De nada valen grandes logros de la humanidad si no hay quien mire en su interior para verificar que son humanos. Lo otro son fuegos de artificio. Ese fue el papel de Francisco Ayala (muerto hace 15 años), y el de los que como él dedican su vida a escribir y reflexionar.
Francisco Ayala había nacido en Granada en 1906. Con 16 años se trasladó a Madrid donde se licenciaría en derecho en 1929, alcanzando la cátedra de esa universidad en 1933. La guerra Civil, como para tantos otros intelectuales solo sirvió para señalar el camino del exilio, ante las persecuciones constantes contra la intelectualidad, durante y después del conflicto. En 1939 iniciaría en Argentina un periplo por Latinoamérica que le llevaría a trabajar en la Universidad de Puerto Rico y en diversas y prestigiosas universidades norteamericanas.
La amargura del exilio marcó su obra y su forma de ver el mundo, impulsando una carrera literaria que ya había comenzado antes, cuando en 1925 publico “Tragicomedia de un hombre sin espíritu”, obra a la que seguirían “Historia de un amanecer” (1926), “El boxeador y un ángel” (1929) y “Cazador en el alba” (1930). Su afán por conocer el mundo que le rodeaba y hacer participes a sus conciudadanos de esa mirada le había llevado al campo de la narración y del ensayo, e incluso de la narrativa breve, en la que es más apreciable el tema del exilio y el desarraigo forzoso del hombre, caso de “El hechizado” (1944), “La cabeza del cordero” (1949, donde aborda el tema morisco), “los usurpadores” (1949), “Historia de macacos (1955), “De raptos, violaciones y otras inconveniencias (1966) o “El jardín de las delicias” (1971). Su obra se completaría con sus novelas “Muertes de perro” (1958) o “El fondo del vaso” (1962). Y los ensayos, como “La estructura narrativa” (1970) y “Novela española actual” (1977). En todas esas obras, al margen de su estilo, carácter y temática, siempre se mantiene viva una misma raíz, la exaltación del intelectualismo, el escepticismo, la ironía, y el problema de la deshumanización, dentro de una profunda reflexión sobre la condición humana, en línea con lo aportado por otros intelectualistas y narradores de realismo crítico como Thomas Mann, Aldous Huxley y Ramón Pérez de Ayala. Y como fiel heredero del espíritu cervantino y el Siglo de Oro.
Pero si algo marcó la vida y obra de este testigo de la historia española fue a lo largo de sus 103 años, su vitalidad, su amor a la vida y su inquebrantable compromiso ético con el mundo y con su tiempo, tarea a la que dedico su vida, su prestigio y su obra.
Ha sido, por otra parte, de los pocos talentos reconocidos en vida, por su calidad y sus valores morales, como parte de una reducida humanidad empeñada en despertar el alma dormida del hombre. Fruto de ello, los reconocimientos ocupan una larga lista. El éxito de su revista literaria “La Torre”, fundada en Puerto Rico en 1950, los doctorados, como el concedido por la Universidad Northwesternde Illinois en 1977, el nombramiento como académico de la Lengua para el sillón “Z” (1983), la importancia cultural de su fundación, los homenajes del Ministerio de Cultura, del Círculo de Bellas Artes de Madrid , de la Asociación de Prensa de Madrid, de la Real Academia Española de la Lengua, del Instituto Cervantes de Nueva York, el Hay de la Alhambrao los premios Nacional de las Letras, Príncipe de Asturias, Cervantes o el de las Letras Andaluzas.
Su obra esta marcada por un siglo convulso, que marco trágicamente a su familia y a toda la sociedad mundial, en una época donde la naturaleza del hombre quedo herida a través de guerras, genocidios y visiones políticas totalitarias, que hasta bien entrado el siglo han marcado la vida de miles de personas. Comprometido con la época que le tocó vivir y dotado de una inmensa lucidez y de una curiosidad inagotable, Ayala observó, analizó y reflexionó para el futuro sin quebrarse su espíritu ni su determinación por las adversidades que le tocó vivir, aportando a la humanidad importantes lecciones. Vivió el hundimiento de la monarquía de Alfonso XIII, el totalitarismo de Primo de Rivera, la proclamación de la II República, la Guerra Civil, el prolongado exilio y los cambios que experimentó el mundo tras la Segunda Guerra Mundial. Ayala viajó en 1929 a Berlín con una beca de ampliación de estudios, y en los dos años que estuvo en la capital alemana asistió a la afloración del nazismo. En Alemania se encontró con “la descomposición del Estado liberal y con la extensión de una sociedad de masas que, bien manipulada por los nuevos medios de control ideológico, estaba derivando en el totalitarismo nazi.
Con su inmensa lucidez, Ayala vio venir la catástrofe que se avecinaba en Europa y lo reflejó, entre otras obras en el prólogo de la traducción que hizo en 1934 del libro Teoría de la Constitución, de Carl Schmitt.
En 1997, el autor inauguraba la “Caja de las Letras” en la antigua cámara acorazada de la sede central del Instituto Cervantes, lugar donde depositaria un legado secreto y una carta manuscrita, que podrá conocerse dentro de 50, entonces conoceremos su penúltima lección.
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