En septiembre, el presidente de la Comisión Europa Jean-Claude Juncker “”Europa es demasiado pequeña para dividirse en dos o más partes, debemos demostrar que juntos podemos sembrar las semillas de una Europa más soberana, debemos abandonar el nacionalismo exagerado que proyecta el odio y destruye todo a su paso. Este tipo de nacionalismo, que apunta con el dedo a los demás, en lugar de buscar una manera de vivir mejor juntos, vivir de acuerdo con la llamada unificadora de Europa”.
Estamos de acuerdo con esa visión de los obstáculos que se alzan ante este proyecto, pero consideramos que el nacionalismo que desgarra nuestro continente no debe ser criticado cuando se convierte en una fuerza parlamentaria aupada por el voto de miles de ciudadanos.
Ha de ser erradicado desde su raíz con políticas realistas, haciendo autocrítica sobre la lentitud y titubeo de los miembros en la toma de decisiones, haciendo ver a los ciudadanos que la burocracia es una herramienta para una vida mejor en común pero que debe ser analizada en su dimensión actual, mejorando y aumentando los programas de movilidad educativa y profesional, el conocimiento entre comunidades, el descubrimiento de la riqueza que esconde nuestro continente y actuando con mayor contundencia ante la impunidad de grupos que ensalzan como valores la división, la violencia, el egoísmo colectivo, el aislacionismo y la perturbación de la convivencia entre los que no son iguales.
Pero estos ideales de igualdad, cooperación, acogimiento, solidaridad y pluralidad que defendemos no están en peligro solamente por el auge del nacionalismo, si no por la propia existencia de los estados. “Europa es demasiado pequeña para dividirse”, dijo nuestro presidente, pero tampoco es demasiado grave para que se mantenga una estructura tan ambigua, compleja y reiterativa de administraciones, muchas volcadas, tan solo, en el bien de su comunidad, sin reparar en las necesidades colectivas y los sacrificios individuales que estas exigen.
Las políticas migratorias europeas, en algunos países inexistentes y en otros vergonzantes. Y, creemos que Europa debe asumir el liderazgo en la búsqueda de soluciones a este problema, recordando que su raíz se encuentra, en parte, en el infame colonialismo de tiempos pasados.
Europa debe crecer sobre una frontera común, permeable, abierta tanto al talento como al sufrimiento, y donde todos los países se involucren. No es una solución que solo los países ribereños del Mediterráneo afronten en solitario la llegada de inmigrantes. No es solución hacinar a los refugiados en los países limítrofes a nuestras fronteras. No es solución crear muros o ponernos gafas de sol para que no nos deslumbren el brillo de las lágrimas de tanta gente. Pueden ser soluciones para otros, pero para la Europa que queremos construir, no.
Como diría el maestro Windu al joven Skywalker, el desconocimiento lleva al miedo, el miedo a la intolerancia y la cólera y esta al lado más oscuro de nuestra civilización.
Por ello creemos que junto a la reestructuración y redimensionamiento de las estructuras de decisión, la Unión debe plantearse dos grandes políticas con seriedad, y pensando en el bien común, cerrando los ojos ante los espurios intereses de grandes corporaciones, muchas veces ajenas a nuestro continente, y casi siempre a nuestros ciudadanos.
De un lado una política inclusiva de empleo, un mayor esfuerzo en la igualación de todos los países en sus infraestructuras, un olvido rápido de las políticas tendentes a subvencionar causas económicas perdidas y una llegada pronta de una gigantesca apuesta por la innovación y el freno al elitismo científico y tecnológico, que crea desconfianza de unos países hacia otros, de unas clases hacia otras, de unos ciudadanos hacia otros.
Un desarrollo económico que no debe estar pendiente de crear riqueza o de competir en el tablero internacional, sino de solucionar los problemas de la mayoría, garantizar la equidad de los ciudadanos allá donde se encuentren y levantar un edificio cada vez más grande para acoger, en pie de igualdad a la nueva Europa que nace cada día en la vida de sus jóvenes.
Pero hay algo muy ligado a estos aspectos (la equidad, la tolerancia y el progreso), la educación.
Nuestro programa de acción conjunta entre alumnos españoles de secundaria y estudiantes europeos erasmus nos ha demostrado que el conocimiento mutuo y la colaboración son factores esenciales para crear una sociedad basada en la armonía y el progreso, siempre y cuando ese conocimiento e intercambio sea parte de resultados tangibles en la vida de la gente. Los programas educativos de movilidad no pueden ser solo una experiencia aislada, una anécdota en la vida de un joven, sino el principio de la construcción de una sociedad multicultural. Erasmus es un programa que no solo debe permitir un acercamiento superficial a otras realidades por parte de los jóvenes, ni una experiencia con fecha de caducidad.
Debe ser el punto de partida para sembrar la colaboración permanente entre estudiantes de diversas edades y países, el fundamento de asociaciones de estudiantiles que trabajen permanentemente por el ideal europeo y la base de una conciencia colectiva sobre nuestros aciertos y nuestros errores.
El 26 de mayo la ciudadanía esta llamada a elegir a sus representantes. El 26 de mayo, las estructuras de gobierno de la Unión están llamadas a convencer a sus ciudadanos que Bruselas y Estrasburgo son cada ciudad europea, cada plaza de esas ciudades cada rellano en las escaleras de nuestras casas. Y que en cada uno de esos lugares Estrasburgo y Bruselas deben verse cercanos y herramientas esenciales (por encima de los gobiernos nacionales) para construir la igualdad de género, la seguridad de nuestra sociedad y del mundo, la restauración de un medio ambiente degradado por nuestro egoísmo y envanecimiento y que ahora se vuelve contra nosotros, la redistribución justa de la riqueza, la igualdad entre comunidades y el entierro de todo lo que en el pasado nos ha destruido: la falta de fraternidad, la falta de escucha a los demás, la falta de capacidad de acuerdo, la falta de sentido común y la falta de respeto a las minorías o a lo distinto.
No somos el centro del mundo, pero si podemos ser la luz del mundo.
Y no solo regalando dinero por el planeta para que los problemas se detengan lejos de nuestras fronteras, ni para comprar un respeto que las grandes potencias en ocasiones no nos tienen, sino liderando una nueva humanidad, que debe nacer dentro de nuestras fronteras.
El 26 de mayo la vida nos da otra oportunidad de construir el mundo que queremos, empezando por Europa.