La noticia que se ha compartido en los medios cántabros no es una victoria, es más bien lo contrario. Una derrota, una llamada de atención, la evidencia de que algo sigue fallando en el planteamiento actual que algunas Administraciones, y parte de la comunidad educativa, cree que es suficiente para frenar el acoso escolar.
Tras una situación de acoso escolar, una familia decide buscar una solución al sufrimiento de su hijo/a. Acude al sistema de Justicia, desesperada, con la única intención de que remita y que se haga justicia.
La Justicia responde. El menor sufre acoso escolar y se exigen responsabilidades. El colegio y los alumnos agresores (concretamente sus padres) deben indemnizar al menor agredido. Es tajante y falla a favor de la familia. Parece una victoria, pero esconde la realidad de la ineficacia del sistema actual.
Judicializar asuntos de menores, que ocurren bajo la supuesta vigilancia de adultos responsables y profesionales, y que tras las múltiples alertas y avisos no actúan de manera suficiente para frenar una situación que degrada la dignidad y la experiencia académica y educativa de un menor, no será nunca la solución para erradicar el acoso escolar.
La solución no parte de judicializar situaciones que debieran resolverse pro socialmente dentro del propio entorno educativo. Se tiene que incidir con más prevención y con una formación eficaz para poder detectar y actuar correctamente. También con una intervención imparcial que es aquella que nos proporciona todas las garantías, y en las que el protocolo no es el fin de una situación de bullying, sino una herramienta para resolver los posibles conflictos. Con esto se consigue un tratamiento correcto de una post situación en la que los menores (tanto agresores como víctimas) adquieren un aprendizaje valioso y pro social.
Por eso no es una victoria. Es un parche ante la carencia de soluciones eficaces. A las familias, debemos adoptar pautas de colaboración para alcanzar el bienestar de nuestros hijos, sin enemistarnos.
A los colegios deciros que, tener casos de acoso escolar, por desgracia, es la tónica general. No es eso lo que da “mala fama”, es la indiferencia, la forma de “no” afrontar el problema, la que habla de “la reputación” de la institución.
Y a los propios niños, ojalá un día aprendáis (y para eso estamos los adultos, para enseñaros) que las diferencias hacen especiales a las personas, y ser diferente no te hace merecedor de menos respeto.
No nos equivoquemos, no es una victoria, es el resultado de muchos fracasos anteriores. Eduquemos para no tener que curar heridas imposibles de cicatrizar.