La llegada de la pandemia global por COVID-19 ha sacudido los pilares fundamentales de nuestras sociedades, desenmascarando la vulnerabilidad de nuestro sistema económico y poniendo en jaque al tan preciado sector del turismo. Esta crisis sin precedentes ha propiciado que nos replanteemos no solo las bases de nuestras economías, sino también la forma en que concebimos la convivencia y las relaciones internacionales.
El turismo, motor impulsor de nuestra economía durante décadas, se ha convertido en la causa de nuestra propia decadencia. La sobreexplotación de los recursos naturales, la masificación de destinos turísticos y la dependencia económica de un solo sector han dejado al descubierto nuestras debilidades frente a situaciones adversas como la actual. Sin embargo, esta crisis se presenta como una oportunidad única para replantearnos definitivamente cómo queremos desarrollarnos como sociedad.
La economía turística ha sido durante años la principal fuente de ingresos de muchas ciudades y regiones, pero ahora es tiempo de cuestionar si ese modelo es sostenible y si realmente beneficia a todos por igual. Es momento de construir una economía diversificada y resiliente, adaptable a los cambios y capaz de garantizar la supervivencia de las generaciones futuras.
El turismo no puede ser el único motor de nuestras economías. Es hora de aprovechar nuestras fortalezas y orientarlas hacia otros sectores que pueden ofrecer oportunidades de crecimiento y desarrollo. La innovación, la tecnología, la educación y la investigación deben convertirse en pilares fundamentales de una economía más sólida y menos dependiente de factores externos.
La convivencia y la sostenibilidad también debe ser objeto de reflexión, algo que no ha ocurrido en las últimas decadas