Este verano he tenido la oportunidad de releer “El mago de Viena”, una de mis obras preferidas de Sergio Pitol. Quien haya tenido la fortuna de adentrarse en el mundo de este mago mejicano de las palabras descubrirá en él la fascinación propia de un gran escritor y de un gran hombre por lo universal.
“El mago de Viena”, una de las mejores aventuras del premio Cervantes, recrea un marco de libertades humanas, donde el hombre escapa de sus prisiones, y sigue la estela del autor del Quijote y de sus deudos, todos los escritores que merezcan tal nombre según Pitol, en un mundo en el que, hasta la locura del hidalgo, es una vía voluntaria a la libertad. Y es que el gran mago mexicano de la palabra es un hombre de influencias intensas, pero todas marcadas por la búsqueda de la libertad.
En el mundo convulso del México del XX, marcado por las revoluciones y la dialéctica entre polos ideológicos, entre dicotomías laico-religiosas se hizo amante de la palabra. El niño huérfano y aquejado de malaria, creció en la inestable América de las guerras europeas, en la libertad de las palabras europeas. Su refugio aquellos años dolorosos fue la constante visita al Olimpo de Bergamin, de Pérez Galdos, de Zambrano, de Cernuda o mas tarde de Paz. En su lectura Pitol descubrió el ansia por la libertad humana, el cosmopolitismo, la extravagancia y la capacidad de contar y transmitir sentimientos a través de una lengua que él usa como nadie de forma oblicua, sutil, anticipadora e intensa, como ha definido Carmen Calvo.
Quizás toda esa riqueza española no hubiera llegado a México, y no hubiera cuajado en una generación de prohombres como nuestro protagonista, sin la ayuda involuntaria del exilio. La marea de hombres y mujeres que salieron de su patria durante el siglo XX y la continuaron en la otra orilla de España, en el otro extremo de la ruta Colon. Eso es innegable. De ellos aprendió, como otros, a aliviar lo grave sin que dejara de ser intenso, a narrar, a traducir en letras llenas de musicalidad sentimientos, a desarrollar una infinita capacidad combinatoria de lenguajes y de pensamientos, a amar eso que llamamos lo español, y que se ha convertido con el paso del tiempo en un sinónimo de universal.
Que ocasión perdida. Que momento más magnifico para reivindicarnos como cultura excelsa de lo humano, soslayada. Nuestra proverbial tendencia al reduccionismo a la simplificación y al sectarismo excluyente lleva estos días a convertir, sutilmente, el drama de los refugiados y las tensiones nacionalistas en una exaltación del espíritu aldeano.
Tenía 17 años, cuando mi padre me regalo “El arte de la fuga”, una autobiografía precoz de Pitol, que el mismo definió como el resultado del alma de un huérfano casado con la malaria, escrita tras una sesión de hipnosis. “Si quieres saber por que es importante la lengua y la convivencia, y como se busca la libertad personal, léelo”, me justificó mi padre al entregármelo. Años después, el coordinador de eolapaz.com me contaba una de sus fascinaciones más pertinaces, la que le aqueja por lo que él llama los hombres del Atlántico.
Uno de sus amigos mas admirados, un filósofo docente, nació en México, del encuentro en una parte de España (México), con otras dos partes de España (una familia de exiliados republicanos y una familia de emigrantes buscadores de su destino y su futuro). Del encuentro nació un hombre de convicciones, sabio, sereno, reflexivo y abierto al mundo, amante de la verdad y la gente. Una muestra prototípica de la cultura de lo español, mestiza, ecléctica. Mitad celestial, mitad terrenal. Mitad real, mitad republicana. Mitad rural, mitad urbana. Mitad genial, mitad…
Ya sabemos que la actual dirigencia catalana, española y europea hurga en la historia con la intención no escondida de alimentar la legitimidad de sus proyectos.
Pero, aun con sus innegables valores, nuestra identidad y nuestros éxitos como comunidad no se reducen a esa etapa. Convendría que alguno leyera a Thomas Khun, el defensor del concepto acumulativo de la historia y las sociedades. Convendría que alguno leyera a Pitol en “Domar a la divina Garza”, para que envuelto en la flor del café que crece y perfuma en sus páginas, le preguntara a nacionalistas y odiantes de razas en que parte del espíritu libre y respetuoso de la antigua Europa se defiende que es oportuno molestar y ofender excluyendo, olvidando o abandonando seres humanos cuyos pueblos han ayudado a crecer el alma aguda y humana de grandes hombres como Sergio Pitol, y de grandes casas como Europa.
Imagen López Dóriga Digital