“Z” la movilización global

Nacieron entre finales de los años noventa y mediados de la década de 2010. Crecieron rodeados de pantallas, redes sociales, clases virtuales y una sensación constante de inestabilidad global. Se les conoce como Generación Z, aunque muchos prefieren llamarlos simplemente la generación que no puede darse el lujo de ignorar el estado del mundo. Son jóvenes que aprendieron a leer emociones a través de emojis, a construir comunidades más allá de fronteras y a cuestionarlo todo con una rapidez que desconcierta a quienes crecieron antes.

A diferencia de generaciones previas, la Z no recuerda un mundo sin internet; para ellos, la información no es un privilegio, sino un derecho. Esta hiperconexión ha moldeado su manera de entender la realidad: saben que mientras ellos desayunan, en otro país alguien protesta por los mismos motivos que les inquietan. Entienden que una marcha local puede convertirse en un movimiento global con un simple video viral. Esta capacidad de relacionarlo todo alimenta su impulso de movilizarse. Y así, poco a poco, una generación que muchos creían distraída se ha convertido en una de las más activas políticamente.

Pero ¿por qué se están manifestando en todo el mundo?

Primero, porque han heredado crisis solapadas: climática, económica, política, social y emocional. El cambio climático no es para ellos un concepto abstracto; es la imagen de un bosque incendiado que vieron con diez años, es el verano más caluroso de sus vidas, es la preocupación real de si podrán tener un futuro estable. De ahí que movimientos juveniles como Fridays for Future hayan surgido y crecido con tanta fuerza: la generación Z siente que el planeta no tiene tiempo para la paciencia política de sus mayores.

A esto se suma la inestabilidad económica. Muchos crecieron viendo a sus padres perder empleos durante la recesión global, y hoy, mientras intentan insertarse en el mercado laboral, se enfrentan a la precariedad, los salarios insuficientes y un costo de vida que sube más rápido que sus oportunidades. No es casualidad que protesten por vivienda, educación accesible o condiciones laborales dignas. Para ellos, la idea de “trabajar duro para salir adelante” no es una garantía, sino un mito que la realidad desmonta diariamente.

También están profundamente sensibilizados frente a las desigualdades sociales. Al crecer en internet, fueron testigos de injusticias que antes quedaban ocultas. Vieron transmisiones en vivo de discriminación racial, violencia policial, abusos de poder, conflictos armados y crisis humanitarias. Todo eso los empujó a un sentido de responsabilidad colectivo. Así surgieron manifestaciones masivas impulsadas por jóvenes, desde las marchas feministas hasta los movimientos antirracistas. La Z no entiende por qué debe aceptar lo que les parece moralmente inaceptable, y su respuesta natural es organizarse y tomar las calles.

La política tradicional tampoco les representa. Muchos sienten que los partidos hablan un idioma viejo, desconectado de sus urgencias. Por eso han aprendido a construir sus propios espacios de participación: plataformas digitales, colectivas, asambleas barriales, movimientos horizontales. Allí encuentran algo que anhelan profundamente: la posibilidad real de ser escuchados.

Otro factor clave es su identidad digital, que les permite coordinarse a velocidades insólitas. Si una convocatoria aparece en una historia de Instagram, en cuestión de horas puede convertirse en una protesta multitudinaria. Para analistas mayores, esto se ve como impulsividad; para ellos, es eficiencia. Internet les permitió crecer con una conciencia global, y ahora ese mismo recurso les sirve para accionar de manera colectiva.

Pero más allá de todas estas razones, existe un motor emocional que sostiene la movilización de la Generación Z: el sentido de urgencia. Sienten que los problemas no están “en camino”, sino ya encima. Y si el mundo se está incendiando —literal y simbólicamente— no piensan quedarse inmóviles. Por eso protestan, organizan peticiones, marchan, ocupan plazas y hacen ruido. Saben que sus voces, amplificadas por millones, pueden mover estructuras que parecían inamovibles.

La Generación Z no es perfecta, pero es valiente. Ha tomado las herramientas que tiene —su creatividad digital, su sensibilidad global y su imperiosa necesidad de futuro— y las ha convertido en acciones concretas. Son jóvenes que están aprendiendo a transformar su preocupación en movimiento, su indignación en propuestas y su frustración en cambio social. Quizá su mayor enseñanza es que, aun cuando la realidad parezca demasiado complicada, siempre existe la posibilidad de actuar.

En los últimos años, este grupo de jóvenes ha dejado de limitarse a quejarse en redes: ha empezado a salir a la calle para reclamar cambios reales. No es un movimiento aislado, sino una ola de movilización global con presencia en países tan variados como Nepal, Marruecos, Perú o Madagascar.

Nepal es uno de los ejemplos más destacados. En septiembre de 2025, los jóvenes de Katmandú y otras ciudades se volcaron a manifestarse tras la prohibición de varias redes sociales por parte del gobierno. Lo que empezó como una protesta digital por censura se transformó rápidamente en un levantamiento contra la corrupción, la desigualdad económica y la opacidad de las élites políticas. Según reportes, miles de jóvenes tomaron las calles, incendiaron edificios gubernamentales, y exigieron la caída de líderes que consideraban desconectados de la realidad de su generación.

En Marruecos, la tensión también estalló. El colectivo conocido como GenZ 212 (en referencia al código telefónico internacional +212) se organizó en redes sociales como Discord para denunciar la negligencia del Estado frente a servicios públicos clave: educación, sanidad, transporte. Los manifestantes criticaron que el gobierno invirtiera miles de millones en estadios para eventos internacionales (como los preparativos para el Mundial o la Copa de África), mientras las escuelas y hospitales se deterioraban. En Rabat, Agadir, Casablanca y otras ciudades, los jóvenes hicieron sentadas frente al Parlamento, corearon consignas como “queremos hospitales, no estadios” y realizaron acciones de desobediencia civil. La respuesta oficial ha sido dura: detenciones masivas y cargos graves.

También en Perú, la Generación Z ha protagonizado movilizaciones importantes. Jóvenes en Lima, especialmente, han protestado contra reformas al sistema de pensiones, pero también por la corrupción institucional y la precariedad social. En octubre de 2025, un grupo llamado Generation Z Collective desafió incluso un estado de emergencia, saliendo a marchar para pedir la dimisión del presidente interino y una renovación política real.

En Madagascar, otro escenario de protesta juvenil ha sido la red energética y del agua. Los jóvenes se quejaron de apagones prolongados y de falta de acceso a agua potable, convocando manifestaciones en Antananarivo y otras ciudades. Según informes, estas movilizaciones incluyeron barricadas, mítines organizados a través de mensajería digital y un rechazo frontal hacia un sistema que, a juicio de muchos, prioriza intereses privados por encima del bienestar de la población.

También se han sumado movilizaciones en Timor-Leste: estudiantes realizaron protestas entre el 15 y el 17 de septiembre de 2025 en Dili contra una propuesta del Parlamento para gastar millones en coches para parlamentarios. La protesta fue contundente, con manifestaciones, algunas tensas, y finalmente lograron que el proyecto de los coches quedara cancelado.

En todas estas movilizaciones, hay un patrón común: la coordinación digital. Los jóvenes usan plataformas como Discord, TikTok o Instagram para organizarse, compartir información y lanzar convocatorias. En muchos casos, no hay líderes visibles; las protestas surgen de manera descentralizada, con jóvenes que actúan como nodos en una red global.

Además, los símbolos empleados por la Generación Z tienen un carácter muy particular y conectado con su cultura: por ejemplo, en varias protestas se ha visto una bandera pirata inspirada en el manga “One Piece”, que representa la idea de rebelión, libertad y desafío al poder establecido.

En el ámbito climático, movimientos como Fridays for Future también muestran cómo la Generación Z ha convertido la protesta en una forma de vida: estudiantes de decenas de países —desde Europa hasta América y Oceanía— han dejado el aula los viernes para marchar por justicia climática, exigiendo a sus gobiernos actuar con urgencia frente al cambio climático.

Estas acciones no son solo simbólicas: exigen reformas concretas en educación, sanidad, participación política y políticas medioambientales. Y lo hacen con una mentalidad digital, internacional y crítica, porque saben que sus problemas no conocen fronteras.

Fuentes sugeridas

  • Twenge, Jean M. iGen: Why Today’s Super-Connected Kids Are Growing Up Less Rebellious, More Tolerant—and Completely Unprepared for Adulthood. Atria Books, 2017.
  • Pew Research Center. “On the Cusp of Adulthood and Facing an Uncertain Future: What We Know About Gen Z So Far.” 2020.
  • Naciones Unidas. Informes ambientales y sociales relacionados con juventud y cambio climático (ONU Juventud).
  • “The Global Youth Movements of the 21st Century.” The Guardian, análisis y reportajes varios.

Imagen Rtve.es

@noaruizjovenesz
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