Fierabrás era un gigante perverso, un malvado inquilino del odio. Pero D. Quijote, recio y firme en su recóndita lucidez nunca le tuvo miedo, como no le tuvo de cualquier otro gigante, por pequeño que apareciese a sus ojos, o a los de quien no mire lo que debe observar con el alma. Y ello por que la libertad y la razón son el mejor antídoto del miedo. De niños, cuando nuestro cuerpo es aun pequeño, pero nuestra mente es ya humana, siempre hemos manifestado nuestros miedos, signo del curso de nuestra madurez, y siempre la calidez de nuestros apegos ha ido desmontando esos miedos, haciéndonos ver que es preciso luchar con la razón, y no dejarse vencer por ese miedo. Martín Santos se preguntaba en su tiempo de silencio “para que queréis cerraros parpados con azules bolsas con pliegues, si gozáis todavía de la capacidad de ver de noche y asustar al que miráis cara a cara sabiendo que sabéis lo que el también sabe que habéis visto”. Ese es el sentimiento que permite que eolapaz, como un Fierabrás, vuelva cada año entre nosotros, pero no para asustar a los caballeros de escudo fiero, sino para embalsamar los malos humores y permitir la expresión de aquello que nos inquieta nos preocupa, nos inunda. Y sin miedo a ello. Vuelve el Fierabrás de todos, por que a la palabra se la escucha, se la contesta, pero no se la persigue.
Somos, en cualquier caso, la muestra de la realidad y el pensamiento de una comunidad educativa, no lo olvidemos. Eolapaz es grande, pero debe ante todo acoger en su seno la realidad que le circunda, no preferentemente otras. La vida en nuestro colegio, nuestros proyectos y anhelos, nuestros logros, lo rechazable de nuestra convivencia debe estar aquí, y aunque forme parte de nuestras vidas, no tanto lo ajeno a esta parte de ellas.
Hemos llegado hasta aquí en la búsqueda de nuestro futuro. Deseamos conseguir aquello que nos permitirá encauzar nuestra vida tal como nosotros la concebimos y deseamos. Pero también hemos de reconocer, que para el lugar donde vivimos somos una apuesta, también de futuro. Se ve en nosotros a quienes construirán el día a día de lo que nosotros queramos que sea lo que hoy nos acoge. En cualquier caso, todo ello, o una parte de estos deseos dependen de nuestro funcionamiento como comunidad. Los miembros de una comunidad educativa no somos simples sostenedores de lápiz y papeles, voraces consumidores de fotocopias y expectantes recibidores de boletines de notas. Nuestro trabajo es el pensamiento y la cultura, la interpretación del entorno, en todas sus aristas. Por ello nuestro colegio no puede convertirse en un fierabrado almacén. Pero tal como queramos ser, quedará dibujado por nuestra participación y nuestro esfuerzo común para conseguir una organización, unos servicios y una convivencia acorde a lo que precisamos. Seremos quienes deseemos ser, si somos capaces de serlo, y ello implica la participación, el respaldo a los representantes y el control de la gestión, que nos permitirá alcanzar objetivos imprescindibles.
Hemos
superado en estas semanas el esfuerzo y la tensión de los exámenes, que
esperamos nos deparen a todos la recompensa a un esfuerzo adecuadamente
valorado por nuestros profesores.