Sahara, la primavera pendiente

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Este es el año de la rebelión de las masas, que como tantas veces en la historia arranca allí donde la pobreza y el abuso laceran más. El foco está puesto en el mundo árabe desatando en occidente muchas reflexiones, desde el papel de las redes sociales, hasta la función de los militares, pasando por crudas realidades geo estratégicas. Pero ninguna es sobre nosotros.

En esta secuencia infinita de conflictos el primero surgió en el territorio más pobre de la región, el Sahara Occidental. Maite Lorenzo es de esa opinión, por eso, el 27 de febrero de 2002 creó Cantabria por el Sahara. Para prestar apoyo político, social y humanitario, a un pueblo “deprimido y ocupado”.

En septiembre de 2010 Maite asistió en Argel, como observadora Internacional por los Derechos Humanos en el Sahara Occidental. Allí conocería a Jalil un joven activista saharaui, de los muchos grupos independientes que actúan.

Al finalizar el congreso, en el que ya empezaban a vislumbrarse los aires revolucionarios que ahora vivimos, Maite acompañó a Jalil, y a otros 70 activistas hasta el Aaiun. Como en otras ocasiones los acompañaban como observadores. Tanto el ejército como la policía se encargan de reprimir la acogida de sus familiares en el aeropuerto, incluso, en ocasiones, apaleándoles y arrestándoles. Su papel, entonces, es hacer de testigos, presenciar los hechos y si es necesario actuar de escudos humanos para que esto no ocurra.

Pero aquel recibimiento fue distinto. Según Maite, la represión fue inusitada. Quizá promovida porque de aquellas algo se movía ya en el Magreb, y el gobierno de Hassan apostaba por el recurso nacionalista y la lucha contra el separatista como medicina para unir a su pueblo. El caso es que varias decenas de activistas acabaron en la Cárcel Negra de El Aaiun. Un signo de la represión, donde centenares de saharauis y opositores se hacinan en cubículos de 6 metros cuadrados, unos encima de otros, sin apenas comida ni agua, y bajo temperaturas altísimas.

“Creo que allí, y tras ese incidente se fraguó la idea del Campamento Dignidad, la primera concentración pacífica de oposición que vivió el Norte de África en esta secuencia actual”, relata Maite.

A finales de octubre, los familiares de los presos, algunos colaboradores magrebíes y jóvenes que habían ido escapando de las persecuciones y las cárceles decidieron plantar cara al ocupante y crear el campamento. “Somos pocos, y muy controlados, apenas una cuarta parte de los 250.000 habitantes de la zona, y fácilmente identificables, por los rasgos, el idioma y las secuelas de la mala alimentación. Cuando decidimos dar el paso yo asumí las tareas de seguridad. Advertir de la llegada de las fuerzas policiales, evitar la entrada de maleantes y traficantes, enviados por el gobierno para desprestigiar nuestro movimiento y coordinar a los voluntarios que cuidaban de la población acampada. La situación fue muy tensa, pues estábamos decididos a todo para recuperar nuestra dignidad como pueblo, pero es difícil sin ayuda. Ningún país quiere problemas con Marruecos, un bastión de Occidente en la región. Los propios marroquíes, que protestan entre dientes de la corrupción, la miseria que les arroja a la emigración y los abusos de la monarquía, son cobardes, y se conforman con las limosnas del régimen”. Es Jalil, uno de los pocos que escapó a la represión. “Terminaba mi turno de vigilancia, cuando vimos helicópteros, y miles de soldados del ejército de Marruecos, entonces reuní a todos los vigilantes de forma urgente, y dimos prioridad a sacar del campamento a mujeres, niños y ancianos” asegura Jalil, mientras hace una pausa, seguramente pensando en alguna persona que conocía y perdió allí la vida, “Los más jóvenes hicimos cadenas humanas, para dar tiempo a nuestras familias a huir hacia el Aaiun” “Tras toda la noche de enfrentamientos de piedras contra metralletas, ya no pudimos estar más, y nos fuimos al Aaiun”, hace una pausa y toma café, y después de un largo suspiro, “ Lo peor fue al regresar a casa, ver todos los muertos en la cunetas”.

En noviembre, el ejercito asalto el campamento poniendo fin a la revuelta, y comenzó las persecuciones.

“Desde entonces seguimos movilizados, aunque el gobierno marroquí se está encargando de fracturar el grupo y así romper la fuerza de la lucha. La mayoría de los jóvenes están siendo deportados a otros países para evitar las concentraciones. Están consiguiendo una población de niños, mujeres y ancianos. Pero no nos rendimos, aunque Occidente nos haya colocado sordina, al contrario que a Libia o a Tunez”.

Jalil para su narración. De vez en cuando sufre ausencias, se queda absorto, y es cuando en esta conversación con ambos, en un café de Santander, Maite retoma el hilo. “Pese a que ya no se habla de ellos, todavía quedan jóvenes, que se están reorganizando, pero todo está muy controlado. La policía se encarga de vigilar la situación. Están atentos ante cualquier movimiento o reunión en la que haya más de diez personas, quieren mantener a todos a raya. A las ocho hay un “toque de queda” y todos tienen que estar en sus casas. Y no se andan con miramientos, han llegado hasta pegar un tiro a los que lo incumplen”. Y es entonces cuando Jalil regresa a la realidad. “Y todavía hay quien se pregunta porque aquello fracasó. No se puede llegar a lo mismo que en Túnez si tienes que enfrentarte a un policía con una K47 o una automática, con una navaja o unas piedras. Además, somos un grupo reducido de gente, en el caso de Túnez o Egipto se ha volcado la población entera. En nuestro caso somos solo los saharauis. En el caso de que estallaran las revueltas, los marroquíes saben que sería nuestra oportunidad para defender nuestros derechos, y el gobierno les ha inculcado esa prioridad, el nacionalismo. Muchas veces, en las calles hablamos con los marroquíes y les decimos qué porque no se revolucionan y ellos siempre responden, empezar vosotros y nosotros os seguimos. Están a la espera para ver qué sucede e ir ellos detrás. Pero no irán detrás. Marruecos no está maduro para iniciar una transición. Como en la España de Franco, el régimen tiene apoyos en la población.

En enero, la situación se volvió tan peligrosa que Jalil tuvo que huir y hoy sigue aquí, en Santander, bajo la protección de Maite y otros activistas, siempre pendiente de una visita inesperada. Siempre pendiente de su tierra.

Pero el problema al final no es el Sahara, ni Libia, ni Egipto. El problema es que en pleno siglo XXI hemos alcanzado en occidente el progreso, dejando miles de muertos en el camino, en nombre de la libertad y de los derechos humanos, de los nuestros claro, admitiendo como asumible, la desgracia de otros como un precio a nuestro bienestar. Jalil esta triste porque sabe que las potencias no han comprendido que su papel internacional no es solo vigilar sus intereses, sino asumir responsabilidades y solventar los problemas comunes. Al final, nada ha cambiado desde la Prehistoria, el progreso sigue siendo el resultado de la lucha entre estados, del conflicto, y este, los saharauis lo han perdido, y quien sabe cuantos pueblos más.

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