Lecciones de Marcos Ana

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Cuando leas estas líneas Marcos Ana solo será una línea en un libros de historia. Pero en todo caso un hombre cuya historia no debería ser olvidada.

Se llamaba Fernando, pero todo el mundo que sabía de él le conocía como Marcos Ana, el seudónimo formado por los nombres de sus padres. Era un hombre vital, pero su existencia fue un tormento, tras pasar 23 años en las cárceles franquistas, el preso que más las habitó.

Hoy algunos escriben (eso dice wikipedia, al menos), que fue encarcelado en 1939 y condenado a muerte por terribles crímenes políticos en Alcalá de Henares durante la Guerra Civil. Su condena a muerte fue conmutada por 23 años de palizas y torturas en penales como Ocaña o Burgos.

Los que le conocieron dicen que cuando salio a la calle en 1961 sintió miedo, que a duras penas soportaba la luz (ausente en su celda), que sentía miedo en los espacios abiertos y que la presencia de gente en su entorno, algo desconocido para él, le hacía sentir un vértigo incontrolable.

Era un idealista deseoso de cambiar el mundo, pero paso su adolescencia y parte de su madurez encerrado donde no podía influir en nada, ni en su vida.

Contaba ayer Pedro G. Cuartango, un amigo, en el diario El Mundo, una anécdota con la que podréis entender la soledad a la que, en ocasiones la vida nos condena:

“Al salir de prisión, Marcos Ana se fijaba en las mujeres que veía por la calle. No había tenido jamás relaciones sexuales y, con esos 41 años, estaba acomplejado por su falta de experiencia. Un amigo suyo, que conocía su problema, le llevó a un cabaret y le presentó a una chica, a la que Marcos -que en realidad se llamaba Fernando- metió 500 pesetas en su bolso, una cantidad muy alta para la época. Pasaron toda la noche hablando y no hubo nada. La chica devolvió los billetes a la chaqueta del poeta, que, al darse cuenta, pensó en rechazarlos. No lo hizo y, al día siguiente, empleó ese dinero en enviar flores a la generosa joven. Jamás la volvió a ver.Esa anécdota me impresionó porque nunca se está tan lejos de algo como cuando se desea intensamente. Marcos Ana fue un hombre marcado por la cárcel y el exilio, que jamás pudo recuperar la intensidad de la pasión que sólo se puede vivir cuando uno es joven.”Ni un muerto, ni 1.000 muertos, ni todos los muertos del mundo me pueden devolver a mí estos trozos de mi vida que yo he dejado en los patios y en las celdas de las cárceles”, escribió sumido en la desesperación.”

Pudo haber sido un hombre, y un hombre valioso para los que le rodeaban, pero acabó siendo un hombre solitario, sin pasado ni futuro, obligado a sobrevivir en un mundo hostil. Una parte de una generación entera de españoles que justifican el que, sin rencor, no perdamos la memoria de nuestra historia, ni la conciencia de quienes fueron enterrados, también, en vida.

Era un hombre (explica Pedro)  “modesto, pulcro, sin rencor, que soñaba con una sociedad igualitaria. Tenía una bonita voz y hablaba de forma pausada y reflexiva.”

Pero esa gente también cambia. A él fue la guerra, ese entorno de odio, la que le transformó y condenó. Con cualquiera de nosotros un entorno violento, displicente, agresivo o simplemente poco empático puede convertirnos en lo mismo. Y esa es una lección que debemos tener presente cada vez que actuamos con los demás.

Hoy que solo hay palabras para Fidel Castro, no quiero que olvidéis a alguien, a muchos alguien a los que podemos admirar porque jamás han renunciado a sus ideales, jamas han querido ser ejemplo para nadie, pero si voz de sentimientos universales. Como escribió en la cárcel Marcos Ana “Decidme cómo es un árbol, contadme el canto de un río cuando se cubre de pájaros, habladme del mar”.

Hoy ya no está, pero queda su memoria, que no perdamos la nuestra.

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