Que las vacas son gordas como unas ídem, es algo ya conocido. Que son un poco chonas, también, claro que depende del amo. Pero lo que aún no sabíamos es que son unas asesinas, unas psicópatas. Un vil animal que pretende exterminar a la raza humana… a pedos.
Si, si, no es broma. Las pruebas empiezan a ser irrefutables, y grandes investigadores así lo corroboran.
Las primeras pesquisas sobre la verdadera naturaleza de este criminal herbívoro las emprendió el gobierno neozelandés, alarmado sobre los estremecedores datos de cambio climático que se mostraban en el país de los kiwis. La tesis de los indomables oceánicos parten de un censo muy simple. En este idílico paraíso de los mares del sur viven más de 10 millones de vacas, 40 millones de ovejas, un par de millones de ciervos y gamos y varias decenas de miles de llamas y alpacas. Rumilandia, vamos. Pues bien, estos climaticidas no solo comen, sino que digieren lo que ingestan, y lo hacen de tal forma, que como subproducto de su metabolismo, generan ingentes cantidades de gas metano, algo así como 100 kilos año y vaca. Y claro, el animalito no va a guardarse el gas en un bolsillo, que va, lo expele graciosamente a la atmósfera. Imaginaros lo que significa que sesenta millones de entrecots se pasen el día tirándose pedos. Pues más efecto invernadero, deshielo polar, etc, etc., etc.
Según el gobierno de las islas, el 40% de las emisiones de gases efecto invernadero son volcadas a la atmósfera vía anal. Pero es que el fenómeno no es exclusivo de este pintoresco país. Según la Organización Mundial para la Agricultura y la Alimentación, FAO, las flatulencias bovinas españolas suponen el 6% de nuestras emisiones de CO2, solo dos puntos menos que nuestras emisiones industriales. Y ahora, en el colmo de los males, una evidencia más nos pone sobre aviso de las aviesas intenciones del animal. Argentina, un país con más vacas que personas ha publicado los resultados de una experiencia que no deja lugar a dudas, la peor chimenea para el cambio climático, es el culo de una vaca. Tal cual.
Claro, decenas de investigadores y muchos millones del dinero que sea, se han puesto a trabajar para atajar semejante desmán. Los argentinos han ofrecido como solución la dietética, aplicar a la dieta de los rumiantes productos que cambien su metabolismo y disminuyan su aerofágica tendencia. Lástima que ese producto milagro este presente en una proteína del vino. Y claro, que sean unas cerdas pase, pero que se vayan todos los días de botellón no se.
Los australianos parece que van más acertados. Han descubierto una bacteria presente en el aparato digestivo de los canguros que reduce la producción de metanógenos. Solo es aislarla y traspasarla. Nada serio. Por si acaso, en estos países esta ya aprobada la implantación de la Flatulence Tax, un impuesto cuya recaudación se destinara a investigar la reducción de los pedos de las vacas, pese a la impopularidad de su aplicación.
Quizás los más certeros sean, en todo caso, los científicos de la Universidad alemana de Hohenheim, que han fabricado unas pastillas vegetales que transforman el metano del interior de las tripas de vaca en glucosa. Y a todo esto, y ya por mezclar más cosas. ¿Qué pasa con los toros? ¿Es que ellos no se tiran cuescos?. A mí me parece todo este debate tendencioso y contrario a las reglas de igualdad de sexos imperantes en la actualidad.
Pero fuera ya de coñas. Desde los días en que José Javier Brey Avalo, catedrático de Física Teórica de la Universidad de Sevilla y responsable de varios proyectos de investigación, además de primo de Rajoy, contó sus teorías sobre el cambio climático, y desde que Jiménez Losantos comenzó su cruzada contra Al Gore, no había oído una tontería similar.
Que yo sepa, las vacas, y resto de animalitos de Dios, empezando por los humanos (que hay algunos que son fábricas de metano y sulfúrico), se tiran pedos desde que el Mar Muerto estaba herido. Y hemos tenido hasta glaciaciones. Cuando resulta que un simple coche diesel, expulsa igual cantidad de gases en dos semanas que una vaca en un año, plantear ahora que la culpa de nuestros males ambientales se encuentra no en nuestra tecnología y nuestro derroche, sino en los habitantes naturales del planeta, resulta cuando menos insultante.
Y que gobiernos de países cultos y desarrollados, se planteen ingentes gastos de investigación en semejante memez es causa suficiente, para mí, para dejar de creer en la raza humana. Empezar ahora a llenar telediarios explicando que el problema no está en los diesel alemanes, si no en las vacas pasiegas, haciendo de estas una especie de protagonistas del “Silencio de los corderos” resulta una repugnante forma de manipulación colectiva. Una más.
Pase que los homeópatas le coman el tarro a las madres diciéndolas que es mejor la leche vegetal (de soja) que la animal (como si hasta ahora la raza humana se hubiera dedicado a mamar de los geranios), afirmación, por cierto, que nos está costando una deforestación salvaje para sembrar la puñetera soja. Pase que un reciente estudio afirme que lo seres humanos más altos son más dañinos para el clima, con lo cual habrá que erradicar el baloncesto para salvar el planeta. Pase que medio mundo no plante cara a los grandes emisores de gases efecto invernadero (EE.UU, Rusia, China e India).Pase que sacrifiquemos el futuro por mantener la industria y los empleos del presente. Pase que intentemos utilizar el potencial energético del intestino bovino.
Pero esto es demasiado. La única conclusión sensata que se me ocurre es que el tema del cambio climático ha pasado de ser un miedo cierto a un cachondeo y una mentira que alimenta muchos negocios (y no solo por la venta de cuotas, que ya es vergonzoso el vender hasta el derecho a soltar mierda). No hay partido que no incluya palabras como cambio climático, verde o ecológico en sus programas. No hay fundación o gobierno que no se ampare tras esos hechos, no hay tele que no ponga el video de un glaciar fundido. Y es diario ver como en un sentido u otro, se nos engaña, se nos dice blanco o bueno, donde ayer era malo o negro, en una ceremonia de la mentira que hará perder sus convicciones medio ambientales hasta al más pintado. Y es que ya lo dijo Hitler “Las grandes masas sucumbirán más fácilmente a una gran mentira que a una pequeña”, y si no, sucumbiremos a pedos.