia y dandismo- como en la reacción crítica suscitada ante el «Desastre del 98». Pero fue la literatura, el arte, en general, la que acusó ese afán renovador. Buscaban fórmulas nuevas frente al realismo de Pereda, Galdós, Clarín, Pardo Bazán y, sobre todo, un lenguaje propio, cuya vía de acceso les brindaría Rubén Darío, de quien Valle fue amigo y profundo admirador desde 1899 hasta la muerte del poeta nicaragüense en 1916”.

Nacería así “Sonata de Otoño. Memorias del Marqués de Bradomín”, donde Valle relata una serie de episodios autobiográficos en cuatro periodos: la juventud (Primavera), primera madurez (Estío), madurez plena (Otoño) y vejez (Invierno). Aquí Valle logra una prosa rítmica, que juega con paralelismos y simetrías, tríadas de adjetivos, comparaciones, brillantes metáforas, sugerentes sinestesias, ley de contrastes… Con palabras elegidas por su carácter evocador y extraídas de las otras artes. Una obra maestra junto a “Flor de santidad”.

Valle esta en plena explosión artística y en 1906 vuelve al teatro con “El Marqués de Bradomín. Coloquios románticos”  una obra collage que remezcla textos anteriores y “tiende un puente entre las Sonatas y la trilogía «bárbara», que comienza en estas mismas fechas”. En 1907, junto a su primer libro de poemas, “Aromas de leyenda”. En 1908 comienza a publicar sus novelas de La Guerra Carlista, hecho que se asocia al comienzo de su militancia política tradicionalista, que él no oculta, todo lo contrario, aunque sea una militancia ideológica, no partidista, y coyuntural, aun cuando su visión tradicionalista de la vida perdurará.

Pero esa efervescencia encuentra un freno. Su arisca personalidad choca con los empresarios teatrales de la época, al tiempo que Valle descubre que su teatro no se adecuaba a los gustos del público de la época. “Su teatro es anti-realista. Un teatro que busca la plasticidad, el dinamismo, lo visual. De ahí su interés por el cine, que consideraba el teatro del futuro. Una vez abandonada la posibilidad de estrenar en teatros comerciales, el escritor queda totalmente libre para experimentar y así lo hace difuminando las fronteras entre los géneros (novela-teatro), subvirtiendo los códigos genéricos convencionales y acuñando nuevas fórmulas (esperpento). Lo que de aquí se deriva es una concepción revolucionaria de la literatura, superadora de los géneros tradicionales, que traslada la obra a un terreno nuevo”.

Tras un parón, Valle publica en 1919 dos libros de poemas brillantes: “La Pipa de Kif” y “El Pasajero” (1920), y varias obras teatrales aparecen en versión periodística, tal es el caso de Farsa y Licencia de la Reina Castiza (1919), Farsa de la Enamorada del Rey, Divinas Palabras. Tragicomedia de aldea (1920), y la primera versión de Luces de Bohemia (1920).

Los años 20 serán el escenario de una transformación desgarrada, crítica consigo mismo y con la sociedad en la que vive. Una transformación que bebe de sus viajes a Italia y su fascinación por Benito Musolini, el artífice, para él, de una felicidad colectiva basada en el trabajo colectivo por el bien común de un país, sin personalismo. Es un cambio ideológico y estético total, visible en sus obras esperpénticas. “Es el resultado de un largo proceso de toma de conciencia, de adopción de una postura cívica, que sigue un camino inverso al de sus coetáneos, los llamados «noventayochistas».

Valle no pretende dibujar la realidad de España como una tragedia, si no como una realidad ridícula, absurda, una deformación grotesca de Europa, de modo que para expresarla literariamente no se pueden utilizar los recursos propios de la tragedia clásica, que es, por definición, sublime y sus protagonistas héroes. ¿Cómo mostrar, hacer comprensible el sentido trágico de la grotesca realidad española? ¿Cómo denunciarla?, con una estética deformada. Valle se convierte en un titiritero que mueve los hilos de su tabladillo; los personajes, en consecuencia, pierden su grandeza para convertirse en muñecos, peleles e, incluso, a través de ese proceso deshumanizador se transforman en objetos, se cosifican, quedan reducidos a bultos y simples garabatos o se animalizan; es decir, sitúan al individuo al borde de lo infrahumano, envueltos en un lenguaje ajeno a la elegencia, donde predomina el exabrupto y la blasfemia, el argot y la jerga.

La proclamación el 14 de abril de 1931 de la II República sitúa a Valle-Inclán entre las filas de sus simpatizantes (De Juan y Serrano, 2007), sin que esa simpatía resulte contradictoria con sus lealtades tradicionalistas, pues también los carlistas recibieron con expectante esperanza el nuevo régimen, virtualmente capaz de sustituir las caducas instituciones por otras que imprimiesen al país otro rumbo.

Los siguientes años transcurrirían entre la ilusión y el desengaño. El anonimato y los cargos políticos relacionados con la conservación de un patrimonio que el consideraba de ruina casi irremediable.

En 1936 Valle se refugiaba en Santiago de Compostela para ser sometido en la clínica de un viejo amigo, el Dr. Villar Iglesias, a un tratamiento de «radium». Poco después moriría.

Fuente Margarita Santos Zas (Directora de la Cátedra Valle-Inclán de la USC)

Winston Manrique Sabogal (El País, 2016)

Imágenes La2 de Rtve.es

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