Hace unos días viví uno de los tradicionales atascos de Madrid. Cientos de jóvenes atascaban los alrededores de un famoso hotel de Madrid, donde se iba a alojar el grupo Mejicano RBD. Pancartas, canciones, un grupo de niñas histéricas al borde del colapso, y un megáfono estridente que pedía a las niñas que lo dieran todo por sus ídolos, para que estos supieran el amor que les profesaban. Hasta vi por la televisión a madres que hacían cola a las puertas del Calderón para guardar sitio a sus hijas, orgullosas, del tatuaje que les había pagado mama y papa con el nombre de sus ídolos. Nada que objetar, por mi como se si se meten sus cd´s por la zona de embarque de los supositorios. Pero me dio pena, un día después, mirar a mi alrededor, en la plaza de Chamberi, a las ocho de la noche, y apenas ver a doscientas personas. Claro que el motivo era más trivial, habíamos ido allí un grupo de raros, un grupo de ciudadanos que solo pretendíamos pedir justicia para Sandra Palo, una chica como yo asesinada por cuatro canallas, hoy camino de la calle, mientras pocos mueven un dedo ante la petición de justicia de su madre, que allí había rogado el apoyo de un Madrid más pendiente del destino de Capello o los saltos glamurosos de RBD. ¿La culpa? Poca cosa, violar, atropellar, torturar y quemar a una joven. Lo de deficiente es lo de menos. Una joven, un ser humano.
Al final, su madre no ha podido evitar su liberación, ni el silencio de sus vecinos, ni la humillación de ver al asesino de su hija libre, ni mirar a aquel a la cara mientras pisaba una liberación inmerecida.
Notificado por la justicia que el asesino de Sandra saldría del centro de menores de Renasco, en Carabanchel, camino de un piso tutelado fuera de la comunidad, al mediodía, Sandra y varias personas más se presentaron a las puertas de la cárcel casi a las 8,30 de la mañana. Pero el juez había adelantado la operación salida. Cuando la madre llego y comprobó que se la habían jugado, rompió a llorar. Su último consuelo se había esfumado. Rafita se había ido, sin siquiera ver la mirada de desaprobación de aquella a quien él había dejado sola.
Ni ahora, ni antes, ninguna autoridad se ha dignado a explicar porque la ley española permite que un grupo de “humanos” violen, atropellen y quemen a una joven, y puedan en poco tiempo rehacer una vida que le han negado a su víctima con tal saña. Junto a Rafita, los otros asesinos son J.R.M., conocido como ‘El Ramoncín’, y R.F.C., ‘El Ramón’, condenados a ocho años de internamiento y cinco años de libertad vigilada. Al tiempo que, a Francisco Javier Astorga, ‘El Malaguita’, se le impuso una pena de 64 años de prisión. Ellos mataron sádicamente a un ser humano, nosotros hemos abandonado y olvidado a otro. ¿Qué es peor, la barbarie o el silencio?
Imagen ABC.es