Una vecina de mi casa se llama Andrea del Boque. Una porteña de cara luminosa, de verbo ágil y fino sentido crítico.
Era maestra, aunque, en realidad, siempre lo será, que eso es una marca de agua en el alma. Un día la dejaron sus niños o, mejor dicho, el estado, que es muy mentiroso, la dijo que ya no la precisaban. Todo era simple, no sabían como pagar su exiguo salario.
Es un tema para discutir largo y tendido, me refiero a como América Latina esta ganando el tren del progreso económico y perdiendo el avión del futuro, machacando con ignominia los sistemas públicos de educación, haciendo económicamente inalcanzable la formación para miles de estudiantes y borrando la investigación del vocabulario universitario. Una política que rompe la sociedad en dos, los que formados (y no todos) pueden acceder a los mejores puestos sociales, y quienes, condenados a no llegar más allá de la primaria, siempre serán carne de electorado.
Pero hablar con Andrea nos da otras claves, y muy actuales, la grandeza de la palabra “mujeres”, que premios y reconocimientos las hacen un poco visibles y, sobre todo, a quienes deben nacer en tierra de hombres, y de miseria, y de violencia.
Hoy estaba recordando aquel otoño de 2011 en el que el comité del Nóbel quiso premiar a ese puñado de heroínas que a lo largo y ancho del mundo han asumido el papel de dirigir procesos de paz in disociados del cambio político y social. En representación de todas ellas la presidenta de Liberia, Ellen Johnson-Sirleaf, la también liberiana Leymah Gbowee, responsable de la organización Red de Mujeres por la Paz y la Seguridad en África, y activista yemení Tawakul Kerman.
La septuagenaria Ellen Johnson-Sirleaf tiene el honor de ser la primera presidenta democrática de África, al tiempo de ser quien ha conseguido transformar en su país, catorce años de guerra, por cinco de desarrollo y convivencia. Un camino al que no ha sido ajena otra de las galardonadas, la activista Leymah Gbowee, la mujer que atrevió a poner en pie de paz a las mujeres de su país, impulsando una huelga de sexo para obligar a sus hombres a dejar de matarse, lo que llevaría a Liberia a la paz en 2003 tras, no se sabe bien cuantos, años de guerra civil. Pero su labor no se agotó ahí. Garantizar la participación de las mujeres en la vida política y crear cauces para su participación continuada y efectiva han sido otras de sus labores en estos años, labores que resultaron indispensables para impulsar el proceso de democratización y la realización de las primeras elecciones libres. Una solución para Liberia, y un espejo para el resto del mundo.
La joven y controvertida activista yemení Tawakul Kerman cierra esta terna. Desde 2005 lidera el grupo de derechos humanos Mujeres Periodistas Sin Cadenas, una de las piezas clave en el puzzle que pretende echar del país al presidente, Ali Abdulá Saleh, y hacerlo sin un derramamiento de sangre mayor del que vive Yemen desde hace meses. Su labor tiene mucho que ver, además, con el intento de construir, a partir de la marcha de Saleh, un país que no solo cambie de tirano, sino también de actitud y de convivencia. Pero la abaya (el mantón negro que cubre por entero a las mujeres yemenies), no es solo de tela. De hecho, en las áreas campesinas, y entre ciertas tribus del país, su premio ha sido tomado como un insulto, en alguien que, ven, pone en cuestión el protagonismo masculino, los valores tradicionales de la sociedad, y la sumisión de la mitad del país, la mitad femenina.
Hay quienes quisieron ver en este último caso un giño a la primavera árabe, un apoyo a quienes llevan meses luchando por su libertad, con la implicación titubeante de occidente (nos hemos mojado en Libia y hemos abandonado a Siria a su suerte). Es discutible en alguien que milita en un partido islamista moderado y que, entre manifestación y acampada, no se cansa de decir que el único problema de su país es la dictadura, no la gente. Es discutible un guiño cuando las mujeres iraníes, las más activas y comprometidas, como la escritora Azar Nafisi, no están en este grupo de elegidas.
Pero hay algo en común en las cuatro. En Ellen, en Laymah, en Tawakul y en Andrea. Esta última trabaja cada tarde, cada rato sin trabajo en los grupos que por todo Montevideo enseñan a las mujeres a leer y escribir, y las inculcan sus derechos, y las organizan, y las mueven a liderar su futuro. Es una revolución silenciosa, constante, invisible, que libera a la mujer a través del asociacionismo y la educación, cambiando mentalidades, transformando relaciones, modificando las perspectivas que de la vida tenemos hombres y mujeres.
Fue un Nóbel emocionante, por la carga conceptual que encierra, en esta sociedad, aun masculina, aunque hubiera sido aun más, si fuera más habitual un reconocimiento de este tipo, en la medicina, la ingeniería, la química…. Y no solo para Ellen, Laymah y Tawakul, también para Andrea, Mila, Teresa, Maria, Irene …
Imagen La Provincia