Uno de los grandes desconocidos para los interesados en el descubrir del alma humana, o la psique o lo que sea que nos alienta, en Carl Jung, el padre de la psicología analítica.
Jung es el padre de un concepto muy presente en nuestras vidas y sobre el que recapacitamos poco, “la sombra”, un lado oscuro y tenebroso de nuestro inconsciente, alimentado a diario con nuestras frustraciones, miedos y desavenencias con la vida, y que nos dice, cuando se manifiesta, cuan débiles somos, cuanto escondemos todos bajo la alfombra y cuantas cadenas frenan nuestro camino.
Por debajo de nuestra imagen, que no solo alimentamos nosotros y de la que a menudo somos esclavos, late la sombra. Con constancia, en silencio, presta a abordarnos en el momento más inoportuno, como aquella voz del esclavo del Cesar que reclinado en su oído recordaba al augusto dueño de Roma en sus triunfos y celebraciones, que solo era un mortal y que la victoria es pasajera.
No voy a negaros que estos días veo con tristeza como la sombra se apodera de Miguel Bose, uno de los ídolos de mi adolescencia más temprana. Uno de esos chicos guapos y sin límites que creaban el modelo de lo que en la vida real sería tu príncipe. Ese príncipe que te abrazaría a la salida del instituto te protegería de todo mal o te llevaría a él en locas aventuras.
Eso fue para mi Miguel, parte de mi banda sonora. Hoy la vida le ha arrumbado y aparece envejecido, afónico, cuestionado y ridiculizado como un mamarracho. Y él lo sabe, y se rebela contra ello en los últimos estertores de su carrera.
No descubro nada diciendo que su lenta caída a los infiernos vino de la mano de una juventud de niño rico incomprendido por su padre, que es el escudo en que ha convertido su libro autobiográfico. Cierto es que la separación de su pareja y de parte de sus hijos no ha sido la mejor manera para que un hombre mantenga su equilibrio personal y social. Y eso por no hablar de temas con los que es difícil lidiar. Sus excesos, la muerte de Bimba y la respuesta de las redes y tantas cosas que jalonan su biografía como la de cualquier otro mortal. Y es que siempre podemos escondernos en mil avatares que la vida nos depara, que a veces escondemos en nuestra sombra y parecen invisibles y un buen día estallan. Un día como otro cualquiera.
Pero el problema de Miguel es otro y es común. Es la decadencia. Decía en una entrevista a eolapaz el director teatral Albert Boadella que él no le tenía miedo a la muerte, pero si a la decadencia.
Miguel ha sido un luchador, un innovador toda su vida. Un hombre expuesto, si, pero acunado con placer en los comentarios, envidias, aplausos y bises pedidos por la gente y los medios. Y como tantos otros, cuando las luces del escenario comienzan a fundirse busca otro foco al que asirse y mantener el personaje en que se ha convertido. Ahora Miguel ya no canta, ni lanza proyectos, así que recurre a las tripas o a la paranoia de otros sobre una pandemia para que se hable de él, como si el silencio fuera la muerte. Y para quien nunca le ha oído, quizá.