1. EL REINADO DE FELIPE III
A la muerte de su padre, en 1598, subió al trono Felipe III, a la postre un hombre joven, inexperto, indolente, despreocupado, irresponsable y dotado de pocos valores personales y de gobierno aunque, eso si, amante de las fiestas y los goces mundanos.
Ante tan cúmulo de desgracias, y con un país muy tocado por el conflicto holandés y el desgaste de las guerra expansivas optó por confiar el gobierno a un noble de su plena confianza, el duque de Lerma, miembro del grupo de cortesanos que compartían con él su tiempo, pero que tampoco tenia experiencia de gobierno. había nacido el sistema de validos. La confianza del monarca aumento en este personaje, hasta el punto de ordenar en 1612 a todos los consejos e instituciones que obedecieran las órdenes del duque como si fueran firmadas por él.
Con dos personajes así al frente del país, su reinado careció de un programa político coherente, dedicándose Lerma a satisfacer sus intereses personales, ante la parálisis del país.
En política internacional la característica fue la paz, motivada por la incapacidad de ingleses y españoles para imponerse y por el agotamiento financiero de España, más que por su convicción de la necesidad de la Paz. Sin embargo, el periodo no seria aprovechado para el saneamiento del país, ante la ineficacia y corrupción de la administración.
En 1604 el Tratado de Londres puso fin a veinte años de guerra con Inglaterra, lo que permitía pacificar las rutas hacia América y socavar el apoyo extranjero a los holandeses. Sin apoyo exterior, y con el formidable ejercito español enfrente, los rebeldes holandeses sufrieron serios reveses, que no pudieron aprovecharse por la falta de fondos, que paralizaba el avance cada vez que se disponía de ventaja frente al enemigo y provocaba el amotinamiento de las tropas. Además, en el mar eran los holandeses quienes tenían la iniciativa. Ante ellos, España impulso conversaciones de paz que concluyeron en 1609 con la firma de la Tregua de los Doce Años, que significaba el reconocimiento diplomático del Estado holandés, por más que no se declarara formalmente.
A parte de la ineficacia del gobierno, la raíz de estas decisiones se encontraba en el agotamiento de la Hacienda. En 1599 se había comenzado a emitir moneda de vellón, lo que afectó a los precios y al comercio, y en 1607 la Corona se declaró en bancarrota.
Serenadas las cosas en el exterior, Lerma y su soberano decidirían poner en marcha en 1609 la operación naval de expulsión de los moriscos, sobre los que pesaban sospechas de deslealtad. Y ello, por que pese a su dispersión y control tras la Guerra de las Alpujarras, la minoría morisca había permanecido impermeable, en su gran mayoría, a los intentos de cristianización que las autoridades civiles y eclesiásticas habían emprendido. El aislamiento, el mantenimiento de sus costumbres, su crecimiento demográfico superior al de los cristianos y las sospechas de su contacto con turcos y bereberes hicieron crecer el odio popular y la convicción del gobierno de lo popular de la decisión de expulsión. Tranquilizada la situación internacional, se planifico una gigantesca operación logística para enviarlos al norte de África. La expulsión se aplico a todos, incluso a los conversos, pese a sus protestas e incluso motines. La Península perdió casi medio millón de almas, lo que afectaría, y así lo hizo saber la nobleza, al trabajo en el campo, al perder los señoríos aragoneses un tercio de sus obedientes siervos. Se tardó mucho en repoblar las tierras, a causa del vació demográfico y sobre todo por la dureza del régimen señorial.
Otro problema fue la queja permanente del reino de Aragón ante la situación fiscal y económica de la monarquía, y el creciente autoritarismo de los gobernadores castellanos, que ellos veían como una amenaza a sus privilegios y autonomía.
En medio de todo ello, las pruebas de la corrupción y el robo de Lerma se hicieron tan palpables, que el rey se vio obligado a retirarle del gobierno. Para ello, Lerma se había hecho nombrar Cardenal, a fin de evitar la acción de la justicia, y colocado como valido a su hijo, el duque de Uceda, aunque con los poderes mucho más recortados.
Justo en ese momento, estallaba uno de los conflictos mas devastadores de la historia europea, la guerra de los 30 años, a la postre el fin del imperio.
1.1. LOS VALIDOS
Es una práctica política común en la España y Europa del XVII, consiste en delegar por el rey, parte de su poder en un hombre, generalmente aristócrata, siguiendo un criterio de confianza personal. El valido representaba la dejación de autoridad del rey, en estados muy complejos de gobernar ya en aquella época., y en un siglo en el que los Habsburgo demostraron muy pocas capacidades de gobierno y muy poco interés por asumir sus responsabilidades.
En España, intentaron un gobierno personalista, tomando decisiones al margen de los consejos, que eran los titulares de la administración del estado. Para ello se apoyaban en juntas, comisiones formadas por sus partidarios, con el fin de agilizar y soslayar el control de la nobleza tradicional. Sin embargo, solo consiguieron aumentar la corrupción (venalidad y nepotismo) y sumir a la administración en un juego de intereses e intrigas. Los más atrevidos aprovecharon el apoyo del rey para controlar la concesión de cargos, pensiones y mercedes de todo tipo, que canalizaron hacia sus familiares y sus propios favoritos. Desde el poder, apartaban a sus enemigos y colocaban en los puestos más importantes a hombres de su confianza. La oposición a los validos la encabezaron los letrados que formaban los Consejos, y los miembros de la aristocracia que eran apartados de la Corte por formar parte de facciones enfrentadas al valido de turno.
En la época de Felipe III destacó sobremanera la figura de Duque de Lerma, que mantuvo una actitud de apaciguamiento frente a los reinos de España y de tregua frente a las potencias europeas. Es conocido por la expulsión de los moriscos de 1609. En la mayoría de los casos fueron negativos y desprestigiaron a la institución monárquica. Tan solo Olivares, impulsor de un ambicioso programa de reforma, y los últimos validos de Carlos II (Oropesa y Medinaceli), desarrollaron políticas positivas, casi siempre arbitristas.
Los validos fueron conscientes que España era un conjunto de reinos con instituciones y leyes diferentes, a las que sólo la Corona unía. Los intentos que se realizaron para unificarlos chocaron con los intereses de los estamentos privilegiados y de los territorios con fueros.
La oposición a los validos la encabezaron los funcionarios burgueses de los Consejos, y los miembros de la aristocracia que eran apartados de la Corte por formar parte de facciones enfrentadas al valido de turno.
Otra novedad política del periodo fue la venta de cargos (venalidad) como fórmula para conseguir dinero rápido en situaciones de emergencia. Apareció ya en reinados anteriores, pero fue Felipe II quien comenzó a utilizarla de forma alarmante. Se vendían, sobre todo, cargos de regidores de las ciudades, escribanías y otros oficios menores, pero también llegaron a venderse puestos en los mismos Consejos. Quienes compraban un cargo lo hacían en régimen hereditario, por lo que el rey cedía en la práctica parte del poder de nombrar a sus funcionarios. Pese a las protestas que suscitaba tal práctica, todos los reyes del siglo XVII la mantuvieron.
1.2. LA INTRODUCCIÓN DEL ARBITRISMO Y EL MERCANTILISMO
Una de las características mas acusadas del siglo XVII es la de la introducción en la vida europea de movimientos renovadores, como, en el caso de la economía los mercantilistas.
El mercantilismo fue un movimiento económico surgido en Francia, donde también recibió el nombre del colbertismo. Los mercantilistas pretendían el fortalecimiento del estado a través de la economía, su finalidad no era por tanto mejorar a la población. Para ello defendían una economía soportada en:
– la acumulación de oro y plata
– el desarrollo del comercio, especialmente el colonial, protegiendo en exclusiva sus colonias o ampliándolas.
– fortaleciendo el poder real, tanto político como económico a través de un mayor intervencionismo, lo que implicaba imponerse a nobleza y reinos
– mejorar la balanza de pagos reduciendo las exportaciones, para lo que se defendía una agresiva política fiscal consistente en cobrar fuertes impuestos aduaneros (aranceles) a los productos extranjeros.
En España el mercantilismo era defendido por los arbitristas, que como hemos dicho pretendían desde el análisis y la aplicación de reformas sacar al país de su atraso. Ellos comprendieron que uno de los problemas de la economía peninsular era un sistema comercial que exportaba materias primas (aceite, vino, arroz, aguardiente, lana) y se adquirían productos mucho más caros, manufacturas (paños, pertrechos navales, papel, productos de lujo). El déficit comercial se cubría con la plata de América, por lo que la riqueza del imperio colonial acababa en los bolsillos de los banqueros y los comerciantes europeos.
Estos problemas y la falta de competitividad de la economía española, así como su endeudamiento, se analizo por los arbitristas y se denuncio en las instituciones centrales, por comités de expertos o en las cortes. También denunciaron la excesiva presión fiscal, los abusos señoriales, la falta de inversión de los estamentos privilegiados, la manipulación de moneda y, sobre todo, insistían en la necesidad de que los monarcas iniciaran una política de paz que permitiera recuperarse a una Castilla sumida en un siglo largo de guerras europeas. Pero todas sus recomendaciones fueron desoídas ante la obsesión de los Austrias y de sus consejeros por la política de prestigio y de mantenimiento a toda costa de la herencia recibida.
Los arbitristas, al hilo de las temías mercantilistas que comenzaron a extenderse en Europa durante el siglo XVII, recomendaban la restricción de las importaciones de manufacturas y la protección de la artesanía, el saneamiento fiscal, la paz en Europa y el incremento del poder real en detrimento de nobles y reino. Pero, aunque se dictaron varias disposiciones que prohibían la importación de manufacturas y el uso de productos de lujo, las necesidades de la guerra impidieron en la práctica que se aplicaran.
Sólo a finales del siglo XVII, los ministros de Carlos II emprendieron una auténtica, aunque tímida, política mercantilista. En 1680 realizaron una drástica devaluación de la moneda. También promovieron el establecimiento de manufacturas y la llegada de técnicos extranjeros, e intentaron reducir los gastos de la corte y, con ellos, los impuestos. Pero eran pasos pequeños ante la magnitud del problema, por lo que estas medidas darían frutos en el siglo siguiente al unirse a las medidas borbónicas, pero no impidieron que al finalizar el siglo, España se encontrase arruinada.
2. EL INICIO DEL REINADO DE FELIPE IV
Hijo de Felipe III, Felipe IV asumió el trono, a la muerte de su padre en 1621, meses después de que la defenestración de Praga iniciará la guerra mas devastadora de la Europa moderna, la Guerra de los Treinta años.
Su carácter, propio de la familia, taciturno, inestable y débil, no era el adecuado para los tiempos a los que hubo de enfrentarse.
Nada más subir al trono concluía el periodo de vigencia del Tratado de Londres, con lo que las hostilidades con Inglaterra pronto se reabrirían, tanto por el enfrentamiento de ambos por la hegemonía europea, como por el control del comercio americano.
También terminaba la tregua de los 12 años lo que reabría la posibilidad de guerra con Holanda. En los Países Bajos el deseo de independencia no se había quebrado por el periodo de paz. En España los partidarios de la guerra estaban reafirmados en sus posiciones por la amenaza que una nueva potencia representaba para las posiciones Habsburgo en el centro de Europa, y por que el envalentonamiento holandés se traducía en continuas intromisiones y ataques a las colonias, especialmente portuguesas.
Precisamente esto ultimo dejaba abierto al joven rey un nuevo frente, el deseo portugués de independencia, tras ver la escasa rentabilidad de ser español, Castilla no les protegía de los Holandeses, sus guerras perjudicaban su comercio y sus instituciones estaban copadas por castellanos.
2.1. LA UNION DE ARMAS DE OLIVARES
El nuevo monarca entregó desde el principio la dirección del gobierno a su favorito, D. Gaspar de Guzman y Pimentel, conde-duque de Olivares, quien actuó durante veinte años en plena armonía con el rey, sin apenas discrepancias.
A diferencia de otros validos, Olivares quería el poder para gobernar. Su programa político no era muy novedoso en cuanto a sus objetivos: mantener la herencia dinástica y la reputación de la Monarquía, la hegemonía europea.
Eso implicaba, como de costumbre, supeditar los intereses de los reinos y la sociedad a los intereses expansionista de la monarquía, esto es a las necesidades diplomáticas y militares del rey.
Para conseguir los recursos necesarios, Olivares emprendió una reforma de la administración, que si resulto novedosa. El planteamiento era que la guerra exigía recursos y para ello se precisaba el resurgir de la economía y el aumento del poder real. Así, recuperó parte de las mercedes de los partidarios de Lerma y recortó gastos en la corte. También intentó evitar las emisiones de vellón y proteger la producción artesanal, medidas todas ellas arbitristas.
Pero la reforma más importante fue el proyecto de la Unión de Armas, que pretendía obligar a todos los reinos a contribuir a la defensa de la monarquía, y de esa forma fortalecer el poder absoluto del rey. Olivares presentó el proyecto en 1625, y en él proponía un ejército permanente compuesto de contingentes de cada reino, en función de la población y riqueza de cada uno de ellos. Además aumentar el poder real a costa de los fueros y crear unas cortes que expresaran la voz de los reinos y favoreciesen la uniformización y la coordinación de toda la monarquía.
Sin embargo, la idea suscitó una fuerte resistencia de los reinos, los cuales alegaban que sus fueros impedían el envío de soldados fuera del territorio, así como la situación de penuria económica. Las Cortes se enfrentaron a la Corona, sobre todo en Cataluña, donde incluso se negaron a aprobar nuevos servicios. Aunque la Unión de Armas se puso en marcha en Aragón y Valencia, finalmente resultaría un fracaso. De igual modo, la nobleza veía en Olivares una mezcla de visionario que con sus ideas podía hacer peligrar la monarquía y ambicioso que podría acabar con el poder del estamento en beneficio de su clan.
2.2. LA GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS
En medio de este contradictorio escenario la corona desarrollo su drama en una pavorosa guerra, en la quedemos enmarcar el ocaso de los Habsburgo (básico 17). tras la Defenestración de Praga, España entro en guerra en centroeuropea en apoyo de Austria, gobernada por el primo del rey, y amenazada por la rebelión de los príncipes protestantes. La intervención española en la guerra encendió la alarma en Europa ante el miedo a la expansión de España como en tiempos de Carlos. Ello unido al final de la vigencia de la Tregua de los 12 años y del Tratado de Londres y a los problemas a que antes aludíamos con Holanda y Portugal hacía imposible el cualquier acuerdo. Se iniciaba así un periodo de guerra que se iría complicando y se extendería durante medio siglo.
Poco después Dinamarca e Inglaterra entraban en la guerra del lado de los protestantes.
Durante los primeros años de la guerra, los Habsburgo llevaron la iniciativa en Europa y consiguieron mantener el control sobre buena parte de Alemania y sobre el camino español, el rosario de Estados que unían España con los Países Bajos. Así, en la década de los 20 Felipe IV consiguió una serie continuada de victorias: rechazo la invasión danesa en Alemania, conquistó Breda (en Flandes), derrotó a la armada inglesa enviada contra Cádiz y liberó Génova, asediada por los franceses. La euforia se apoderó del gobierno de Olivares, cuyas exigencias hicieron imposible llegar a un acuerdo con los holandeses, pese a la insistencia de algunos de los consejeros.
En 1626, perdía esa gran oportunidad, la guerra cambió de rumbo. Ese año apenas llegó plata, y al año siguiente la Corona anunció una nueva suspensión de pagos, que obligó a renegociar la deuda. En 1628 se produjo la captura de la flota de la plata por la armada holandesa en Cuba. Era la primera vez que esto ocurría y el impacto fue tremendo, no sólo porque dejaba a Felipe IV sin fondos, sino también porque los holandeses aprovecharon la plata para contraatacar en Flandes.
En 1629 estalló un nuevo conflicto, la guerra de Mantua, entre Francia y España, por la herencia del ducado. El fracaso de los tercios condujo en 1631 a la firma de la paz y a una retirada humillante para la Corona española.
En 1632 se produjo la entrada de Suecia en la guerra a favor de los protestantes. Los suecos ocuparon Baviera, el Estado católico más importante aliado de los Habsburgo. La reacción de éstos fue igualmente contundente: Madrid y Viena restablecieron su alianza militar, y en 1634 el ejército católico derrotó a los suecos en Nordlinguen.
Fue un espejismo, además la victoria alarmo aun más a los europeos ante la prepotencia y el poderío español.
Nordlinguen, llevó a la entrada de Francia en la guerra, en 1635. El valido de Luís XIII, el cardenal Richelieu, no estaba dispuesto a permitir que los territorios españoles bordearan por completo la frontera francesa.
Pronto la guerra dio un giro en contra de España. En 1637 los holandeses recuperaron Breda, y dos años más tarde tuvo lugar la decisiva derrota naval de las Dunas, donde la armada española fue destrozada por los holandeses.
2.3. LA CRISIS DE 1640
La derrota dio alas a los descontentos, incluso en España.
La monarquía estaba arruinada, el esfuerzo militar había aniquilado a España financiera, económica y demográficamente.
Al descontento de la población se unió el de los reinos más díscolos, como Portugal, Nápoles o Cataluña, que veían amenazadas sus economías y sus fueros, y que veían en la derrota el momento de debilidad propicio para conseguir la independencia.
Así, en 1640 se inicia un rosario de rebeliones de la nobleza y de los reinos. La sociedad clama contra el agotamiento económico, el pueblo contra las levas constantes, los reinos contra el derrumbe político, la aristocracia se rebela (Andalucía y Aragón) o abandona la corte oponiéndose al creciente autoritarismo de Olivares. El clima de enfrentamiento fue especialmente grave en Cataluña, donde el valido había fracasado de nuevo en su intento de implantar la Unión de Armas. Tras la entrada en guerra de Francia, la presencia de tropas castellanas acentuó la tensión, y en 1640 estallaron motines entre los campesinos de Gerona y los soldados que guardaban la frontera.
El día del Corpus Christi los segadores entraron en Barcelona, y el motín terminó con el asesinato del virrey y la huida de las autoridades. Era el Corpus de sangre, la rebelión catalana. Las cortes fueron disueltas y una junta se hizo con el principado. Ante la intervención de tropas castellanas el nuevo gobierno determino aceptar la soberanía de Francia. Un ejército francés entró en Cataluña, derrotó al castellano en Montjuich y en 1642 conquistó el Rosellón y Lérida.
En diciembre de 1640, mientras tanto, estallaba el levantamiento en Portugal. Los portugueses llevaban muchos años soportando la invasión holandesa en sus colonias sin que hubiera ayuda alguna por parte castellana. Rechazaban, además, la presencia de los castellanos en el gobierno del reino, así como los perjuicios que la guerra ocasionaba al comercio luso, vital para su economía. No veían, pues, ventaja alguna en continuar bajo la soberanía de los Habsburgo. Por eso la rebelión se extendió rápidamente, en torno a la casa de Braganza.
2.4. LA PAZ DE WESTAFALIA Y EL FINAL DEL REINADO
Las derrotas y las rebeliones doblegaron la voluntad del rey. Ordeno a Olivares que abandonara su cargo y marchara de Madrid e inicio las negociaciones con los protestantes. La monarquía, en un último esfuerzo había conseguido controlar entre 1643 y 1648 parte de Cataluña restableciendo su autoridad en Nápoles y Sicilia.
Pero la frustrante derrota ante los franco holandeses en Rocroi, impulsaron el definitivo tratado de paz.
En 1648, finalmente, los países en guerra, agotados, acordaron un alto al fuego, que acabó cristalizando en el congreso de paz de Westfalia. En él se consolidó el mapa religioso alemán y se reconocieron las conquistas de algunos principados frente a los Habsburgo. Francia obtenía varios de los territorios conquistados a los españoles. En el acuerdo firmado en Munster con los holandeses, Felipe IV reconocía la independencia de las Provincias Unidas y admitía las posiciones conquistadas por ellas en las colonias portuguesas, aunque se negaba a admitir el libre comercio en sus propios territorios americanos. Ese trato discriminatorio no hizo sino acentuar el abismo que separaba a Portugal de la monarquía española. Además de las compensaciones financieras y territoriales, Felipe concedía a las potencias el navío de asiento, que permitía a estas comerciar en sus colonias, rompiendo el monopolio colonial propio de los sistemas mercantilistas.
2.5. LOS ULTIMOS AÑOS DE FELIPE IV
La paz con los holandeses permitió retirar las tropas de los Países Bajos y enviarlas a Cataluña. En 1652 las tropas castellanas entraron en Barcelona. Al fin de la rebelión contribuyeron el cansancio, los efectos de la peste y el descontento que la soberanía francesa había suscitado en Cataluña. Para Francia el principado sólo había sido una fuente de recursos fiscales y un frente secundario, idóneo para distraer a las fuerzas castellanas. La actitud de Felipe IV de evitar represalias generalizadas y de respetar los fueros catalanes facilitó la pacificación.
La guerra con Francia y Portugal continuaba, cuando en 1654 se abrió un nuevo frente, al exigir Inglaterra la apertura de las colonias de América al libre comercio. Sin previa declaración de guerra, la armada inglesa atacó los puertos del Caribe y, aunque no pudo tomarlos, los ingleses se apoderaron de Jamaica en 1655. En los años siguientes, franceses e ingleses coordinaron sus operaciones. Una serie de derrotas sucesivas, incluida la captura de la flota de la plata en dos ocasiones, llevaron finalmente a Felipe IV, sin recursos y con los reinos agotados, a aceptar la negociación.
La Paz de los Pirineos de 1659 ponía fin a la guerra con Francia, a la que se cedían el Rosellón y la Cerdaña y algunas plazas de los Países Bajos. Además, se pactaba el matrimonio de una infanta española con Luís XIV (origen de la llegada de los Borbones al trono a fines de siglo, con Felipe V).
Felipe IV concentró todo el esfuerzo de guerra en intentar recuperar Portugal. Pero ya era tarde: los portugueses habían afianzado su independencia y en 1661 firmaron una alianza militar con Inglaterra. Se sucedieron nuevas derrotas frente a los portugueses hasta que en 1668, ya en el reinado de Carlos II, se firmó la paz definitiva, con el reconocimiento de la independencia de Portugal.
2.6. LA CRISIS DE LA MONARQUIA DE LOS HABSBURGOS
La crisis de la monarquía española de los Habsburgo se inicia bajo el reinado de Felipe II, motivada por el agotamiento militar y la crisis económica asociada al modelo económico (depredador) y a la revolución de los precios. Sin embargo, el fenómeno se desarrolla principalmente durante el siglo XVII. Son varios los motivos:
– La crisis demográfica motivada por la expulsión de los moriscos, las epidemias, las levas y la emigración.
– La crisis económica asociada a la inflación, la baja producción, la crisis agraria del XVII, el escaso mercado e inversión, la decadencia de la manufactura ( por las causa anteriores) y el colapso del comercio, en parte por los precios, en parte por la caída de la producción y en parte por las guerras que afectaban a las líneas comerciales.
– La decadencia política. La falta de reyes de carácter, la falta de proyecto político, la insolidaridad de los reinos y el fracaso de las reformas (arbitristas y Unión de Armas).
– La crisis de 1640. Primero por la derrota en la Guerra de los Treinta años ante las potencias protestantes y Francia, y el subsiguiente tratado de Westfalia, (que nos hizo perder territorios, provoco el navío de asiento y multiplico el déficit de la corona), y después por las rebeliones internas que se produjeron aprovechando esa coyuntura de debilidad del rey y que pretendían afianzar los privilegios territoriales y acabar con los planes de Olivares. Ello provocaría un importante conflicto civil de desgaste y la perdida de territorios como Portugal.
La crisis de prolongaría durante el reinado de Carlos II, en al ámbito económico, donde los validos de fines de siglo poco pudieron hacer, y en el militar donde el rey cosecharía continuos fracasos ante Holanda y Francia que ratificarían en los Tratados de Riswyck y Los Pirineos nuevas perdidas territoriales.
1. EL REINADO DE CARLOS II
Fue un rey débil y enfermizo ( 1665-1700) atormentado y desequilibrado, manejado por la corte y su madre la regente Mariana de Austria, que accedió al trono en medio de la derrota, la bancarrota y todo ello con 4 años de edad.
Su gobierno representa dos ciclos marcado por dos grupos de validos bastante diferentes.
2. EL CICLO NEGRO
Entre 1665 y 1679 se caracteriza por la postración económica y las luchas por el poder entre don Juan José de Austria, hijo ilegítimo de Felipe IV, pero apoyado por una buena parte de la aristocracia que veían en él el jefe militar y el hombre fuerte que el rey no era, y los favoritos de la regente, el padre Nithard (1665-1669) y Fernando Valenzuela (1670-1676). Don Juan José se valió del respaldo de Aragón, a donde fue enviado como gobernador militar, para organizar un golpe de estado y entrar con un ejército en Madrid en 1677, obligando a Carlos II a expulsar a Valenzuela. El golpe significó el triunfo de la aristocracia y la recuperación del control del gobierno por los grandes, a la vez que los reinos fortalecían sus fueros, lo que dio nombre a esta etapa: el neoforalismo.
Algunos de los validos siguientes intentaron aplicar alguna medida arbitrista, tales como reducir los impuestos para reactivar la economía de los reinos. Pero los intereses enfrentados de la aristocracia y de las ciudades, y las continuas agresiones francesas que obligaban a mantener los gastos de guerra, hicieron imposible llevar adelante estas medidas.
3. EL CICLO GRIS
En 1680, en un contexto internacional que tendía a pacificarse y estabilizarse, llega al poder el duque de Medinaceli.
Ese año se dictó un decreto de devaluación de la moneda de vellón que buscaba equiparar su valor con el que realmente tenía en el mercado. El impacto fue brutal, porque empobreció bruscamente a quienes tenían su dinero en moneda de cobre, pero terminó con las subidas de precios y permitió estabilizar la moneda, iniciándose a partir de entonces una lenta recuperación del comercio. También se reorganizó la recaudación de impuestos y se recortaron los gastos, lo que permitió rebajar la presión fiscal. Por fin se establecía un presupuesto y se racionalizaba la administración y la hacienda.
A partir de 1685, el conde de Oropesa, quien sustituyó a Medinaceli, estableció un presupuesto fijo para los gastos de la Corte, y se dictaron normas para promover la creación de manufacturas y para favorecer la llegada de inversores extranjeros. Se inició entonces una lenta recuperación económica, más marcada en la periferia, y sobre todo en Cataluña.
4. Caracteres generales del siglo XVII
Parte de este éxito hay que asociarlo a estos dos ministros arbitristas, pero también a la situación internacional.
El país abandono sus sueños de gloria, centrándose en mantener el control del Mediterráneo occidental y la carrera de Indias.
En la primera parte del reinado, la debilidad militar, sin embargo, fue aprovechada por la Francia de Luís XIV, que a lo largo de todo el periodo emprendió una política agresiva encaminada a ampliar sus dominios.
Cuatro guerras sucesivas con Francia obligaron a España a ceder buena parte de sus territorios, dejando aislados a los Países Bajos. En los años finales del siglo, incluso Cataluña fue atacada. Pero la monarquía española contó con el apoyo de Inglaterra y Holanda, que no aceptaban la expansión francesa, lo que, unido al interés de Francia en la sucesión española, permitió que en la Paz de Ryswijk (1697) Luís XIV devolviera buena parte de sus conquistas.
De hecho, los últimos años del reinado están presididos por las tensiones suscitadas por el problema sucesorio. La imposibilidad de Carlos II, cada vez más enfermo, de tener un heredero multiplicó el interés de las cortes europeas por la Corona española. No sólo estaba en juego el conjunto de los reinos peninsulares y las posesiones en Italia y los Países Bajos, sino también el imperio colonial.
A partir de 1697, dos candidaturas se disputaban el trono: la del archiduque Carlos de Habsburgo y la de Felipe de Anjou, nieto de Luís XIV y candidato borbónico. Carlos II moría en noviembre de 1700, un mes después de firmar un testamento que dejaba la Corona al segundo de ellos.
4.1. La evolución demográfica
Desde el punto de vista demográfico, el siglo XVII es un periodo de estancamiento y regresión. Los primeros signos de crisis aparecen en Castilla en la década de 1590, y se prolongaron durante la primera mitad del siglo. Pero a partir de 1650 comenzó un lento proceso de recuperación. Al terminar el siglo XVII había una población de entre 7 y 8 millones de habitantes para todos los reinos españoles, algo inferior a la que había en 1600, aunque es difícil dar una cifra exacta.
La depresión demográfica no fue uniforme. Actuó de forma especial sobre la Meseta, en donde muchos núcleos rurales fueron abandonados. También se despoblaron muchas ciudades. El descenso de población fue igualmente acusado en la Baja Andalucía, en Extremadura y en el reino de Aragón.
Por el contrario, las zonas periféricas, como Cataluña, Valencia, la costa Cantábrica o Murcia, aunque acusaron el descenso, se recuperaron en la segunda mitad del siglo. En ellas la población tendió a concentrarse en las ciudades más importantes. El crecimiento de la población catalana fue especialmente significativo en las dos últimas décadas.
Las causas de la crisis demográfica son diversas. Estuvo, en primer lugar, la incidencia de las graves epidemias, sobre todo de la peste, que se presentó en forma de oleadas periódicas. Algunas de ellas tuvieron especial gravedad, como la de 1598-1602, que afectó sobre todo al norte peninsular y provocó cerca de 500.000 muertos.
Un segundo factor fue la crisis económica, que se tradujo en hambrunas y mortandades. La caída del comercio con el norte de Europa y con América también explica el descenso de población de algunas ciudades artesanales y portuarias, como Sevilla, Segovia o Cuenca. A ello se sumó la incidencia de la guerra, sobre todo a mediados del siglo, cuando se comenzó a hacer reclutas forzosas y algunas zonas, como la frontera con Portugal o Cataluña, se convirtieron en teatro de las operaciones militares.
La expulsión de los moriscos en 1609 tuvo una incidencia importante, sobre todo en los reinos de Valencia y Aragón, de donde emigraron la mayoría de ellos. Mientras que Valencia fue recuperando su población Aragón ya no pudo hacerlo, a causa de las duras condiciones señoriales, que no favorecían la llegada de nuevos colonos a las tierras abandonadas por los moriscos.
4.2. La crisis agraria
La caída demográfica está íntimamente relacionada con el descenso de la producción agrícola. La falta de mano de obra llevó a dejar sin cultivo las tierras menos productivas, al tiempo que la presión fiscal de la Corona y de los grandes señores empujaba a muchas familias a abandonar las zonas agrícolas. Hubo una sucesión constante de ciclos de malas cosechas, que entre 1630 y 1680 se suceden cada ocho o diez años, de forma continuada, y que provocaron la falta de alimentos, la subida de los precios de los cereales y el hambre entre la población.
Sólo a partir de la década de 1680 se inicia una recuperación agrícola, más intensa en aquellas zonas en las que se había emprendido una cierta especialización de cultivos: se introdujo el maíz en la costa cantábrica, aumentó la producción olivarera en el sur y se extendió el viñedo en Andalucía, Rioja y, sobre todo, Cataluña, en donde buena parte de la producción se destinaba a la exportación.
También hubo una fuerte caída de la producción lanar. La cabaña ganadera de la Mesta pasó de 3 a 2 millones de cabezas a lo largo del siglo XVII. La guerra contra los holandeses, primero, y más tarde contra Inglaterra, provocó una drástica caída de la exportación de lana, y aunque en la segunda mitad del siglo la producción aumentó, no llegó a alcanzar las cifras del siglo XVI.
4.3. La producción artesanal
La artesanía también acusó los efectos de la crisis. Aunque no afectó a todos los sectores, sí golpeó a los de mayor peso: el textil, la metalurgia y la construcción naval, por lo que las consecuencias fueron graves: pérdida de empleos, atraso tecnológico y dependencia de productos extranjeros.
La producción de paños de las ciudades de la Meseta experimentó una caída progresiva desde finales del siglo XVI. La disminución de la capacidad de compra entre campesinos y trabajadores urbanos, sumadas a la competencia de los paños extranjeros, provocó la desaparición de numerosos talleres. Estaba, además, la resistencia de los gremios a las innovaciones y la competencia de los mercaderes fabricantes de paños, comerciantes que entregaban la materia prima a los campesinos para transformarla y que competían contra los talleres urbanos sacando la producción a las zonas agrarias.
La producción minera y la fabricación de hierro mantuvieron su prosperidad durante las primeras décadas del siglo XVII, en parte gracias a la demanda de armas para el ejército.
Pero la competencia extranjera y la falta de desarrollo técnico, unidas a los precios poco competitivos, hicieron que poco a poco disminuyera la producción y muchas ferrerías desaparecieran, sobre todo las del País Vasco.
Lo mismo ocurrió con la construcción naval, que se mantuvo pujante durante la primera mitad del siglo gracias a la demanda de barcos para la carrera de Indias y para la armada.
Pero las guerras europeas dificultaron la llegada de pertrechos navales (madera, cordaje, velas) que se traían del Báltico, por lo que los precios se dispararon. Además, se siguieron construyendo enormes y lentos galeones, en una etapa en la que los comerciantes preferían los barcos más ligeros y rápidos que ofertaban los astilleros holandeses y británicos. En la segunda mitad del siglo casi todos los barcos del comercio de Indias eran fabricados fuera de España, y la floreciente industria naval cántabra había entrado en una fase de fuerte decadencia.
4.4. La evolución del comercio
Se puede decir que la producción agrícola y artesanal se destinaba, en un noventa por ciento, al autoconsumo o, todo lo más, a un mercado de un radio máximo de diez o veinte kilómetros. La deficiente red de caminos, la falta de ríos navegables (salvo el Guadalquivir y el Ebro) y la escasa cantidad de moneda en manos de campesinos y trabajadores hacían imposible un comercio más expansivo. Por si fuera poco, todo el
I territorio peninsular continuaba plagado de aduanas que separaban entre sí a cada uno de los reinos, y a veces a partes de ellos, como entre Castilla, Vizcaya y Navarra. El resultado era un encarecimiento de los precios que únicamente podían afrontar los productos de lujo, que no suponían más del 1% del total de la producción.
Sólo el abastecimiento de las grandes ciudades y el comercio marítimo justificaban importante operaciones comerciales. Los comerciantes y banqueros se concentraban en las ciudades costeras, sobre todo en Barcelona, Valencia, Sevilla, Lisboa y Bilbao. Un lugar destacado lo ocupaba el comercio con las colonias, que aún era monopolio efectivo de Castilla y que atraía la actividad de numerosas compañías asentadas en Sevilla.
El volumen del comercio, no obstante, se resintió de forma notable a lo largo del siglo XVII. La situación de guerra convertía a los barcos mercantes en objetivo del enemigo y de los corsarios. Además, la piratería aumentó de forma espectacular, sobre todo en las costas de América.
Un segundo motivo de la crisis comercial era la constante manipulación de la moneda. Los gobiernos recurrieron a fabricar moneda de vellón, sin plata o con muy poca mezcla, reservando ésta para sus gastos militares en las guerras europeas. El resultado fue una devaluación continua de la moneda, que sembró la desconfianza y provocó subidas bruscas de los precios cada vez que una nueva emisión de vellón entraba en circulación. Los comerciantes comenzaron a exigir moneda extranjera para cobrar sus ventas. Además, en la larga etapa bélica de los años que van de 1630 a 1665 fue frecuente que la Corona confiscara la plata que se traía de América, lo que produjo un aumento del contrabando para ocultar la plata traída de las colonias.
4.5. El giro en la economía colonial
Pero las razones principales de la decadencia comercial hay que buscar- .
las en el cambio que se produjo en la economía americana. A partir de finales del siglo XVI, tanto en Nueva España como en el Pero la falta de mano de obra llevó a sustituir las encomiendas por el sistema de haciendas y plantaciones, grandes propiedades trabajadas por hombres libres, pero también por esclavos. Aumentó la producción agrícola y artesanal, y comenzó a desarrollarse el intercambio interno de productos, pese a las prohibiciones de las autoridades españolas, que lógicamente no querían una economía interna americana independiente de la peninsular. Cada vez más, América se autoabastecía de numerosos productos, lo que hacía descender las importaciones de alimentos y manufacturas españolas.
Además, se produjo una caída progresiva de la producción de plata, de tal forma que las remesas que se enviaban a la Península fueron disminuyendo de forma considerable a partir de la década de 1620.
Por otro lado, estaba la competencia extranjera. Desde comienzos del siglo XVI se agudizó la penetración de comerciantes extranjeros en América. Las autoridades americanas poco podían hacer para impedirlo, porque no tenían medios para controlar toda la costa, y además los barcos holandeses, ingleses y franceses traían productos necesarios para los colonos. Las guerras incentivaron el contrabando, porque no sólo se cuestionó el monopolio español, sino que la introducción directa de mercancías se convirtió en una forma de guerra comercial que perjudicaba a la monarquía española y
fue promovida por los gobiernos europeos.
El gobierno español comenzó a admitir, por irremediable, la presencia europea en América, pero también en los puertos españoles, pese a que sucesivas órdenes y pragmáticas pretendían prohibirla o restringirla. En las décadas finales del siglo XVII la mayor parte de los barcos, mercancías y comerciantes que hacían la carrera de Indias procedían de Holanda, Francia e Inglaterra.
4.6. Arbitrismo y mercantilismo
La economía peninsular estaba basada en un sistema de producción dependiente. Se exportaban, básicamente, alimentos y materias primas: aceite, vino, arroz, aguardientes, lana. A cambio, se importaban manufacturas: paños, pertrechos navales, papel, productos de lujo, etc. Como el valor de las importaciones era mucho más alto que el de las exportaciones, la diferencia se tenía que cubrir con la plata que venía de América. Además, Castilla se convirtió en un mercado de tránsito de productos europeos hacia América y de productos coloniales hacia el continente europeo. El resultado fue que la riqueza de las colonias no se quedaba en la Península.
Los problemas que presentaba la economía peninsular y los derivados de la creciente competencia extranjera fueron analizados y denunciados por los Consejos de gobierno, por las Cortes y por expertos independientes, llamados arbitristas. Éstos denunciaban la excesiva presión fiscal, los abusos señoriales, la falta de inversión de los estamentos privilegiados, la manipulación de moneda y, sobre todo, insistían en la necesidad de que los monarcas iniciaran una política de paz que permitiera recuperarse a una Castilla sumida en un siglo largo de guerras europeas. Pero todas sus recomendaciones caían en saco roto ante la obsesión de los Austrias y de sus consejeros por la política de prestigio y de mantenimiento a toda costa de la herencia recibida.
Los arbitristas, al hilo de las temías mercantilistas que comenzaron a extenderse en Europa durante el siglo XVII, recomendaban la restricción de las importaciones de manufacturas y la protección de la artesanía. Pero, aunque se dictaron varias disposiciones que prohibían la importación de manufacturas y el uso de productos de lujo, las necesidades de la guerra impidieron en la práctica que se aplicaran.
Sólo a finales del siglo XVII, los ministros de Carlos 11 emprendieron una auténtica, aunque tímida, política mercantilista. En 1680 realizaron una drástica devaluación de la moneda. También promovieron el establecimiento de nuevas industrias y la llegada de técnicos extranjeros, e intentaron reducir los gastos de la corte y, con ellos, los impuestos. Pero, aunque hubo síntomas de recuperación, al terminar el siglo la situación de la economía española continuaba siendo de estancamiento y dependencia exterior.
4.7. La evolución social. Los estamentos privilegiados
La sociedad española del Barroco siguió siendo una sociedad estamental, marcada por los privilegios de nobles y eclesiásticos, y por la aspiración de quienes eran plebeyos al ascenso social.
La aristocracia aprovechó la debilidad de la Corona durante este siglo para recuperar su preeminencia política, su influencia y el dominio señorial mediante la compra de nuevas jurisdicciones y la presión sobre los campesinos. La crisis económica y la constante subida de precios del siglo XVI habían hecho disminuir sus ingresos, al tiempo que el derroche y el lujo de su elevado tren de vida hacían que, en algunos linajes, la situación financiera fuera bastante difícil.
A pesar de ello, todos los grupos sociales aspiraban al ennoblecimiento. Quienes acumulaban fortuna en la producción artesanal o en los negocios adquirían tierras y señoríos. A continuación fundaban un mayorazgo y solicitaban un título o compraban una hidalguía. Otras veces entraban en la nobleza a través del matrimonio.
Los monarcas del XVII recuperaron la costumbre de conceder mercedes por los servicios prestados a la Corona. Eso significaba otorgar títulos a plebeyos, pero también aumentar el número de Grandes y Títulos de Castilla, lo que provocaba las protestas de los linajes que habían recibido tal distinción en tiempos de Carlos V, celosos de preservar su exclusivismo social.
Ser noble implicaba la exención de impuestos y una serie de preeminencias sociales y judiciales, pero también traía consigo el abandono de las actividades mercantiles, que se consideraban impropias de la nobleza de sangre. Pese a las órdenes reales, que permitían a los nobles invertir su dinero sin menoscabo del prestigio, eran pocos los que lo hacían.
En cuanto al clero, siguió aumentando a lo largo del siglo XVII. Era una buena salida para los hijos segundones de la nobleza y de los grupos sociales enriquecidos, que ascendían directamente a los puestos más altos de la jerarquía. Para las clases populares, el ingreso en el sacerdocio o en un convento garantizaba unos ingresos mínimos, así como el disfrute de los privilegios jurídicos, fiscales y sociales del estamento. Eso explica la falta de vocación y el bajo nivel de formación de buena parte de los clérigos, continuamente denunciada.
La Iglesia mantuvo, en conjunto, su riqueza: poseía en torno a la sexta parte de las tierras cultivables (a menudo las mejores de cada comarca) y entre un 30% y un 50% de los inmuebles urbanos. Además de las rentas, percibía el diezmo de las cosechas pagado por todos los campesinos, y también los ingresos procedentes de misas, administración de sacramentos y donaciones múltiples, especialmente lucrativas en una sociedad muy sensible a las obras benéficas. El reparto
de tales rentas era muy desigual, y las diferencias entre diócesis y, dentro de cada una, entre las parroquias podían ser abismales.
A cambio, la Iglesia suministraba, a través de fundaciones, hospitales y colegios, una serie de servicios de asistencia social que el Estado de la época no cubría. Además, participaba en el sostenimiento de la monarquía y del esfuerzo de guerra mediante una serie de contribuciones voluntarias que, en conjunto, significaban una aportación decisiva a los ingresos de la Corona.
Imágenes La Razón