COP se han convertido con el paso del tiempo en unas siglas de difícil traducción para los hispanohablantes y de difícil digestión para el resto de los habitantes de lo que va quedando de planeta.
Resulta evidente que hablar del clima es imprescindible, que es un problema que preocupa a los electores y que los políticos, como buenos recolectores de votos, se hacen votos y se reúnen en foros mediáticos de vez en cuando, para dar motivos a Greta montar sus shows. Y punto.
La cumbre de Glasgow pasará a la historia como una más. La última, de momento en las hemerotecas, y la que las más ha contribuido al cambio climático (que no a la lucha contra él) gracias al despliegue de vehículos emisores de CO2 en el primer día de la cumbre. Ese que pasará a la historia porque Biden se durmió.
La historia es tan surrealista que por no tener no ha tenido un acuerdo digno de tal nombre, no han asistido los dos principales culpables de que respiremos mierda, Rusia y China y que materias tan letales como el carbón no solo no se eliminen de los diccionarios de economía, sino que crecerá en su uso un 13% en esta década.
De hecho, según la mayoría de los analistas, el principal resultado del acuerdo de los casi 200 países involucrados en este teatrillo es el reconocimiento de que los países están fallando colectivamente en la lucha contra el cambio climático y que necesitan aumentar sus planes de recorte de emisiones de gases de efecto invernadero. ¿Y qué? Y nada, la cumbre, una vez más hace un llamamiento, una prédica en el desierto para que las naciones aumenten sus planes climáticos, y un ruego velado y no pronunciado a China para que deje de hacer el tonto y vaya un poco más allá de esa vaga promesa de que alcanzará su pico de emisión de dióxido de carbono (CO₂) antes de 2030. Como si eso fuera creíble. Como si eso fuera suficiente.
Ante la crisis energética mundial en esta salida económica abrupta d la pandemia, uno de los temas más sensibles es el uso del carbón, ante los problemas de precio y abastecimiento de gas y petróleo. Pero la COP no ha sido valiente, o los poderosos han sido pragmáticos, como lo queramos ver. Todo ha quedado en un ruego a los países para que reduzcan gradualmente el carbón y “las subvenciones ineficientes” a los combustibles fósiles. Eso sí, sin fijar plazo alguno y dejando abierta la puerta a que continúen las centrales de carbón con sistemas de captura y almacenaje de CO2 . Y es que, por si no lo sabes, muchos de los productos que contaminan (carbón, por ejemplo) están subvencionados por los mismos gobiernos que se sientan en la COP. A lo que hay que sumar los poderosos intereses económicos de países como Arabia Saudí, India, Sudáfrica, Nigeria y Venezuela, exportadores netos de combustibles fósiles.
Quizá el mensaje comience a desanimar a los grandes fondos inversores a mantener su apuesta por estas energías sobre las que se cierne la amenaza de que algún día no existirán (30 países y 6 compañías se han comprometido dejar de producir coches de combustión en 2035), pero solo es un quizá. De hecho, el vicepresidente de la Comisión Europea, Frans Timmermans, ha lamentado el cambio de última hora en la declaración, sustituyendo eliminar combustibles fósiles por reducir, como mal menor para conseguir el acuerdo global y ante el riesgo de que el final de esta cumbre se bloqueara sin remedio. Como si el problema fuera no llegar a un acuerdo, cuando el fondo de la cuestión es hacer algo, y ya.
Un tema nada baladí es la constatación de que los países más pobres nada pueden hacer contra el cambio climático, con sus tecnologías obsoletas, y sus carencias de recursos como estados. Solo la ayuda de los poderosos, los más contaminantes, podrán afrontar el cambio en sus ámbitos respectivos. En la COP26 los culpables de la situación que vivimos hoy, los países ricos se comprometen a duplicar los fondos que destinan a la adaptación energética y tecnológica en 2025, lo que supondría llegar a una cantidad cercana a los 40.000 millones de dólares (casi 35.000 millones de euros). Pero solo hay que echar un vistazo a la historia. ¿Cuánta de la ayuda internacional prometida a Afganistán, Irak o Somalia para su reconstrucción llegó a su destino? Seamos realistas, las grandes potencias nunca se niegan a ayudar, pero nunca lo hacen.
Es cierto que hay una buena intención incluida, no es solo dinero para una transición energética, sino dinero para un fondo de pérdidas y daños, esto es, ayuda internacional para los países con menos recursos que se vean golpeados por los fenómenos extremos vinculados a la crisis climática.
En conclusión, 140 países del mundo se han comprometido en que para mediados de este siglo alcanzarán las denominadas emisiones netas cero (solo podrán expulsar la misma cantidad de gases de efecto invernadero que puedan capturar con sumideros como, por ejemplo, los bosques). Esa es la teórica vía que se tienen que seguir para que se pueda cumplir el Acuerdo de París, que establece que el aumento de la temperatura global no debe superar los dos grados centígrados respecto a los niveles preindustriales y en la medida de lo posible, los 1,5. El calentamiento ya está en 1,1 grados, y los augurios más optimistas hablan de que el calentamiento se podría quedar en solo 1,8 grados.
Al final todo son acuerdos cortoplacistas (los famosos NDC) insuficientes ante la falta de un plan planetario, humano, a largo plazo que plantee una meta futura de cómo será la humanidad.
Detrás de toda esta cantidad de porcentajes, grados, siglas y requerimientos se esconde un pulso entre bloques. A un lado están los países considerados clásicamente desarrollados, como Estados Unidos y los de la Unión Europea. Ellos son los principales responsables históricos del calentamiento. Al otro, están naciones como China, India y Brasil, cuyas emisiones aumentan a gran velocidad a medida que crecen económicamente. Solo estas cinco economías acumulan en estos momentos cerca del 55% de las emisiones mundiales. China (27%) y Estados Unidos (11%) están a la cabeza.
Los NDC de Estados Unidos y de la UE en la actualidad plantean disminuciones de sus gases para esta década que se alinean con ese recorte del 45% en 2030 que es necesario para cumplir el objetivo del 1,5 grados del Acuerdo de París. Pero no ocurre así en los casos de India, Brasil y, sobre todo, China, que solo se ha comprometido hasta la fecha a alcanzar su pico de emisiones antes de 2030.
Y el acuerdo final conseguido en Glasgow, tal y como está redactado, no vincula legalmente a ningún país en concreto. Solo se pide que “revisen y refuercen los objetivos para 2030″ de sus NDC sin mencionar a ningún Estado.
Imagen La Nueva España