Morirás por ser mujer

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Cada lágrima que derramamos diluye una lección que la vida nos ofrece. Cada llanto ahoga el ruido de un fracaso común. Cada muerte entierra un sueño, dejando pasar el tormento para los que quedan. Cada mujer que muere lo hace en vano, pues las velas, los lamentos y las túnicas rasgadas en público, no pasaran de ser la iconografía vistosa que adorna el tedio diario de nuestras vidas.

El adiós a una mujer asesinada por un hombre lacera a su familia y a quienes de verdad la quisieron, y apostaron con ella una vida común. Pero contrariamente a lo que debiera ser, nada trascenderá de las paredes de su hogar. Ninguna consecuencia más allá de su barrio. Nada.

Aun hoy, lo vemos cada día, muchos hombres han quedado a la espalda de la civilización. Juegos, deportes, formas de crianza familiar y mensajeria de medios de comunicación inspiran y alimentan el instinto por encima de la vida colectiva. La fuerza, el sentido de posesión sobre otros humanos como forma de reafirmación de la personalidad, la utilidad personal manifestada como habilidad de protección física o el sentido de propiedad extendido como un apéndice corporal sobre todo y todos, sustituyen al concepto de individuo como ser social. Como alguien que crece cuando se da a los demás y recibe de ellos.

Aun hoy, lo vemos cada día, muchas mujeres asumen su incapacidad para existir, o admitir que haciéndolo son valiosas de forma independiente a un hombre. Crecen en un sentido de dependencia maternal o servil, sin el que no son capaces de respirar. Debes pertenecer a un hombre, debes ser su sombra. Debes ser suya, para sentirte plenamente mujer, y parte respetada de la sociedad.

Aun hoy, lo vemos cada día, el mundo tecnológico que nos ha deparado el ingenio y la codicia, nos envuelve ampliando nuestra indefensión, en lugar de ser una palanca liberadora. Millones de jóvenes en todo el planeta saben cacharrear con maquinas, programas, redes y herramientas informáticas. Saben tocar botones y responder a estímulos sensoriales. Rara vez interpretan, poseen criterios y pueden dominar, digerir o emplear en su beneficio y el colectivo el aluvión de informaciones, datos y estímulos que la nueva era provee. Así, cualquier joven puede ser engañado, seducido, manipulado y ejecutado por alguien de carne y hueso, que a través de una red de cobre cerro sus ojos y lanzo su imaginación hacia lo que desea, y el mundo real hace tiempo que le negó.

Aun hoy, lo vemos cada día, lo sensorial prima sobre lo intelectual, creando manadas de jóvenes controlados por la efervescencia hormonal, los fármacos, los sonidos sincopados y el sexo inseguro. Incapaces de controlar su vida, cada día más abierta y con menos barreras, en un mundo que exige para sobrevivir y crecer, cada día más madurez y autocontrol.

Aun hoy, lo vemos cada día, una joven sencilla, enamorada de la vida, residente en una de esas colmenas de poca esperanza que rodean las urbanizaciones de diseño de las clases que dirigen, espían y roban a su antojo, enciende sus ojos ante el macho protector que pisa su barrio, blandiendo botella y porro, y del que espera, cual Sigrid de Thule, la salve del dragón y la encumbre al cielo. Seguro que le habrá escuchado tras una pantalla de plasma, sin poder por tanto oír en sus pasos la muerte. Y eso aun hoy. Lo vemos cada día.

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