Hoy el presidente del Parlamento Europeo, David Sassolia pedía la liberación inmediata del disidente cubano Guillermo Fariñas, premio Sàjarov del Parlamento Europeo en 2010, que sigue desde entonces encarcelado en Cuba.
La libertad de pensamiento es un derecho que no debe privarse a ninguna persona. Se cumplen 17 años de los días en que un movimiento pacífico de petición de derechos y libertades llevó a Cuba a una violenta represión, que acabó con 75 disidentes en la cárcel y algunos muertos no registrados. La leve condena internacional y la escasa presión hizo que la “Primavera negra” del 2003 dejara indemne el régimen castrista.
Siete años después, una nueva oleada de contestación se levantó en la isla. Pero en esta ocasión con elementos diferentes. El movimiento estaba contando con una actitud más decidida de la oposición, representada por la protesta de las llamadas “Damas de Blanco” o por disidentes como Guillermo Fariñas. Hoy tras la muerte de Castro, Cuba sigue sin regresar al mundo libre y los intentos de Obama para lograrlo han sido enterrados por Trump.
La muerte el 23 de febrero de 2010 disidente de Orlando Zapata tras una huelga de hambre de 86 días, ha recordado a otra muy similar que acabó en 1972 con la muerte de otro disidente Pedro Luis Boitel, a las que han seguido otras hasta hoy. Como entonces el régimen de Cuba ha demostrado mostrarse seguro con el apoyo exterior que recibe a través de regimenes como el boliviano, el nicaragüense o el venezolano, con la falta de convicción del mundo democrático para atreverse a tomar medidas claras y dejarse de monólogos que solo alimentan la fortaleza interna del gobierno, o con el poder incontestado de la gerontocracia del partido.
Sin embargo una mirada atenta a la situación hace ver claramente la diferencia. Estados que habían mostrado hasta hoy un apoyo claro y ciego, caso de Méjico, deseoso de usar el castrismo como línea de choque contra la influencia norteamericana, han decidido condenar al régimen de La Habana, en una medida sin precedentes. La UE, tradicionalmente tibia, ha mostrado, tras la pertinaz resistencia de Fariñas una actitud inequívoca en lo verbal.
A ello se une una cúpula directiva del régimen amenazada por una creciente contestación o apatía de una nueva generación. Jóvenes que no se criaron en Sierra Maestra, en los años de la revolución, y que se han visto sistemáticamente apartados del poder. Jóvenes que han recibido una formación que creó en ellos perspectivas de mejora y progreso pero que les mantiene como camareros del nuevo turismo de lujo, chicos de chapuzas o prostitutas. Jóvenes hartos de la cristiana resignación a la pobreza, y de depuraciones.
Hasta el núcleo duro de ese asilo en que se ha convertido el PCC, esta dividido, por las desavenencias con Castro II. Hasta la intelectualidad, que hasta ahora había hecho del castrismo un símbolo de un nuevo orden anti capitalista, acepta al fin lo insostenible de la situación en la isla, siendo un ejemplo de ello el repudio al régimen de personajes como el músico Pablo Milanés.
Quizá el signo más expresivo de ese lánguido decaer de la Habana sea hoy, más que la muerte de Orlando Zapata, la espectral figura de Guillermo Fariñas. Con 58 años, este psicólogo se encuentra en su 23 huelga de hambre, en este caso para denunciar la insoportable situación de 26 presos políticos. Antes, la lucha de Fariñas ha estado volcada en la denuncia de la corrupción, en la denuncia de la marginación de ciertas minorías o colectivos sociales, como los negros y mestizos, o contra la hipocresía de un partido comunista que oculta su historia, y no solo su presente, empeñado en ocultar y borrar la inmundicia de que los principales dirigentes del partido socialista popular (comunista) de Cuba, en el que ya tenia un puesto relevante Raúl Castro, fueron los principales apoyos para que el dictador Fulgencio Batista, contra el que luego lucharían, llegara al poder en 1948, como relata el escritor Carlos Manuel Pellecer en “útiles después de muertos”.
Hijo de uno de los lugartenientes del Che Guevara que había combatido en Congo, Guillermo “Coco” Fariñas había formado parte de las juventudes comunistas y recibido formación militar en Rusia, en la academia Tambov. Su inquebrantable y heredada fe en el castrismo recibio su primer golpe en 1980, cuando, como otros estudiantes de la Escuela Camilito, fue movilizado para intervenir como oficial y precadete, en la represión contra los disidentes de Mariel. En aquel inmundo puerto controlo y represalió a miles de cubanos dedicados a construir rudimentarias balsas con las que emprender un vergonzante éxodo, permitido y alentado por el gobierno, que llevo a miles de balseros a la muerte en el mar o al exilio en Florida, pero, en todo caso, a aliviar al régimen de compatriotas molestos, por rebeldes, contra la miseria a la que estaban condenadas sus vidas. Nueve años después, la muerte del general Ochoa, acusado de corrupción y narcotráfico, aunque en realidad ajusticiado por cantar las cuarenta a Fidel, termino mitigar la fiereza revolucionaria del Fariñas estudiante. “Fue un choque brutal comprender como vivían las gentes de mi país, tanto como comprobar la crueldad con la que actuaban las tropas cubanas en Angola, aquellas que iban a defender la libertad, o descubrir en mis viajes a la URSS los altos índices de corrupción, prostitución y alcoholismo, en una sociedad que se decía perfecta. El socialismo y no había resuelto una serie de problemas sociales en más de 70 años”.
Licenciado como psicólogo, y tras un breve destierro, por poco confiable, en la provincia de Santi Espíritu, Coco Fariñas encontró trabajo en La Habana. Elegido secretario del sindicato del Hospital Infantil por sus compañeros, iniciaría allí la lucha contra el régimen, en la persona de la directora del centro. Un ejemplo del orden cubano. La mujer robaba y vendía en el mercado negro las donaciones de la Unión Europea.
Escucha “Yolanda”, de Pablo Milanes, mientras repasa esa lucha, hasta hoy estéril, mientras musita todo aquello que le obsesiona, “El régimen aspira a que los que no soportamos el hedor de la falta de libertad y de la miseria nos vayamos, y abandonemos a su suerte a quienes quedan, pero no lo haremos”. Y es que Fariñas ha hecho del respeto de la vida humana por encima de cualquier ideología, su forma de vida en estos años. No esta dispuesto a que el 1984 de Orwell siga representándose cada día en Cuba, a que la historia se reinvente y la muerte se vista de liberación en su tierra, “La verdad puede estar coja, pero la mentira siempre está inválida”.
Pero sabe que solo, perdido en la oscuridad de su casa y en el silencio de su gobierno, la suya puede ser otra muerte lamentada, y poco después, archivada. De ahí que tras los últimos actos contra las damas de blanco y contra los disidentes, la oposición cubana reclame un imprescindible apoyo internacional que, en este momento, pasaría porque los jefes de Estado o países que han condenado la actitud de Cuba convoquen a Consejo de Seguridad de la ONU para que analice lo que esta ocurriendo, detenga el derramamiento de sangre y presione al gobierno hacia la transición. “No tengo miedo a morir, pero si a morir por nada”. Entregado a la historia, su vida ya no depende de Cuba, sino de nosotros.
Imágenes Univisión