En una tranquila mañana de otoño, en una pequeña localidad española, una mujer se despierta con el corazón encogido. No por miedo a su integridad física, sino por la angustia de no saber si su expareja cumplirá su amenaza: “Si no eres mía, te quitaré lo que más quieres”. Esa frase resuena cada vez más en los juzgados, en los medios y en la conciencia colectiva. Es el reflejo de una realidad estremecedora: la violencia vicaria, una forma cruel de violencia machista que utiliza a los hijos como instrumentos de venganza y control.
España ha avanzado notablemente en materia legislativa en la lucha contra la violencia de género. Desde la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género de 2004, el país se ha convertido en referente en Europa en términos de derechos y protección para las mujeres víctimas. Sin embargo, pese a los esfuerzos, las cifras siguen estremeciendo. Cada año, decenas de mujeres son asesinadas por sus parejas o exparejas, y lo más doloroso: también lo son sus hijos e hijas.
La violencia vicaria no es nueva, pero en los últimos años ha adquirido una visibilidad trágica. Este término, acuñado por la psicóloga clínica Sonia Vaccaro, define la violencia que se ejerce sobre los hijos con el objetivo de causar el máximo dolor posible a la madre. El agresor no ve a los menores como personas, sino como medios para perpetuar el daño. El caso de Olivia y Anna, las niñas asesinadas por su padre en Tenerife en 2021, conmocionó al país y dejó en evidencia la dimensión de esta forma de violencia. No fue un hecho aislado: desde 2013, más de 50 menores han sido asesinados por violencia machista en España.
Pero, ¿por qué no se puede frenar esta barbarie? La respuesta es compleja y multifactorial. En primer lugar, existe una falta de comprensión profunda del fenómeno por parte de algunas instituciones. A menudo, los juzgados de familia priorizan el “derecho del padre” a ver a sus hijos por encima del principio de protección al menor y de la evidencia del riesgo. Muchas mujeres denuncian haber sido obligadas a entregar a sus hijos a padres denunciados por maltrato, amparándose en una supuesta falta de pruebas o en la doctrina de la “alienación parental”, un concepto desmentido por organismos internacionales como la ONU y la OMS, pero que sigue siendo utilizado en procesos judiciales para desacreditar a las madres.
En segundo lugar, la cultura patriarcal sigue profundamente arraigada en ciertos sectores de la sociedad. Esta cultura perpetúa la idea de que el hombre tiene derecho a ejercer poder sobre la mujer, y cuando ese control se ve amenazado, la reacción puede ser letal. La violencia vicaria es la manifestación extrema de ese deseo de dominio: si no puede controlar a la mujer, busca destruirla emocionalmente atacando lo más valioso para ella.
También hay una dimensión política. En los últimos años, discursos negacionistas sobre la violencia de género han ganado espacio en algunos ámbitos, cuestionando la existencia de esta violencia estructural y tratando de equipararla a una supuesta “violencia intrafamiliar” sin perspectiva de género. Este discurso diluye el enfoque necesario para proteger a las víctimas y pone en riesgo los avances logrados.
Además, el sistema judicial aún carece de recursos suficientes. Faltan más juzgados especializados, más formación con enfoque de género para jueces, fiscales, policías y trabajadores sociales. Muchas mujeres siguen sin encontrar respuesta rápida ni eficaz cuando alertan del peligro que corren sus hijos, y en algunos casos, esas alertas acaban convertidas en tragedias.
La violencia vicaria y machista no se resolverá solo con leyes. Se necesita una transformación cultural profunda, una educación en igualdad desde la infancia, y un compromiso real y transversal de todas las instituciones. También es esencial que se escuche a las víctimas, que se confíe en sus testimonios, y que se actúe con celeridad y contundencia ante cualquier señal de alarma.
Mientras una sola madre tenga que despedirse de su hijo sin saber si lo volverá a ver con vida, mientras un solo niño sea asesinado por ser el hijo de una mujer que quiso liberarse, no podremos hablar de una sociedad justa. La violencia vicaria es el último eslabón de una cadena de violencia que comienza con el desprecio, el control, la humillación. Frenarla exige decisión política, valentía institucional y una ciudadanía que no mire hacia otro lado.
Fuentes:
- Ministerio de Igualdad de España: https://violenciagenero.igualdad.gob.es
- Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del CGPJ
- “Violencia vicaria: el daño extremo”, Sonia Vaccaro, 2012
- Informes del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos
- Save the Children España: “Infancia y violencia de género en España”, 2021