En estos días no son pocos los que se echan al monte para presenciar uno de los actos más mágicos del mundo animal. El momento en que los machos de muchas especies de ungulados gritan en la noche para atraer a las hembras, copular y crear una nueva generación de ciervos o de lo que se tercie. Pero es eso, un acto mágico de la naturaleza que tiene su sentido en el reino animal.
Lo ocurrido en el Ahuja el domingo pasado, un año más (un año más) tendría cabida en el reino animal si sus protagonistas, ellos y ellas, fueran animales irracionales. Sabiendo que se trata de seres dotados de inteligencia, raciocinio y cultura (hablamos además de universitarios) no tiene sentido, más allá de destruir la civilización de la que forman parte.
Se ha dicho de todo en estos días y no movido por escarnio, amarillismo o hacer daño, si no por pena, por tristeza de que la futura élite del país participe de instintos tan primitivos, ellos y ellas, que nos abocan a un mundo basado en la fuerza, la violencia y el dominio del hombre sobre la mujer, como en la Edad Media.
Como universitaria y como mujer lo ocurrido me preocupa en toda la dimensión del hecho, pero más allá de ese acto puntual e incalificable que hemos visto en las televisiones hasta la saciedad. Me preocupa que Colegio Mayor Elías Ahuja (solo de hombres) incluya limpieza de habitaciones en sus 1200€ mensuales y el Santa Mónica no, haciendo la limpieza las alumnas. ¿Por qué? Me preocupa que más allá de los tacos y las soeces toda la escenografía manifieste un contenido que incluya la sumisión, la violencia y el sexo como única forma de relación entre hombres y mujeres.
Y la excusa de la tradición no vale. Seguro que en nuestros días no admitiríamos la lucha a muerte de gladiadores, la quema de brujas (y hay unas cuantas) en la plaza del pueblo o el trabajo en régimen de esclavitud. Y en su día fueron tradiciones, pero hoy son incompatibles con nuestra inteligencia colectiva, lo que venimos a llamar cultura.
Menos aun me sirven las justificaciones de ellas, en base a no se que acuerdo o convenio de relación de amistad y que ellos las quieren mucho y cuidan de ellas. Eso dicen algunos hombres antes de casarse para luego matar a hostias a sus cónyuges.
Y es que el peor machismo es el de la mujer, o mejor dicho el de algunas mujeres que conciben la masculinidad asociada al dominio y la violencia, que adoran a ese tipo de hombres que rezuman hostilidad, que van de malos y que les adoran porque junto a ellos no las puede pasar nada. Nada a parte de que te den un golpe, te controlen el vestuario o con quien sales y que vayan anulando como personas hasta convertirte en un pequeño apéndice sin personalidad propias. Eso que los psicólogos llaman anulación.
El Ahuja ha sido siempre un colegio de señoritos. De universitarios de buena familia, de ideología diestra y maneras inconstitucionales, en sus fiestas, en sus novatadas y en su comportamiento cotidiano. Ese tipo de chulos que van por el mundo perdonando vidas. Y a algunas chicas ese tipo de hombre de éxito y sin límites las fascina. Les encanta, y ellos lo saben, que las toquen el culo, que las tires del pelo, que te manoseen cuando te han hecho mamarte y que te tengan todo el día agarradas como tu al bolso. Por que el resto es un seguro de vida, sea el muchacho un futuro notario, ingeniero o politicucho.
Yo no tengo la suerte de estudiar en un Colegio Mayor, porque mis padres no pueden pagarlo, y comparto un piso con tres chicos y otra chica, y a mi no me han llamado puta, ninfómana o zorra. Y convivimos muy bien, porque nos respetamos y nos tratamos como personas libres, independientemente del sexo que tengamos.
Muchas se imaginan que un violador o un marido supremacista surge de pronto, y no. Un maltratador de obra o palabra se educa a fuego lento en lugares como el Ahuja, ante la mirada fascinada y el aplauso atronador de mujeres como las Mónicas, o de otros colegios que tienen por única ley la violencia.
Otro día hablaremos de la labor de la iglesia en sus colegios mayores y en el descontrol en ese habitat “gobernado” por crios con menos autoridad que sus supuestos dirigidos.
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