Para unos es una revolución en el mundo de la moda, para otros, solo un artificio premeditado y hacer caja en el mercantil mundo de la pasarela. Lo que no parece ser para nadie, es un hombre. Y sin embargo lo es.
La verdad es que pese a la campaña iniciada por el diseñador Hedi Slimane contra los hombres desvaídos, nunca se había visto un éxito como el actual de los/las modelos lánguidos, descafeinados, confusos y asexuados, un canon de belleza que se sigue imponiendo, por encima de toda campaña contra la anorexia o la desnaturalización del individuo. Ejemplos hay muchos. Stav Strashco, Dave Castilblanco Michael Nowlan, Tima Marso o, el más conocido, Andrej Pejic.
De origen bosnio herzegovino, nacionalizado australiano y residente en Londres, Andrej es, a simple vista, una rubia de impresión. Alto (ciento ochenta y tres centímetros), delgado, de labios carnosos, nariz breve, rasgos de tenista rusa, ojos profundos y azules y larga y alisada melena rubia, Pejic se convirtió hasta hace un año en el ideal de los diseñadores, en una versión boy, de otro it, aunque en este caso girl, Agynes Deyn.
A sus 19 años, y recién fichado por la agencia más cool, Storm, Pejic, lo modelo de carnes más magras del todo el mercado, fue lo musa de Jean Paul Gaultier, Raf Simons o John Galliano, diseñadores que están impulsando la meteórica carrera de Pejic, no tanto por haber encontrado un talento desbordante, si no por representar ese más difícil todavía que el mundo del espectáculo siempre busca.
Probablemente la razón de su éxito ande por ahí. La búsqueda de la belleza, de la guapura en el mundo de la estética ya no es un criterio, máxime cuando los cánones están en recesión y los referentes, hasta los estéticos, están escondidos en la neblina de nuestra decadencia. Hoy llama la atención, vende y triunfa lo distinto, y más aún, lo raro. En el mundo de la imagen hay ejemplos por doquier, como el de las modelos de dientes separados y bocas imposibles, que es lo que ha hecho triunfar a Lara Stone, Georgia Jagger o Vanessa Paradis). Ahora le toca el turno a la ambigüedad sexual, a la androginia, y este es el caso.
Lo curioso radica en que las fotos nos muestran a un modelo cuyo atractivo reside en su ambigüedad, en esa mezcla enigmática de dos mundos, del femenino y del masculino, pero que en el fondo atrae por portar una belleza clásica, no por una revolución en las formas. Lo curioso también se encuentra en que la ambigüedad se sostiene en este caso por la fuerza y el deseo de empatar. Cualquiera que ve a Andrej torneándose por la pasarela, con sus piernas torcidas y su cara de mujer dominadora podrá caer en la atracción de la duda por su sexualidad. Cuando le oyes, le observas en los backstages o le miras en la vida cotidiana, tomas conciencia de que estas ante una mujer, que desea ser mujer, y cuyas formas y maneras no dejan espacio alguno a la andrógina. Pero que no podía salir de ese limbo. Y no podía salir porque el star system se lo impedía con todo tipo de artes.
Para Georges Ladis, uno de los fotógrafos que lo descubrió, la cuestión es clara. Andrej es un caso nítido de transgénero, una niña encerrada en un cuerpo de hombre, que ha tenido la desgracia de transmitir toda la fuerza de lo femenino, sin un solo retoque. Su mezcla de cara femenina, su pecho plano y su aire de varón amanerado y desgarbado son un filón, ¿porque estropearlo dejándole ubicarse? Flaco favor a un mundo, el de la transexualidad que precisa ayuda y respeto, no actos circenses y descrédito.
En su día, la revista “Love” rompía su techo de ventas colocando en portada a Kate Moss besándose sensualmente con la modelo transexual Lea T, bajo un pie de foto revelador, ‘This is hardcore’ (esto es porno). Semanas antes, Carine Roitfeld, la periodista jefa de Vogue Cadeaux, habia impulsado un reportaje para el número de diciembre-enero de Vogue Francia, donde tres niñas de pocos años, Thylane, Lea y Prune aparecían maquilladas como mujeres fatales, abundantemente maquilladas y subidas a unos fálicos tacones de alpinista. La polémica desatada por la utilización sexual de las niñas acabo retirando la revista de los kioscos (tras un record de ventas, eso sí) y coloco a la influyente periodista en el listado de profesionales en busca de destino. Pero la tendencia, en ambos casos, quedó clara, máxime cuando en el caso de Vogue, detrás del reportaje estaba el trabajo y las ideas de gente como Tom Ford.
Comentaba el diseñador gallego Ángel Nimo, que muchas veces, lo que llamamos tendencias, lo que calificamos de creatividad, no pasa de ser una simple manipulación, y a veces, un robo. El beso de Kate Moss a Lea T es un robo, el de su personalidad transexual, convertida en objeto de feria. El de las niñas es un robo, el de su infancia, alterada para regusto de cuatro pervertidos. El de Andrej es un robo, el de una mujer a la que se mantiene en un cuerpo de hombre para mercadear con el morbo del público, que siente curiosidad por ver cómo reaccionan un montón de chicas al ver entre ellas a un hombre, o el de ver a un grupo de hombre, desfilar con ellos a uno que no es tal.
Las gentes del “arte”, los que creen que crear no es más que ahondar en variaciones de un mismo tema, defienden la androginia como ese ansiado lienzo en blanco capaz de asumir tanto lo masculina como lo femenina. En realidad, Pejic no desfilaba portando una tercera vía de la moda y el estilo, por más que los intentos de mezclar lo femenino con lo masculino han acabado generalmente en el fracaso. Pejic desfilaba con ropa nítidamente de mujer, y en los desfiles masculinos, más como contrapunto, que como alternativa.
Y claro, la pregunta es obvia. ¿Porque debe mostrar un hombre como queda una ropa que otros hombres nunca se pondrán? Quizá porque los diseñadores gustan de un cuerpo femenino plano y manejable, que ya solo es posible encontrar en un tipo de hombres.
Ya sé que tendemos a una sociedad abierta y tolerante, que busca romper moldes, estereotipos y limites, y en ese sentido, claramente, Pejic rompe la lucha entre Marte y Venus, enarbolando la bandera de lo gris, del equilibrio, del “standby” en movimiento. Tan cierto como que el feminismo intelectual y el mundo gay de poder ascendente, hartos del dominio y la dominación de los varones, que secularmente han impuesto sus reales en nuestra sociedad, han decidido impulsar un nuevo modelo de hombre, más sutil y endulzado, que mira más a las formas y la estética, que a los valores propios de la persona de nuestro siglo. Lo que no queda claro es que estamos haciendo con ello, enriquecer la sociedad con nuevos tipos humanos, o simplificar al absurdo.
No es este un alegato ni un debate sobre el mundo LGTB, si no sobre quienes convierten el género y los anhelos de la buena gente en una mercancía, contra los ladrones de género, los que practican otra forma de violencia de género y explotación de personas.
PD. Hace un año Andrej se convirtió en Andreja. Ahora es feliz, pero la contratan menos.