Uno de los temas que actualmente inundan el mundo del deporte es la homosexualidad en los campos de fútbol, o más bien la discriminación que los jugadores homosexuales deben de sufrir para no reconocerla, lo cual no es de extrañar en un deporte como el fútbol que en numerosas ocasiones ha servido de pretexto para hablar de los españoles como gente racista, xenófoba u homófoba, y no fortuitamente.
Son numerosos los entrenadores y jugadores compañeros que aseguran que la homosexualidad no esquiva al deporte rey, ya que éstos no dejan de ser hombres y a cualquiera le podría surgir ese gusto por las personas de su mismo género, sin embargo mucho más difícil, por no decir imposible es conocer cualquier jugador que reconozca su homosexualidad abiertamente sin ningún miedo a ser discriminado pues, si se hace el mono o se grita negro de mierda a un futbolista que a primera vista, como es obvio se puede observar que es negro, que no se gritará en un campo al salir un futbolista que haya reconocido su homosexualidad?
Tras un viaje a Inglaterra, escuché un comentario de una de mis amigas inglesas, que me decía que los españoles lo que pasaba era que éramos muy machistas y muy homófobos, este debate con gente que, en teoría tenía un punto de vista objetivo y desde fuera del tema, me produjo una frustración inmensa, pues yo no me encontraba identificado ni mucho menos con ese perfil, ni pensaba que en España nos caracterizásemos por ello.
Pero, el debate que el fútbol ha abierto sobre la homosexualidad en este deporte no me ha llevado sino a replantearme mi opinión sobre este tema, y quizá sea cierto que en España esos gritos discriminatorios hacia los negros en los campos de fútbol sean fruto de la enfermedad discriminatoria que los españoles sufrimos, y puede que también el sufrimiento de muchos futbolistas al reconocer su homosexualidad sea fruto del mismo, sin embargo también veo posible, e intento consolarme con que todos esos gritos provengan de colectivos fascistas que lamentablemente sean los que más se hacen oír y a los que a fuerza de escuchar hemos hecho callo.