Fran Sánchez Becerril (Mérida, 1994) es periodista ‘por culpa’ de ‘Enredados’, ‘Eolapaz’ y la curiosidad por esta profesión que transmite el profesor que coordina estos proyectos educativos.
Haber participado en ellos le llevó a estudiar la carrera de Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid. Actualmente trabaja en el periódico ‘El Español’ tras pasar por ‘El Mundo’, ‘El Confidencial’ y ‘Onda Cero’.
Participé en las ediciones X y XI de ‘El País de los Estudiantes’ bajo la marca ‘Enredados’, y gracias a ello aprendí lo que era el trabajo en equipo, el esfuerzo y el periodismo. Fue casi un sueño. Con apenas 16 años estábamos en la ‘redacción’ de un periódico y no paraban de sonar nombres de políticos de primera línea, periodistas más que reputados y personas del mundo de la cultura y la sociedad dispuestos a darnos un poco de su tiempo.
Para hacer posibles estas dos ediciones tuvimos que recorrer kilómetros y quemar teléfonos. Recuerdo una entrevista en Santander al por entonces secretario general de UGT, Cándido Méndez, un encuentro con el prestigioso arquitecto Renzo Piano que estaba acompañado por Emilio Botín, llamadas por teléfono a afectados por Nueva Rumasa y decenas de artículos más. Pero lo que mi memoria guarda con más cariño fue un viaje de menos de 72 horas en el que nos recorrimos España de norte a sur, para llevar temas cargados de actualidad e interés -y conocer a personajes más que interesantes- para mi último periódico en La Paz.
Yo no había pisado Madrid en mi vida, aun así, me atreví junto a Miguel Ángel Vargas y Ángela Sánchez a venir a la capital, ciudad que por entonces me echaba para atrás por su magnitud y porque “en el metro te roban”; y en la que vivo actualmente (y sin que me hayan sustraído nada en el suburbano, de momento). Las pocas horas que pasamos de viaje fueron impresionantes y muy satisfactorias.
A pesar de no haber pisado nunca Madrid, la primera parada fue el Congreso de los Diputados, donde entrevistamos al por entonces coordinador federal de Izquierda Unida, Cayo Lara. Mi impresión fue enorme, aunque los nervios no me permitieron disfrutar de la entrevista como habría querido. No contentos con poner un móvil, pusimos a grabar tres y terminamos la entrevista con el líder político enseñándonos una obra de arte que pretendía ser un chiste y una reivindicación, pero que no nos hizo mucha gracia, la verdad. Por cierto, si alguien ve las fotos, no nos reconocería a los que allí estábamos.
Salimos de los despachos de la Cámara Baja y rápidamente descendimos la Carrera de San Jerónimo hasta el Museo Naval. Allí nos esperaba el almirante y director la citada galería, Gonzalo Rodríguez González-Aller. La entrevista en sí fue interesante, pero más lo fue el lugar. El encuentro con el miembro de la marina -un hombre muy afable- se realizó en una de las salas del museo a las que no podían acceder los visitantes. Esta habitación estaba ambientada como si de la biblioteca de un barco señorial de hace siglos se tratará. Los tres nos quedamos obnubilados con la escena.
No contentos con las dos entrevistas, recorrimos el Paseo de la Castellana hasta una conocida cadena de sandwiches para entrevistarnos con José Manuel Fernández, un veinteañero investigador que clamaba por los derechos para ejercer su profesión desde la Organización de Jóvenes Investigadores, que había creado el movimiento Precarios para denunciar su situación. Por desgracia, el líder de los ‘precarios’ dejó la ciencia hace unos meses y emigró a Bruselas.
La historia no quedó aquí. Al día siguiente Miguel Ángel y yo cogimos AVE a Sevilla. Bien temprano fuimos a las estación de Atocha, con bastante sueño, pero un día intenso por delante. La capital hispalense nos dio muchas emociones, la primera de ellas: un Jaguar nos recogió en la estación de Santa Justa. Un exalumno del colegio, que ocupaba un alto cargo en la sede andaluza de una gran empresa, envió a su chófer a recogernos y nos condujo hasta la sede de esta compañía donde nos trataron como reyes. De allí fuimos directamente al Ayuntamiento, donde nos esperaba un hombre de aspecto bonachón y trajeado, por entonces alcalde de Sevilla y presidente de la FEMP, más tarde ministro de Interior, Juan Ignacio Zoido. El despacho era digno de un marqués del siglo XVIII, pero lo que más nos impresionó fueron las increíbles vistas a las calles sevillanas. Ah, bueno, y que nos regaló una estampita de la virgen su cofradía, que creo que si me pongo a buscar podría encontrar.
No contentos con esto, después de comer en una hamburguesería, nos dirigimos a hacer la que, hasta ahora, ha sido la entrevista más dura que he hecho en mi vida. Antonio del Castillo nos recibió en su casa cuando se cumplían siete años de la desaparición de su hija, Marta del Castillo. Sentados en su salón, rodeados de fotografías de la joven presuntamente asesinada y de imágenes de sus hermanas, con una gran entereza y serenidad, el cabeza de familia respondía nuestras preguntas sobre el caso de su hija mientras se fumaba un cigarrillo.
Había una cuestión que nos rondaba, aunque no sabíamos si definitivamente íbamos a hacerle: “El cadáver de su hija no ha aparecido ¿cree que podría seguir viva?”. Al final nos atrevimos y sin perder la entereza de toda la entrevista nos dijo que no. Esa fue la última pregunta, no teníamos más, con el corazón en un puño abandonamos esa casa. Estuvimos varios minutos caminando casi sin hablar, ambos compungidos por aquel encuentro. Comentamos el caso, aunque sin poder articular demasiadas palabras por la impresión, mientras nos dirigimos a la estación de tren donde cogimos el AVE de vuelta a Madrid.
Al llegar a la capital nos reunimos de nuevo con Ángela, dormimos pocas horas y fuimos al aeropuerto, vuelta a casa. A pesar del puñado de horas tan apasionantes e intensas que habíamos vivido, seguimos con muchas ganas de trabajar para sacar adelante el que era nuestro último periódico de ‘Enredados’ en el colegio. Y así lo hicimos.
En la imagen nuestro compañero durante una entrevista con la periodista Rosa Mª Calaf, de un equipo de enredados