La inclusión del lobo ibérico (canis lupus signatus) en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial (LESPE) ha supuesto una guerra entre ganaderos, ecologistas y políticos.
Canis lupus signatus es su nombre científico, que proviene de las manchas oscuras que tiene en la parte anterior, la cola y la cruz. Es un mamífero, carnívoro cuya esperanza de vida en libertad es de entre 3 y 4 años. Suele medir entre 130 y 180 cm y pesar entre 35 y 50 Kg.
Los lobos ibéricos son muy tímidos y rehúyen a los seres humanos. Es un animal muy inteligente y social. Sus manadas están formadas por individuos emparentados y tan solo la pareja dominante se reproduce y así controlan la estructura del grupo y su tamaño. Su época de cría comienza a finales del invierno o principios de la primavera y la gestación dura de 61 a 63 días. El tamaño de las camadas es muy variable, pudiendo ser de 1 a 11 cachorros, que abren los ojos a los 10 o 15 días y alrededor del mes y medio comienzan a alimentarse de carne regurgitada de otros miembros del grupo. El lobo es sobre todo cazador de grandes herbívoros (ciervos, corzos y jabalíes) y también de pequeños mamíferos (ovejas, conejos y ratones)
La gran mayoría de lobos ibéricos se encuentra en el noroeste de la Península Ibérica (Galicia, Asturias, Cantabria y Castilla y León). También existen poblaciones más reducidas en zonas de montaña cercanas a el País Vasco, La Rioja y Guadalajara. En las zonas de montaña del norte de Andalucía también hay pequeñas poblaciones, aunque aisladas por la Submeseta sur.
Según los ecologistas, se calcula que hay unas 300 manadas en España. Son grupos de entre cinco y diez individuos según la época del año, en total de unos 2.000 y 2.500 lobos.
No caza por diversión sino para alimentarse él y a su manada.
Ocupa la cima de la pirámide ecológica y cuando es eliminado, sus presas crecen sin límite y el ecosistema se desequilibra. Cuando hay pocas presas es cuando atacan a rebaños desprotegidos. Aunque lo cierto es que solo es responsable del 1% de los daños causados a la ganadería.
Devoran los cadáveres de animales que encuentran en el campo evitando el contagio de enfermedades. Matan a ciervos y jabalíes enfermos de tuberculosis, controlando esta enfermedad que cada año afecta a miles de vacas. Mantiene a raya las poblaciones de jabalí que pueden transmitir la peste porcina africana.
Según ganadería, hay 3.000 lobos y la población ha aumentado un 20% en los últimos 10 años.
Según ASAJA (Asociación Agraria de jóvenes Agricultores) en 2020 se contabilizaron más de 15.000 ataques de lobos a la ganadería con pérdidas superiores a los 9.5 millones de euros.
Los ataques de los lobos se producen a cualquier hora y en cualquier circunstancia. Los lobos suelen morder en la yugular o en los cuartos traseros y no devoran entero al animal, sino que dan unos cuantos bocados y huyen rápidamente.
En las zonas donde hay gran cantidad de lobos, la ganadería se hace insostenible. Los ganaderos apuestan por el control de la población del lobo mediante la caza regulada por zonas donde no esté en peligro de extinción.
Y en cuanto a la política, cada uno se posiciona de una parte o de otra según su punto de vista sin llegar a un acuerdo común que beneficie tanto a ganaderos como al lobo ibérico.
Para terminar nada mejor que con unas palabras del mayor amante del lobo, Félix Rodríguez de la Fuente:
“En las quietas noches del Cuaternario, nuestros antepasados paleolíticos debieron escuchar desde sus tibias cavernas el aullido salvaje del cazador libre. En algunas aldeas de España aún puede oírse el aullido del lobo, del mítico, del vagabundo, del incomprendido lobo. Todo parece indicar que, si las leyes se cumplen, en el solar carpetovetónico se seguirá escuchando en los años venideros una llamada que privaría a muchas serranías de toda su grandeza el día que enmudezca”.