Ingrid de Thule

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En mi infancia, en los húmedos domingos de Cantabria, solía hurtar a mis primos los tebeos del Capitán Trueno. Me escondía con ellos en el regazo de las cortinas de la galería, y bajo la luz del Cantábrico viajaba a lejanas tierras, sintiéndome Trueno junto a Sigrid de Thule. Siento que aquella recia mujer, enamorada e inmune al miedo o la rendición, fue una de mis maestras, una de tantas mujeres a las que he admirado, y a las que he intentado rendir tributo con mis actos. Mujeres, como Ingrid Betancourt, dibujadas con luz, y sombreadas por un horco que a ratos descarga su ira sobre nuestros más exaltados sueños, y a ratos difumina el candil que acercamos a la vida de los demás.

Fue en un tiempo presa de la esperanza de miles de personas que, en su Colombia natal, depositaron en aquella candidata presidencial la ilusión de vivir algún día en un país alejado de la violencia, en el que poder construir un futuro.

Hoy, auto exiliada en Inglaterra, es presa del alma herrumbrosa del desprecio de muchos de sus compatriotas, y ello tras sufrir el cautiverio de las FARC en lo profundo de las selvas americanas, y el rechazo de quienes la temen, en la espesura de los despachos de occidente.

A comienzos del año 2002, la violencia carcomía hasta sus cimientos a la sociedad colombiana. El entonces presidente Pastrana había dado por enterrada la posibilidad de una salida negociada a la larga guerra entre el estado y los grupos guerrilleros, ordenando a las fuerzas armadas la ocupación inmediata de la zona desmilitarizada de San Vicente de Caguán, una tierra neutral donde se habían desarrollado los esfuerzos de dialogo.

Avisada del giro de los acontecimientos, Ingrid, candidata presidencial de los verdes en aquel año, decide trasladarse a San Vicente desde la cercana localidad de Florencia, por vía terrestre, pese, parece ser, las advertencias de peligro de las unidades militares de la zona. Ingrid nunca llegó a su destino, permaneciendo en manos de la guerrilla durante 2.323 días.

Durante esos más de seis años, Ingrid sobrevivió a su calvario, simbolizando el drama humano de miles de secuestrados en Colombia y en toda América Latina, por la crueldad de las guerrillas y la dejación de los gobiernos.

En más de seis años intento la fuga de seis ocasiones, enfrentándose por ello a castigos y penalidades, que no quebraron ni un ápice su ánimo. Leía, discutía con sus secuestradores, escuchaba la radio, escribía, mantenía su dignidad y sus convicciones, pese a todo.

Como otros cientos de secuestrados, se vio sujeta a largas marchas por la selva, cruzando ríos y soportando fuertes lluvias. Problemas en sus huesos, infecciones, parasitosis, gusanos, avitaminosis e hipotrofia muscular por falta de proteínas. Pero decidió no morir. Amarrada con cadenas, degradada a un estado inferior al de un perro, siguió viva hasta su liberación por el ejército.

Es la historia de Ingrid y de casi 23.000 familias estigmatizadas y enterradas en vida en los últimos quince años. Una historia en la que ella es el rostro, pero solo una parte del problema. Un problema generado en primera instancia por la guerrilla, claro esta, que busca en estas acciones retener políticos y miembros de las fuerzas de seguridad, canjeables por guerrilleros, que busca publicidad para su “causa”, y que busca dinero, generalmente en operaciones indiscriminadas y multitudinarias, en las que realiza capturas masivas en autobuses, iglesias o mercados.

Son la base de un mundo anclado en el horror, donde los castigos físicos son cotidianos, y el culto a la violencia un mal nacional. Semanas sin comida, días enteros bajo la lluvia o meses atados a un árbol, son practicas cotidianas entre los secuestrados, a los que no se ahorra ningún trato inhumano, y cuyo único vinculo con el exterior son algunos programas de radio, como “Las voces del secuestro” o “La Carrilera de las Cinco”, dedicados a transmitir mensajes de sus familias.

Sin embargo, tampoco es mucho mejor el panorama en el otro lado. Las bases de injusticia social y política que han cebado desde su origen este conflicto no se han reparado, las instituciones colombianas no se han implicado ejemplarmente en la resolución del drama vital de estas familias, y la comunidad internacional ha mantenido una actitud timorata, cuando no pasiva, cuando no delictiva en esta situación, y especialmente en la de Ingrid, sacrificando los mas elementales principios humanitarios y de responsabilidad internacional por su interés de mantener en el poder a grupos políticos empleados como muro de contención del bolivarismo.

Un ejemplo. Junio de 2003, Francia, cuya nacionalidad posee Ingrid, decide intervenir, a través de una mediación que averigüe si se encuentra con vida, y facilite su liberación. Los protagonistas Pierre-Henri Guignard, director del Departamento de América Latina del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia y jefe adjunto de gabinete del canciller Dominique de Villepin, y el comandante Raúl Reyes, representante internacional de las FARC. Para los insurgentes, una excelente oportunidad de ser escuchados por un país miembro de la Unión Europea (UE) mostrándole “su versión de la problemática del pueblo colombiano”, muy distinta de la versión del gobierno.

Las pruebas que los guerrilleros aportasen de la existencia con vida de Ingrid resultarían, además, esenciales para negociaciones con las FARC que podrían, incluso, permitir un trato internacional distinto, incluso sacando a la organización del listado de grupos terroristas internacionales

Vía Ecuador, el grupo negociador francés se introdujo en Colombia, para encontrarse con Reyes en su cuartel de Putumayo, un extremo este, el de introducirse en Colombia, no presente en el acuerdo inicial, y desmentido por algunos. Pero la operación es descubierta por parte de los servicios secretos norteamericanos. El presidente Uribe, al tanto de la presencia francesa, maniobra rápidamente, anteponiendo la propaganda, o no se sabe que intereses, involucra a familiares de Betancourt y a la jerarquía de la Iglesia Católica colombiana, y hace abortar la operación.

La historia, muy confusa, que incluía a un grupo de operaciones especiales y una unidad aérea situada a la espera en Manaos (Brasil), la supuesta transmisión de las FARC a la iglesia del pésimo estado de salud de la secuestrada y el temor a una intervención militar, la manipulación de la familia por el gobierno de Uribe, y el desbarajuste de la diplomacia francesa, enredada en un mar de confusiones y deslealtades, quedó aun más en entredicho cuando dos meses después las fuerzas militares colombianas detuvieron al guerrillero Simón Trinidad, uno de los entonces negociadores en la frustrada liberación. Las FARC sostuvieron entonces que la detención de Trinidad frustró ”el encuentro previsto con representantes del gobierno francés con el propósito de hallar una solución definitiva al cautiverio de Ingrid Betancourt y demás prisioneros de guerra mediante el canje o intercambio humanitario”. Nunca ha habido una negación creíble a esta afirmación.

¿Quien puso más empeño en que Betancourt, ex senadora y candidata presidencial, no volviese nunca?. ¿Por qué el gobierno colombiano, y los servicios secretos americanos mantuvieron durante seis años una actitud ambigua y cómplice en la situación, inexplicable desde un punto de vista humanitario?.

Han pasado otros seis años. Acusada de megalomanía y victimismo Ingrid, tras ser liberada abandonó Colombia. Estos días presenta una novela “La línea azul” (Ed. Gallimard), mientras mira con ilusión el camino de paz y perdón que parece iniciar su país. Refugiada en Inglaterra, Ingrid repite hoy su rutina en aquellos días de cautiverio leer, meditar, escribir y escuchar el silencio.

“La línea azul”, es la historia de amor de Julia y Theo, en el marco de la represión y la tortura. Pero es también una reflexión sobre el destino y sobre la libertad, sobre nuestra capacidad de decidir, y nuestra necesidad de afrontar lo que no podemos cambiar en nuestras vidas. Una sutil metáfora de la historia de un continente construido en el secuestro de generaciones enteras, y no siempre por las guerrillas.

Pese a lo que os he contado, hoy muchos colombianos que critican el proceso de paz que acabó con el desarmen de las FARC, que trajo la paz. Precisamente en la Paz hablaremos de ello y del papel de los jóvenes y las mujeres en el fin de los conflictos con Fiorella Restrepo. Ya os contaremos

Imagen Clarin

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