Ventura Gómez es hoy un psicólogo dedicado a los Recursos Humanos. Ganó el premio nacional del País de los Estudiantes, lo que marcaría su vida
Buenaventura Gómez, Ventura para quien habla con él más de dos minutos, pertenece a la que en el Colegio llamamos, con mucho, la “Generación 10”. Un grupo de jóvenes que se graduó en el año 2010 y que no se limitaba a estudiar aquello que ponía en los libros y pizarras, sino que tenía una marcada conciencia social. Preocupados por el mundo que les rodeaba, estuvieron, y siguen, dispuestos a implicarse en el proceso de cambio necesario para conseguir una sociedad mejor.
Psicólogo Clínico con Máster en Dirección de Personas, Ventura tiene experiencia en selección de personal como headhunter para compañías top del panorama internacional. Tras varios años en este sector, en la actualidad está volcado en su verdadera vocación: la Educación. Dedica sus días al asesoramiento profesional en ESIC, escuela de negocios recientemente proclamada universidad privada, donde también imparte formación en materia de Empleabilidad y Desarrollo de Habilidades. Colaborador de diversas publicaciones, no hay año que no comparta con nuestros alumnos y alumnas su punto de vista sobre la situación del mercado laboral.
“Los recursos son limitados, hay que saber administrarlos. Pensé que lo habías aprendido en nuestras clases de Economía”, me dijo con una sonrisa al ver mi cara de agotamiento aquel profesor en el que empezaban a asomar las primeras canas una tarde en la que el sol, invitado de honor en Cantabria, entraba por la ventana. Acabábamos de entregar, sin saberlo, el que sería aquel año el número premiado del concurso de periodismo juvenil más importante de España: EPE.
Casi 10 años han pasado desde aquel día. Desde entonces, mis estudios y la propia vida me han permitido aprender que la memoria funciona, al igual que cualquier otro proceso cognitivo, con un fuerte sesgo emocional. Así, recuerdo vagamente el contenido de aquellos artículos, pero esa etapa de mi vida se ha grabado en mi memoria, y no olvido ninguna de las enseñanzas escondidas entre aquellas líneas.
La primera: si tienes claro tu objetivo, el resto es circunstancial. Éramos jóvenes apasionados cuya meta era contar cómo veíamos la sociedad, desmitificando la imagen que esta tenía de nosotros, al tiempo que nos descubríamos a nosotros mismos. En mi caso, era bueno maquetando, estableciendo procedimientos de trabajo, estructurando y solucionando problemas. Era mejor en eso que en otras cosas. Pero a mí lo que realmente me gustaban eran las personas. Ahí me di cuenta de que en ocasiones existe un desfase entre lo que te gusta, lo que se te da bien, lo que es importante para la sociedad, y lo que en realidad esa misma sociedad valora o establece como modelo. Algún compañero naufragó en ese mar de dudas. La puesta a disposición de recursos en materia de orientación para la vida adulta, académica, profesional y emocional, puede que sea, paradójicamente, una de las asignaturas pendientes de la Educación Secundaria.
“Si tienes claro tu objetivo, el resto es circunstancial.”
Inevitablemente, en EPE también exploramos todos aquellos contextos en que surgen las buenas ideas. Aún recuerdo aquella noche en que, subidos en los triciclos de los alumnos de preescolar, decidimos echar una carrera por los pasillos de Bachillerato. Fue algo ingenioso, diferente, y con lo que posiblemente infringimos varias normas del centro, pero que nos permitió despejarnos y abordar con más confianza las dificultades en la redacción o maquetación de los artículos. Y es que ese es otro de los males que padece nuestra Educación: buscamos obtener resultados diferentes haciendo lo de siempre. Tratamos de solventar problemas actuales con herramientas educativas del siglo XX y teorías de autores del XIX. Pero aquel periódico tenía una buena noticia que darnos. Y es que cualquier cambio social pasa primero por el cambio individual. Si nos pusiéramos de acuerdo, podríamos hundir cualquier gran corporación si no actuara éticamente con tan sólo prescindir de comprar sus productos o servicios. Somos nosotros los principales agentes del cambio, y con una pequeña contribución somos capaces de cambiar el mundo.
“Uno de los males que padece nuestra Educación es que buscamos obtener resultados diferentes haciendo lo de siempre.”
Pero sin duda, lo que más aprendí durante mi experiencia en EPE fue a cómo transmitir la información. Lecciones que no sólo se aplican al periodismo, sino que son cruciales para cualquier ámbito de nuestra vida: identificar lo verdaderamente importante, distinguir entre hechos y opiniones, no juzgar sin tener toda la información y entender que la tecnología no sustituye a las personas. A pocas horas de la hora de entrega de nuestro preciado periódico, la conexión a internet dejó de funcionar en todo el colegio. Tuvimos que recurrir a varios padres y madres y a profesores/as para que nos llevaran en coches y nos prestaran sus casas para evitar copar los anchos de banda de un mismo servidor con tantos ordenadores. Afortunadamente, solo quedaban algunos retoques. Esta separación del equipo me hizo aprender quizá la lección más importante, que por separado sumábamos menos.
“El periodismo me enseñó a identificar lo verdaderamente importante, a distinguir entre hechos y opiniones y a no juzgar sin tener toda la información.”
Pocas semanas más tarde, nos fuimos de viaje a Madrid a la entrega de premios. Recuerdo que durante el trayecto nuestro profesor insistió en que lo más importante había sido llegar hasta allí disfrutando con lo que hacíamos. “No olvides que nunca se pierde si disfrutas en el camino”, me dijo al oído segundos antes de que nos proclamaran vencedores del concurso. Otra de las muchas lecciones que, rato a rato, fue capaz de inculcarnos.
En aquel viaje a la ciudad que pocos meses después me acogería y donde aún vivo, aprendí que la Educación era eso, una vida en miniatura.
Hubo muchas otras cosas que no aprendí en aquel periódico. Que el éxito es efímero, que la muerte puede estar esperando a la vuelta de la esquina, que el esfuerzo no siempre se corresponde con los resultados. Porque las líneas de un periódico son sólo eso, líneas. Y está muy bien ser quien las escribe, pero no por ello podemos dejar de ser los protagonistas de nuestras propias historias.