Llevamos ocho meses en los que nos ha cambiado la vida de manera radical. Nos enfrentamos a retos mayúsculos de manera constante y para la mayoría de ellos no estábamos preparados porque nunca nos habían enseñado como teníamos que superarlos.
Nos decían que saldríamos mejor tras la pandemia. Toda mentira, hemos salido igual o peor. Pero el mensaje no es nuevo. Durante la crisis 2008 nos repetían una y otra vez que saldríamos mejores, que saldríamos más fuertes y que todo cambiaría. Nos mintieron, todo siguió igual o incluso peor para la mayoría de los españoles.
Volviendo a la actualidad aún recuerdo a los ministros, especialmente los de Unidas Podemos, diciendo una y otra vez que debíamos cambiar el sistema productivo español. Que no podíamos depender del turismo, que era la hora de invertir en industria y sectores estratégicos. Todo palabrería. España continuará siendo por mucho tiempo el lugar de vacaciones de Europa. La mal llamada “Reconversión industrial” sirvió para eso. En toda España desaparecieron la mayoría de industrias o fueron reducidas a la mínima expresión, pero también se hizo perder “el tren” a la ganadería, debido entre otras cosas a las “cuotas de leche”.
Muchos cántabros aún recordarán que Cantabria era una comunidad industrial, especialmente en el arco de la Bahía y en el Corredor del Besaya. Ya no queda nada. Naves que se caen porque se encuentran en ruinas y empresas venidas a menos de los cuales muchas en unos años desaparecerán.
No obstante, espero que la crisis sanitaria y económica nos sirva para darnos cuenta de la importancia de la sanidad y la educación. Dos sectores claves, junto con la investigación, que nunca se deberían recortar. Esperemos que al menos todo esto sirva para sacar eso claro.
Pero en la educación no solo tenemos que revindicar una mayor inversión. La principal recomendación para el sector educativo tendría que ser tener un plan. Marcar una hoja de ruta para las próximas décadas de lo que tiene que ser el sistema educativo. Pero no puede ser impuesto, debe de ser de consenso. Cuando Ángel Gabilondo era ministro de Educación estuvimos muy cerca de conseguirlo. Todo estaba preparado y el día de la firma la avaricia de un PP, que veía la mayoría absoluta que iba a conseguir, hizo que ese plan no llegase.
Y aquí continuamos con un sistema educativo que va a la deriva, sin rumbo fijo, intentando capear el temporal y sobrevivir. Pero dejando por el camino a miles de estudiantes por el simple hecho de continuar con un sistema educativo que mantiene la filosofía de los 60 y 70 y por unas leyes que cambian antes de que los propios docentes las asimilen.
¿Qué tipo de educación queremos? Desde luego las clases magistrales y el memorizar la lección de carrerilla para “devolverlo” en un examen no. Tenemos que marcar una “hoja de ruta” en la que la educación se base en un aprendizaje basado en el trabajo colaborativo. Deben de ser los propios estudiantes los que saquen sus propias conclusiones y lleguen ellos mismos a entender el tema gracias a los trabajos realizados en grupo. Siendo tutorizados por el profesor, obviamente, pero siendo los estudiantes los que trabajen en la búsqueda de conclusiones e ideas y que intercambien información entre ellos. Son muchas las ventajas que tiene esta metodología según números expertos.
En los últimos meses políticos, docentes, familias y estudiantes tenían un gran quebradero de cabeza: ¿cómo serán las clases durante la pandemia? Obviamente había que adaptarse lo más rápido posible y de la mejor manera, porque pese al empeño y esfuerzo de los docentes durante el confinamiento había quedado claro que el sistema educativo continuaba anclado en el pasado. En las clases magistrales presenciales.
De la pandemia tendríamos que salir con muchas cosas claras. Posiblemente todo continúe igual o peor. Pero no debemos olvidar que hay que sentarse y trazar un plan de presente y futuro para la educación. Es la asignatura que suspendemos todos los cursos, y no parece que tengamos intención de recuperarla tras nuestra trigésima matriculación.
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