Hemos vivido una semana intensa en cuanto a entregas de premios. Los Nóbel desde luego, son siempre, en ese sentido, el oscuro objeto de deseo del periodismo. Y eso porque hay ocasiones en que solo ratifican lo esperado y correcto, y otras abren la puerta a la discusión o la polémica. Dar el de economía a tres especialistas en desempleo es una decisión a medio camino entre el tirón de orejas a los gobiernos que nada hacen en el tema, y la constatación resignada de un drama. El de literatura era irremediable, dada la trayectoria del galardonado, pero un puntito provocador, dada la conocida posición conservadora del elegido. Lo del de la Paz ha sido de nota. Hemos pasado de las risas indignadas por el Nóbel de Obama del pasado año, al desconcierto en este.
Desconcierto, digo bien, porque la razón de este premio, y las circunstancias en que se conceden, sumen a cualquiera mínimamente sensible en la perplejidad. Occidente ha decidido dar un aviso al gigante chino, con timidez, con miedo, soplando de lejos, no sea que se vuelva y te dé un soplamocos.
Esta misma semana ha continuado el suma y sigue de desdichas del pueblo norcororeano, que ya ha encontrado rey comunista nuevo que administre su hambre y su miseria. Y todo con el parabién y el sostén del gobierno chino, sin cuyo apoyo, esa vergüenza mundial que es Corea del Norte no existiría. Y occidente protesta en bajo, y con voz aguda. Y para de contar. Esta misma semana, Dominique Strauss Kahn, director gerente del FMI, alertaba sobre la grave situación de los mercados de divisas por culpa de China. Los chinos mantienen cogidos por las gónadas a las potencias tradicionales con compras masivas de sus monedas, que almacenan con mimo, mientras llenan de yuanes el mercado. Objetivo, un yuan abundante y de poco valor, y unas monedas extranjeras escasas y caras. De esa forma, a China le resulta caro comprar en el extranjero, lo que anima el consumo interno de su propia producción y machaca las importaciones, a la vez que sus productos, baratos al cambio de moneda se exportan como churros. Algunos gobiernos se han hartado de esta situación artificial y han comenzado a jugar a lo mismo, pero con menos capacidad y poder. Se ha desatado una guerra de divisas feroz, que amenaza, en este delicado momento económico, con alterar gravemente los mercados internacionales.
Hace unos años Occidente habría puesto a cualquiera en su sitio. Hoy no, las potencias tradicionales son incapaces de imponer una autoridad que no tienen y deben aceptar que China imponga su ley en los mercados. Es cierto que los occidentales hemos hecho muchas barbaridades y que, aun hoy, mantenemos en los organismos internacionales y centros de poder una representación poco realista de los poderes reales de las llamadas potencias emergentes. Pero esto lleva camino de ser una dictadura. La marginación de Taiwán por imposición China, los fracasos en las políticas de sostenibilidad y lucha contra el cambio climático, la inadmisible pervivencia de la dictadura birmana (con otro Nóbel preso) la imposibilidad de frenar el rearme nuclear iraní, el oprobio del Tíbet, las matanzas de las minorías Uigures, y un largo etcétera pasan por lo que diga Pekín. En ese marco de circunstancias creemos ver algunos el Nóbel de Liu Xiaobo. Algo así como agredir con un grano de arroz a un elefante, como diría Confucio.
Liu es, a día de hoy, un ejemplo más de esa actitud de soberbia impune y descarada que representa el régimen chino. Un gobierno dictatorial que actúa sin compasión con su pueblo y con el medio ambiente, en aras del mantenimiento del poder de una minoría política que, ahora, cuenta con el apoyo de una élite económica criada al amparo del poder comunista. Ante esta situación, un grupo de románticos han decidido oponerse, un gesto testimonial dadas las circunstancias, y uno de ellos es Liu. El nuevo Nóbel es un experimentado líder político en las lides de ser humillado, condenado, torturado y encarcelado por motivos que en la Europa actual darían risa, si no fueran una tragedia.
La última causa de su caída en desgracia proviene de la redacción, firma y divulgación de la llamada “carta 08”, una petición, por parte de 303 intelectuales y artistas, al gobierno de Pekín de que este aplicara los derechos recogidos en la Constitución china, como la libertad de prensa y de expresión, el multipartidismo o la protección del medio ambiente. Un gesto, el de estos 303 ciudadanos, que en un país con 1600 millones de habitantes ha conseguido en estos años la adhesión de veinte mil conciudadanos más.
Muchos, aunque parezcan pocos, en un país donde la autoridad no se anda por las ramas a la hora de cortar protestas. Precisamente el documento del que os hablo está fuertemente inspirado en la llamada carta 77, que sería la base de la caída del régimen comunista checo en 1989, justo el año en que Liu abandono la comodidad de su cátedra neoyorkina, para, ya en su país, liderar la huelga de hambre, que a modo de preámbulo, inicio las protestas estudiantiles de la plaza de Tiananmen, como todos sabemos, una masacre.
Tras dos años de prisión por aquellos incidentes, Liu reincidió, y acumulo otra condena. Y luego otra, esta vez en un “campo de reeducación laboral” o “laogai”, donde lo único bueno sería conocer a su actual esposa, la poetisa “rebelde” Liu Xia.
Tras el Nóbel a la birmana y anti comunista Aung San Suu Kyi, y al jefe del gobierno tibetano en el exilio, el Dalai Lama, Pekín ya se había temido un gesto internacional de reprobación a su política, por lo que había amenazado a Oslo, y a todas las potencias, con esta eventualidad.
Es de reconocer que premiar de esta manera a un ciudadano chino rebelde, incomoda enormemente a las autoridades asiáticas, muy preocupadas desde hace tiempo por su imagen, vital para mantener la hegemonía en los mercados internacionales. Y lo es porque la hace aparecer ante inversores y consumidores, incluso ante quienes acogen a sus emigrantes, como un país mezquino, que deslocaliza sus industrias, masacra su empleo y actúa brutalmente con sus súbditos. Un mal cartel en nuestros globalizados mercados.
Las preguntas son, sin embargo, ¿qué pasará ahora?, y ¿que tiene de especial Liu?. ¿Por que Europa cayó ante la represión y las desapariciones de Guo Quan, Tan Zuoren, de Hu Jia o de Gao Zhisheng, y enaltece a Liu?.
Y es que, como ha denunciado Amnistía Internacional, el gesto con Liu solo tendrá efectos, y será real, “si genera mayor presión internacional sobre China para que libere a Liu y a otros numerosos prisioneros de conciencia que languidecen en las cárceles chinas por ejercer su derecho a la libertad de expresión”, en palabras de Catherine Barber, subdirectora para la región Asia-Pacífico de AI.
Todo parece indicar, incluso, que la concesión del premio ha venido precedida de discretas conversaciones para tranquilizar a China, y ante la necesidad, por Occidente, de un gesto que justifique ante su pueblo, su aparente apatía en el tema. La respuesta china ha sido clara y contundente. China ha atacado a Noruega, de cuyo comité depende este Nóbel, por premiar no a un activista por la paz, sino a un rebelde político (la respuesta ha sido que los derechos humanos y la paz son prerrequisito para la ‘fraternidad entre naciones’ de la cual escribió Alfred Nobel en su testamento)”. Y China ha tacado a China, incrementando la represión sobre disidentes y abogados, reforzado las restricciones en Internet y los medios de comunicación tradicionales y actuando sin contemplaciones contra los llamados “enemigos del estado”. Ciudadanos que se han enfrentado por igual al estado opresor chino, y de los que nadie habla, de Liu si.
Os hablo de activistas como Gao Yaojie, que lidera un movimiento contra las mafias. De Gao Zhiseng, que lucha contra las expropiaciones ilegales el partido comunista en sus megalómanos planes urbanísticos. De Chen Guangcheng, que lucha contra la política del hijo único y las esterilizaciones no consentidas de miles de mujeres. Os hablo de Zeng Jinyan, una mujer de armas tomar, de tan solo 23 años, que en su blog y con cuantos medios puede las desapariciones (entre ellas la de su marido). Hoy Zeng asiste junto a su marido a su enésimo arresto domiciliario, y todo por hacer frente al control absoluto que ejerce el partido comunista y sus adláteres en la vida del país.
La propia revista Time reconocía a esta mujer, hace un mes, su papel como una de las cien personas más influyentes del mundo, por su difusión en la red de las denuncias contra la falta de derechos en el país asiático. El Nóbel no. ¿Por qué?
No es muy distinto este del caso de Gao Yaojie, una profesora jubilada, ronca de denunciar la opresión y la arbitrariedad del régimen, los abusos de la policía o las violaciones de la seguridad y la dignidad de miles de chinos. Otra perseguida porque, en el argot del régimen, ataca la “armonía” del país, estos es, su “estabilidad”, abriendo un frente interno que puede afectar al gran objetivo político acelerar la marcha para situar a China en el puesto de superpotencia que consideran que le corresponde en el mundo, tanto económica como políticamente.
Pese a todo, los tiempos en que China era un fiel reflejo del “1984” de Orwell, parecen estar acabando. Muchos analistas reconocen que la democratización del país pasa por armar una sociedad civil aún muy débil, en cuya toma de conciencia están tomando mucho protagonismo los activistas que antes os describía. Muchos afirman que el actual primer ministro, Wen Jiabao, carece del carisma y la habilidad para mantener esa imagen idílica que se quiere transmitir de un país que vive una vida próspera y feliz. Y es así porque él es un liderazgo que se desmorona, bajo la tozudez de los disidentes. Y porque el Partido Comunista Chino (PCCh) es un viejo coche que va dejando piezas por el camino y Wen una marioneta que sin mandato popular solo puede forzar al país a reconocerlo por medio de la fuerza y las mentiras.
Pero, si es así, que no lo sé bien. ¿Por qué fortalecer a la oposición con este premio, a través de su líder más débil?. ¿Por qué?.