González y el mal

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He escuchado con suma atención las declaraciones de Felipe González en el programa de Carlos Alsina, con motivo de la declaración de constitucionalidad de la ley de Amnistía. González es una voz autorizada, cuya victoria electoral hace 43 años fue positiva para el país, pues enterró, hasta hoy, los fantasmas de la Guerra Civil, y permitió asumir con naturalidad una alternancia política que afianzó nuestra democracia. Opuesto a la ley de Amnistía y a los modos de gobierno de Sánchez, la descalificación de su persona y sus palabras es continua y por ello me parece relevante resaltar los logros de aquellos catorce años en que gobernó, años en los que se revolucionaron las infraestructuras, se generalizaron los servicios públicos, se sentaron los cimientos del saneamiento económico, con elevados sacrificios sociales, se consolido el complejo sistema democrático español, y se fortaleció la proyección internacional de España.

Pero la entrevista, que vuelve a revelar la clarividencia y las dotes políticas de este hombre, no es la primera que concede. Una poco anterior me produjo un escalofrió estremecedor en uno de sus pasajes. Con la sede de la soberanía popular asomada en un punto de fuga del plano, González abordo, con toda naturalidad, y ante una tímida y laxa pregunta del entrevistador, los turbios años de la guerra contra ETA, la llamada “Guerra Sucia”. Con toda cordialidad, el expresidente supo dar la vuelta al calcetín, afirmando sin sonrojo, que su gobierno acabó con las actividades ilícitas contra el terrorismo (no como Sánchez, que pacta con Bildu), que en realidad se habían iniciado en los gobiernos y etapas anteriores, y sentenció que cuando un estado opta por esa vía (luego es una opción) “la proporción es de veinte a uno”. A eso se le llama asumir con estilo los efectos colaterales de la guerra.

Se mostró conciliador con los condenados por aquellas tramas (Vera y Barrionuevo), recordando que la interpretación de ciertas sentencias, una del Tribunal de Estrasburgo al menos, determinan que los políticos de su gobierno condenados por corrupción, lo fueron sin pruebas, siendo meros chivos expiatorios de una persecución contra su persona. Y todo ello con una sonrisa. Una sonrisa abierta y acida. De esas que uno lanza acechante y desafiante ante cualquiera que le asalte o rebusque en su pasado, sabiéndose intocable. Y eso es lo que me resulta inquietante.

Las actividades del GAL, un grupo de matones dirigidos y financiados a espaldas del control parlamentario, y de toda ética democrática, durante los años 80 y 90, resultó una operación contra el terrorismo reprobable, diga lo que diga González, empleada ampliamente durante sus gobiernos, que afecto a las vidas de muchos inocentes (y no solo Segundo Marey) y que provocó un daño, hasta hoy, irreversible en la población vasca, pues ha permitido magnificar la idea del estado colonizador y opresivo, vinculado al icono del cuartel de la guardia civil de Intxaurondo y del general Galindo. Un daño que sostiene, contumazmente, un lecho de 150.000 votos entre los grupos radicales. Pero a González eso le da risa. La risa del impune. La risa del que te mira la cara de tonto que se te queda, mientras masculla “que ignorante eres, cuido de ti, y encima me críticas. Tu no entiendes de estos asuntos”. Me recordó su pose a la de Jack Nickolson en “A few good men”, la magnífica película de Rob Reiner, en la que se analiza el maquiavelismo de los militares americanos, dispuestos a justificar por cualquier medio su fin. Es curioso que años después de aquella cinta, ambientada en los turbios procedimientos de Guantánamo, Bush abriese allí la más escarnecedora cárcel que el mundo hoy conoce. Curioso, porque los manejos policiales que aquellos días del felipismo pudimos ver, aquel proceder a la argentina contra la subversión que ahora se nos vende, asomaron tímidamente el 12,13 y 14 de marzo de 2004. Solo asomaron. Bermúdez y del Olmo los devolvieron a la oscuridad de las catacumbas de interior.

Cerrado queda, y no cambio de tema, la herida del 11 de marzo. Y falta hace que el silencio nos inunde en este asunto, para facilitar así limpiar las heridas que en el alma han dejado tanto dolor de los asesinos y tanta miseria moral de quienes desde el banco azul o el incoloro, dibuja nuestros destinos. Comprendo, por cercanía personal, la larga travesía al vacío que recorrerán quienes aquel día se vieron desgarrados por un fantasma. Les debemos todos nuestro respeto, alejarles de luchas y recriminaciones. Les debemos una calma perdida y un silencio tal que solo puedan oír el corazón de aquellos a quienes amaban. Nada más. Pero eso es para ellos. Para el resto, tras ese silencio, el estado, no el gobierno, ni un partido, deben continuar, con firmeza y discreción, perseverando en el descubrimiento de la verdad, esa que tanto escriben los medios afines al gobierno estos días, para convencernos de que hemos llegado al final y que todo se acabó, pero que aún desconocemos. Alguien deberá limpiar, discretamente, el aire de los fantasmas que han quedado. Han quedado en el camino, como en los tristes días de los 90, decenas de sombras de un poder oculto, sembradas desde los medios de seguridad del estado, o quien sea, sombras retiradas tras los cadáveres de Leganes, tras los trapicheos de Lavapies, tras la nube de polvo y confusión levantada con su ignorancia y su avidez de revancha ciega por Losantos y compañía.

Cada vez esta más claro que nuestra modélica transición política, poco tiene de ello. Migramos de la dictadura al actual sistema en medio de un enjambre de calladas basuras escondidas bajo la alfombra y pactos de silencio que no comprometieran a nadie. Mantuvimos en el poder a gentes acostumbradas a manejos y maneras, poco acordes con los nuevos tiempos.

Como me comentaba hace unos días la periodista Elena Delgado, “en realidad poco sabemos de nuestra historia en los últimos treinta años, más allá de lo que vemos reflejado en un espejo”. Suárez fue lacerado por su propio partido, quizás por molestar en el reparto de poder pactado. En ese sentido, la escasa belicosidad e intervención de los gobiernos de Aznar en la corrupción socialista, es para meditar.

Todo ha ido bien, hasta que “algo” se salió del guion en marzo de 2004. “Algo” tras lo que un delirante Rodríguez Zapatero ha seguido improvisando diálogos, ante la desesperación del otro actor, los populares, que descabezados tras Aznar, no alcanzon a comprender el nuevo rumbo que tomaban los acontecimientos, ni a frenar la deriva de estos, a lo que ellos solo contribuyen con pataleos y una actitud desesperada por impotente. Y tras todo, las sombras de interior, como hace 20 años. Y tras ello González, con sus paternales llamadas al orden a Pedro. Y al fondo, la sonrisa de Felipe.

Este texto fue escrito en noviembre de 2007, solo hemos cambiado el contexto de la primera línea. Y sigue vigente.

Imagen El mundo

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