El 5 de marzo de 2014 fallecía a los 65 años, en el psiquiátrico de Las Palmas de Gran Canaria, donde estaba encerrado por voluntad propia, el poeta Leopoldo María Panero, un personaje fascinante, lleno de luces y sombras pero siempre tachado de loco. Poseía tantos detractores como incondicionales sin embargo, eso era debido a su locura, y bendita locura.
Leopoldo María nació en Madrid el 16 de Junio de 1948 en el seno de la familia Panero, en una casa en la que todos eran escritores o poetas y en la que las letras ocupaban un lugar muy trascendental. Pero los Panero distaban, y mucho de ser una familia normal. Leopoldo, el padre, era alcohólico y falangista; Felicidad, la madre, era oscura y siniestra, y a ambos les unían a sus hijos una relación de amor-odio incontrolable. Si a todo esto le sumamos que una hermana de Felicidad era esquizofrénica, ya tenemos las primeras piedras del camino a la locura. El director de cine Jaime Chavarri vio que esta peculiar familia daba para una película por ello rodó en 1976 “El desencanto”, un documental sobre los Panero en el que se desmenuzan los entresijos de la familia mediante entrevistas a todos sus miembros, excepto a su padre ya fallecido. La película alcanzó un gran éxito hasta el punto de convertirse en un icono de la Movida y de llegar a nuestros días como una película de culto. También se rodó una secuela en 1994 llamada “Después de tantos años” dirigida por Ricardo Franco que también logró notable éxito.
Pese a todo Leopoldo le debe a su familia su amor por la literatura que le llevo a escribir poemas con cinco años. Tras la infancia, de la que decía: “En la infancia vivimos y, después, sobrevivimos” llegó el joven Leopoldo María, decidido a ser poeta, por lo que se decidió a estudiar Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid y Filología Francesa en la Universidad Central de Barcelona, carreras a las que, en verdad, no les prestó demasiada atención. También como cualquier joven del régimen franquista, tenía inquietudes políticas y se sintió atraído por la izquierda radical, aunque no comulgaba con la disciplina de los partidos políticos. Leopoldo quemó su juventud ambientada en la Movida a un ritmo frenético, en una espiral de drogas, poesía y autodestrucción que desembocaron en su primer intento de suicidio en 1968. Este año también vio publicado su primer libro y pasó por Carabanchel tras aplicársele la Ley de Vagos y Maleantes. Pese a este modelo de vida Leopoldo seguía siendo un escritor muy prolífico y su obra cada vez más madura comenzó a llamar la atención de la crítica, hasta el punto de ser incluido muy joven en la antología poética de Josep Maria Castellet “Nueve novísimos poetas españoles” que le señaló en 1970 como una de las grandes promesas de la literatura española.
Pero Leopoldo no estaba bien, coqueteaba con la muerte y la locura iba seduciendo a su mente, por ello a finales de la década de los ochenta decide ingresar voluntariamente en el Hospital psiquiátrico de Mondragón, dando comienzo a su andadura por el infierno voluntario, a través de esos submundos de aislamiento y represión, Leopoldo siempre se quejó del trato recibido en Mondragón por lo que decidió trasladarse al Hospital Juan Carlos I de Las Palmas de Gran Canaria. Allí pasaría los últimos 20 años de su vida hasta su muerte, el 5 de Marzo de este mismo año. La última etapa de su vida, a pesar de su encierro, siguió escribiendo y dando entrevistas y dejándonos continuamente genialidades que brotaban de una cabeza tan desordenada como indescifrable.
Leopoldo era un hombre atormentado y eso se reflejaba en su obra, sus poemas trataban temas tan sombríos y aciagos como aquellos con los que tenía que lidiar en su mente, la sombra de la muerte siempre planeaba en todas sus composiciones. La droga y la locura mezcladas con el amor eran temas muy recurrentes. El amor del que hablaba Leopoldo no era un amor radiante y dichoso sino un amor platónico y doloroso como el que él sentía por la poetisa Ana María Moix. Era un amor oscuro, un amor demente, del que provoca infelicidad y quebraderos de cabeza.
Cuando Leopoldo hablaba siempre lo hacía mediante citas de grandes autores a los que admiraba o de él mismo, lo que demostraba que era un ávido lector. En las entrevistas siempre afirmaba que él era el único cuerdo en un mundo de locos, mientras se bebía una Coca-Cola y se fumaba un cigarrillo, sus dos grandes vicios.
Quizás tuviera razón. Quizás la locura le proporcionaba una claridad para observar el mundo que no está al alcance de todos. Por ello los genios deben estar locos.