“Frenético”, aquel inquietante film que unió en la gran pantalla a Polanski y a Harrison Ford ha sido el augúrico título de la vida de uno de los directores de cine más errabundo de nuestra historia. Entre otros hechos, la indescriptible muerte de su primera mujer Sharon Tate, violada, asesinada y descuartizada por la banda del lunático Charles Mansón, cuando estaba embarazada, y la posterior relación sexual con la niña Samantha Geimer, previa ración de drogas y alcohol al pre púbere, han marcado sin duda la vida de este hombre. Decía mi profesor de filosofía que, para ser un genio, para ser capaz de crear y llegar al alma de los demás, hay que estar un poco tocado. No se por quien, pero tocado. Y es que la creación exige de un estado químico y neuronal ajeno al resto de mortales. Si repasamos la historia, casi todos los grandes (Mozart, Miguel Ángel o Darwin) han sido tíos raros o atormentados, y ese estado de excitación, vigilia o tormento ha sido el causante de que su cerebro fuera capaz de parir lo que a los demás se nos escapa.
Admiramos a quienes son capaces de elevar nuestro espíritu, de aportarnos aquello que nos hace crecer como especie o como individuos, a quienes, en suma, nos elevan por encima del carbono y el hidrogeno que nos compone, haciéndonos algo distinto, especial. ¿Y el precio? Porque todo tiene un precio.
El caso Polanski abre, pasiones a parte, un autentico río de dudas sobre la moralidad de nuestras leyes, sobre la base filosófica de esas ininteligibles normativas que sostienen las sociedades humanas. Hecho agravado por su condición de canoso venerable, que todos los abuelos parecen angelitos y enternecen, aunque de jóvenes hayan sido perros salvajes.
Vaya por delante que yo entiendo y defiendo que nadie puede quedar al margen de la ley, nadie debe quedar impune ante un delito. Pero, ¿Qué justicia es esa que se imparte 40 años después del delito, cuando un hombre ha rehecho su vida, la victima también, y hasta le ha perdonado, y los comportamientos que indujeron a todo ello han desaparecido, suponemos?.
Estamos hartos de verlo, todos los días hay en España un chaval que robo hace unos años, metido hasta las trancas en la droga, y ahora, con familia hijos, trabajando y siendo honrado, la justicia lanza su garra sobre él.
La justicia tiene un mucho de advertencia para los demás, un bastante de reparación a la victima y un algo de reeducación. La victima en este caso ha continuado su vida, Polanski la indemnizó y la familia se dio por contenta. Ahí la justicia ya debería haber tenido una intervención para decir si eso era bastante o si no permitía un arreglo entre partes que pudiera dar a entender que la gente puede arreglar sus asuntos al margen del estado, y que los poderosos no precisan pasar por el tribunal, pagan y se acabó. Pero la justicia americana pasó. Tanto como estos 40 años en los que han removido la tierra para ir a por él en siete ocasiones, gracias al pertinaz afán justiciero del conocido juez californiano Lawrence Rittenband y el contumaz tesón de la fiscalía de ese estado. Y es que en temas de justicia y de moral no solo cuenta el qué, sino el porqué, que a fin de cuentas es lo que separa los estados de naturaleza de los civiles, el porque de nuestros actos, su motivación, su justificación, la ética colectiva.
Hace cinco años Suiza cedió a la leve presión americana, porque, como explicaba el politólogo Jean Ziegler, la quiebra del poderoso banco UBS, y sus consecuencias sobre la fiscalidad y la economía americanas, han dejado a Suiza en un estado permanente de “perdón, lo que tu digas”, que ya es triste que el que te violen sea delito para los suizos solo si has jodido a la economía de Obama.
Ahora la historia se repite en Polonia, donde el triunfo de los conservadores ha acercado a este país a las exigencias del gobierno de Washington. Pero lo que no sabemos es que ha impulsado a la justicia americana a dar este paso ahora, no ayer o mañana. La condena a Polanski supondrá una victoria para los que creen que la justicia es universal, y que el poder y el dinero no exculpan, que el mal lo es, independientemente como se vista. La condena será un triunfo para aquellos que defienden los derechos de la mujer y el hecho de que no hay que dejar resquicio o disculpa para delitos tan abominables como una violación. Pero la condena, ahora, violará el principio de reeducación y de capacidad de reforma del hombre, a la vez que sepultará el nombre y la obra de un genio, sin reparar que para serlo, la naturaleza humana se desboca, máxime cuando se vive bajo el tormento, eso que los abogados y jueces, cuando les interesa, llaman atenuantes.
Difícil trabajo el discernir el bien del mal desde la distancia de los años. Aquí en Cantabria ya sabemos mucho de estas cosas, que Pepe se llevo la pasta, vivió como un marques y si te he visto no me acuerdo. Lo llaman prescribir, otro rasgo de nuestra justicia. Y es que ya lo dice el cantar, la distancia, es el olvido. ¿También para la victima?.
Imagen: Cultura colectiva