Ya hace unas semanas, los compañeros de Cantabria Visual se mostraban “Indignados”, por la marginación sufrida por los cortometrajistas españoles en la entrega de los premios Goya. Pues la cosa aun colea.
Lo curioso es que desde hace tiempo es notorio que el cine español, como industria, funciona poco, porque el público le da, salvo excepciones, la espalda, viviendo solo de las subvenciones. Pese a ello, el séptimo arte español no ha conocido como ahora una ebullición creativa de tal magnitud, y ello en ese taller de creación y maduración que es el cortometraje. Así, en los últimos años tres cortometrajes han sido nominados a los oscar de Hollywood, y otros han sido reconocidos en su talento en muchos festivales internacionales, desde el “Slamdance” norteamericano hasta el “Festival de Cannes”. Cosa que de la que los largometrajes españoles no pueden presumir.
Pues bien, igual que los festivales sirven impulsar las nuevas ideas, reconociendo sus meritos creativos e impulsando su difusión, los Goya, aun mas comparten ese objetivo, por representar el sentir de toda la profesión.
Lo grave son los meritos de unos y otros en esta historia. Frente a las infraestructuras que soportan a los largos y facilitan el trabajo en esas empresas, crear un corto es otra cosa. El creador debe poner la pasta de su bolsillo, y sin ayuda pública, pedir cuarenta mil favores para sacar adelante un producto digno, a base de alquilar un foco, pedir ayuda a un colega montador… Cuando has acabado, y para no comértela con patatas tienes que acudir a empresas que te cobran 100 euros mensuales por darte salida al trabajito, y como tampoco se toman el trabajo con gran diligencia, el paseo de las cintas no dura menos un añito, así que 1200 € de promoción. Junto a ello, a peregrinar por los festivales mendigando un premio o una nominación, porque claro, en este mundillo sin premios nadie te compra. Si al final consigues dar salida a tu idea, ten en cuenta que un 30% son para quienes distribuyan la película. Total, en el mejor de los casos, te quedan 1000 €. Y junto a eso el viaje iniciatico por un universo de mafias, enchufes, subvenciones engañosas, nepotismo, festivales amañados y políticas de tercera. No es de extrañar que ante tamaño cúmulo de despropósitos, muchos creadores se inclinen por morir con dignidad, regalar su trabajo vía Internet.
Una de nuestras pocas esperanzas es el respaldo de la oficialidad, un poco tan solo de apoyo, y cuando menos algo de respeto. Frente a ello, nos hemos topado este año con un escandaloso ninguneo perpetrado con premeditación, nocturnidad y alevosía, que no solo nos hecha de la gala final de los Goya, sino que nos priva de la promoción televisiva, única cosa interesante de esa plomiza gala.
Además de implicar esta expulsión un proceso muy poco democrático en el seno de la academia de ¿todos?, se transmite la idea de que el mundo del cortometraje es una insignificancia, mediocre y prescindible. Además, los pobres cortometrajistas, gente de poca monta, no son enemigos, se les puede provocar. Al final, tras un momento de ira, y varias voces callejeras, todo habrá pasado. Como mucho, algún tímido movimiento webwero (www.indignados.org), Nada más.
Y todo ello con la complacencia de un ministerio para el que industria es una palabra con mas letras que cultura, y una profesión muy proclive a ponerse pegatinas por cualquier cosa ajena al arte, y poco dada a ayudar a los mas “modestos” de este arte. Un episodio mas en instituciones que despilfarran dinero en boato y entierran a los artistas en montañas de papeleo, diseñado más para excluir que para ayudar. Así que hacer cine queda reducido a una quimera “al limite de lo imposible”, excepto para los protegidos de siempre.
No somos los únicos marginados, la profesión culta y progresista por antonomasia, amparada por un gobierno de igual etiqueta, que se suponía mas sensible y comprensivo, en teoría, con el arte y la creación de los jóvenes, muestra desde hace tiempo su cara avaricioso y hedonista, cobarde y malvada, renegando de los orígenes, el corto, de media corte, echándonos a la cuneta, a nosotros y a otros colectivos, véase la decapitación del minuto de gloria de los autores de los “títulos de crédito”, o de tantos otros técnicos imprescindibles. Pero así esta montado el tinglado, y si no fijaros en el nombre de la productora de Santiago Segura se llame “Amiguetes entertainment”.
Pero quienes esperaban una tímida pataleta empiezan ver su error. El movimiento ”indignados” cobra fuerza y ha empezado a engrosar sus filas con pesos pesados. Eduardo Chapero Jackson, al que hace poco eolapaz dedicaba sus páginas (mejor corto europeo por “Alumbramiento”, pero no candidato a los Goya), Daniel Sánchez Arévalo (primer premio del Festival de Alcalá de Henares por “Traumalogía”, repudiado en los Goya, por exceso de metraje), y Borja Cobeaga (nominado a los oscar por “Éramos pocos”), lideran la rebelión. Los tres denuncian el menosprecio de la academia, y del mundo del arte en general, incapaz de ver en estas piezas una obra maestra en si mismas, y no como un taller de pruebas del largo. Al final, como dice Borja, un autor puede deambular del largo al corto, como un escritor de la novela al cuento o al relato, no son etapas, sino formas expresivas, y esta, además, una que proporciona a los autores una libertad, una creatividad y una posibilidad de experimento muy difícil de encontrar en el largo, al margen de el cine se basa en contar historias y hay historias que no soportan el formato largo.
De momento su denuncia, y su ejemplo, han arrancado la creación por la Academia de una comisión que desde marzo del año que viene estudiara los problemas de los cortos.
Mientras tanto deberemos seguir conviviendo con la arbitrariedad. Este año, y volviendo a los Goya, solo se han admitido cortos inferiores a 20 minutos, cuando las normas de la ICAA (Instituto de la Cinematografía y las Artes Audiovisuales) establecen que un cortometraje es una obra inferior a 50 minutos.
O los creadores se muestran mas firmes y hacen frente al poder establecido, o adiós al arte.
Imagen artout.nwes