Kevin Pacheco formó parte de las redacciones de El País de los Estudiantes en 2005 y 2006. Historiador y viajero impenitente fue y es especialista en temas políticos, una de las señas de identidad de “enredados” y “eolapaz”. Hoy, en un dialogo abierto, hemos querido conocer su experiencia, que os resumimos aquí
Cien siglos y mil días parecen que han transcurrido desde aquellas jornadas y, sin embargo, las recuerdo como si hubiesen sucedido ayer noche; jornadas intensas, llenas de nuevas y embriagadoras sensaciones fruto de la juventud y la inexperiencia de aquellos que contando con unos medios muy limitados comparados a los de hoy en día les unía una idea, un objetivo y, en definitiva, una ilusión común: la redacción de un periódico.
A principios del siglo XXI las cosas no eran muy diferentes a como son hoy en día, pues aunque parezca cosa del presente las fake news, la imparcialidad informativa o la búsqueda de la verdad – principal anhelo de cualquier periodista – estaban entonces tan presentes como ahora, más aún en una época en la que la Guerra de Irak y la tumultuosa situación política y social que España vivía en aquellos días recuerda en cierto modo a la actual coyuntura, no tan diferente, como señalo, a la que asistíamos hace ahora quince años.
En esta tesitura me veía a mí mismo, estudiante de bachillerato de ciencias sociales embarcado en una pequeña y nueva aventura que me era del todo ajeno, del todo desconocido y, quizás por ello, atractiva desde el principio. No era la posibilidad de no asistir a determinadas clases o de pasar un momento de ocio gratuito como algunos compañeros sostenían jocosamente, sino la oportunidad real y verdadera de vivir por dentro el funcionamiento y la dinámica de trabajo de un periódico, una experiencia que, en cierto sentido, me marcaría en años venideros.
Dada mi condición de estudiante de ciencias sociales, apasionado de la Historia y de la investigación, me ocupé de la sección de sociedad y cultura, haciendo al mismo tiempo algunas incursiones en la de sociedad, apartado en el que trabajaba mayoritariamente mi compañero Fernando Sánchez.
Los inicios fueron caóticos; los medios, antediluvianos: problemas en la maquetación, ordenadores que no funcionaban y que a ojos de los presentes parecerían sacados de un museo de la Prehistoria… Pero ante todo nos invadía la ilusión y la sensación de estar contribuyendo a realizar algo grande, algo que nos llenaría de orgullo independientemente de si lográbamos clasificarnos o no, de si lográbamos el gran premio o nos eliminarían en las primeras de cambio. Recuerdo aquellas tardes ajetreadas en la sala de ordenadores – nuestra improvisada redacción – entre sándwiches fríos a medio terminar y montones de papeles garabateados sobre los que plasmábamos nuestras noticias antes de subirlas a la aplicación de maquetación, más propia de la tecnología de la década de 1980 que de los actuales programas informáticos. Incluso parecía que, por primera vez en nuestras vidas como estudiantes, no nos importaba llevarnos a casa el trabajo que no habíamos podido terminar en el colegio, sino que lo tomábamos con ganas y determinación, dispuestos a todo para poder sacar el periódico adelante.
Mis artículos, que versaban sobre temas diversos como el impacto del estreno de la película de Mel Gibson “La pasión de Cristo” o el atraco frustrado a un banco de Levante cuyos protagonistas acabaron convirtiéndose en poco menos que héroes para aquellos a quienes habían arruinado la jornada, me parecen ahora confusos y faltos de interés, fruto, seguramente, de la inexperiencia de aquellos días, pero los recuerdo con un enorme orgullo y con la sensación de haber contribuido humildemente a la consecución de un proyecto que unió durante unas semanas a un grupo inexperto de compañeros que salió reforzado de la experiencia, tanto personal como profesionalmen
En aquella ocasión no fuimos campeones. No fuimos a Madrid a recoger el gran premio ni fuimos recibidos por las más altas autoridades del Estado, pero el simple hecho de haber podido trabajar y desarrollar aquel pequeño diario superó con creces cualquier distinción que nos hubiesen podido conceder; la oportunidad de trabajar con personas maravillosas, de compenetrarnos durante aquellas tardes de lluvia primaveral en las que descubrimos lo que era realmente el trabajo en equipo y el espíritu del periodismo amateur, de aquel o aquella cuyas ganas de investigar y divulgar terminan por marcar su vida.
Quince años han transcurrido desde entonces y mucho ha quedado atrás, pero siempre recordaré la calidez humana de aquellos días, la posibilidad de haber contribuido a realizar algo que me parece tan grande entonces como ahora y cuyo espíritu, indeleble con el paso del tiempo, se resume en la siguiente aseveración que mi compañero Fernando Sánchez y yo nos dijimos durante una de aquellas tardes:
“Si tú eres Woodward yo soy Bernstein.”