La tragedia ha traído en los últimos días a los Kawéscar a las portadas de la actualidad. Alberto Achacaz Walakial, uno de los últimos miembros de esta ancestral etnia de la América austral moría en la Patagonia Chilena de una infección masiva.
Alberto se encontraba hospitalizado desde el mes de junio, fruto de la situación de abandono en la que viven los últimos miembros de los grupos indígenas americanos. A sus 79 años, Alberto se encontraba deshidratado y con un grave deterioro físico.
Aunque las instituciones han negado que estos indígenas se encuentren abandonados, lo cierto es que la falta de protección y la inadaptación a la modernidad están causando más estragos en esta población que los latifundistas del XIX, que, con tal de quedarse con sus cazaderos, pagaban a los cazadores de indígenas por matarlos.
Alberto había sufrido un gran declive desde que enviudara en 1999, sufriendo posteriormente un atropello que disminuyó notablemente su movilidad. En los últimos tiempos su hija había denunciado la faltade condiciones de su vivienda y la poca atención que la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena le prestaba.
Los kawésqar, o “Nómadas del Mar”, residen desde tiempo inmemorial en la región del Estrecho de Magallanes. Ya a fines del XIX, este pueblo canonero había visto mermada su población hasta llegar a los 800 miembros, fruto de las matanzas de latifundistas que pagaban por una terrible prueba de muerte, sus orejas. Ya en el siglo pasado la etnia, abrasada por la tuberculosis, el alcoholismo y las enfermedades venéreas se redujo a61 miembros. Hoy, una tímida reacción gubernamental ha elevado esta cultura a las 336 personas, aunque muy pocos puros.
Los Kawésqar formaban antaño el grupo de los fueguinos, junto a onas, yaganes y alacalufes, y con ellos se perderá, probablemente, un gran legado cultural de lengua, tradiciones, antiguas leyendas, visión del mundo y hechos de su vida de “nómades del mar”.
Los Kawésqar o alacalufes septentrionales abandonaron por la presión colonizadora el archipiélago patagónico occidental asentándose en 1936 en Puerto Edén (Chile), reduciendo su zona de nomadismo a una estrecha zona entre la boca meridional que conduce al canal Sarmiento y el Golfo de Penas, en la Patagonia occidental.
Edén era entonces una base de hidroaviones de la Fuerza Aérea Chilena, desde la que partía la línea de comunicación aérea entre Puerto Montt con Punta Arenas. Los kawésqar encontraron allí un lugar donde obtener vituallas y mercancías, por lo que se fueron instalando junto a la base, dela que obtendrían pronto protección. Pero el contacto les influyó, sus tiendas dieron paso a casetas de madera y lata, lo que facilito el hacinamiento los incendios. La llegada de colonos y de empresas dedicadas a la explotación del medio, llevo al gobierno a la creación de aldeas más organizadas. Los kawésqares integraron como mano de obra en la nueva economía, pasando a vivir en núcleos de aparente ordenación lineal. El carácter nómada y familiar había desaparecido.
La presión de la vida occidental y la industria fue arrinconándoles lo largo del siglo XX, acabando con muchas comunidades, o empujando a otras al mestizaje y la ciudad, lo que arraso su cultura. Las mujeres comenzaron a unirse en matrimonio con individuos de otras razas, especialmente blancos o huilliches mestizos, con lo que perdió el papel aglutinador del grupo.
Las pocas comunidades puras que aún persisten están en la actualidad muy envejecidas, pues los jóvenes, en vista del poco futuro que su vida les deparaba, se han vinculado a la vida occidental. Los puros, como Alberto, siguen dedicados a la recolección preparación de la cholga seca o extracción de centollas y ostiones.
La organización social sigue siendo familiar extensa, con ausencia clanes y jefes. Para los kawésqar, ellos son hijos de la mujer sol. En realidad son un pueblo de origen asiático, que en la última glaciación se adentraron en América por el norte, asentándose posteriormente en el Estrecho de Magallanes, donde esta datado un primer asentamiento en Marazzi, que data del 7.640 a C.
Vivian en los fiordos y canales de la América Austral. Con sus canoas recorrían la Tierra del Fuego, cazando lobos marinos, nutrias, focas y ballenas, que junto a la recolección de frutos eran la base de su economía. Su vida era austera, y su vivienda un toldo desmontable cubierto con cueros de lobo marino. Eran gentes bajas, de tronco y brazos gruesos, largos y fuertes, y piernas cortas y débiles. Entre sus tradiciones más ancestrales estaba la pintura corporal hecha con una mezcla de tierra de color y grasa de foca, con loque se dibujaban líneas negras, rojas y blancas. Así, además de adornarse protegían su piel del frío y el viento helado.
Sus canoas, llamadas Kájef , se construían con corteza de árbol que se aplanaba bajo el agua, poniéndole grandes piedras encima. Luego les daban forma ablandándolas con fuego. Las cortezas así trabajadas eran cosidas posteriormente en espiral, con tiras vegetales que permitían unir las piezas. Para finalizar, la canoas se calafateaba con una mezcla de raíces barro.
Sus armas consistían en arpones, lanzas con puntas que se desprendían del arma tras hacer blanco en el animal luego de impactar al animal, piedras de mano, garrotes y boleadoras.
En esta primitiva sociedad, la mujer acompañaba al hombre en las partidas de caza, al tiempo que era la encargada de la organización doméstica.
Las mujeres podían unirse a los hombres en régimen de poligamia o poliandria. La poligamia acababa cuando el varón envejecía, enfermaba o se comportaba de forma maliciosa, en cuyo caso era abandonado por sus mujeres. En casos de larga ausencia del varón por caza u otras razones, la mujer se podía unir temporalmente otro hombre (poliandria).
También era posible al existencia de hombres botados, hombres abandonados por sus mujeres, o ancianos que eran parcialmente aceptados en la comunidad, pero que no participaba en las actividades comunes, o sólo ocasionalmente (partidas de caza, recolección de mariscos u obtención de leña y madera).
El derecho de propiedad apenas se entendía, fuera de la posesión de la tienda. Pero útiles básicos (herramientas, embarcaciones y armas) eran compartidos por la comunidad, así como las tareas recolección y caza. Ello hacia quela propiedad diera paso al llamado “c’as”, que consiste en un intercambio de objetos o alimentos entre el grupo de cazadores. Se trataba de un acto gratuito, un acto de correspondencia, de participación entre los individuos o la familia o el grupo.
Quizá uno de los grandes motivos que han llevado a los kawescar al borde de la extinción resida en su inocencia y su mimetismo cultural, basado en asumir que el hombre blanco es superior e imitable, lo que ha permitido la adopción de costumbres muy perniciosa para ellos (el alcohol) o la sumisión, comprensible, además en grupos que, al ser nómadas, carecían de un territorio que defender.
Ana María Belian
Estudiante de veterinaria, Las Piedras (Departamento de Colonia). República del Uruguay