Era una mañana sofocante en Pearl Harbor, en el año 1942, cuando el comandante Joseph Rochefort, con su habitual bata de baño sobre el uniforme arrugado y una pipa colgando de los labios, se acercó a su escritorio en la estación de inteligencia de Hypo. El cuarto olía a café rancio y a horas sin dormir. Nadie en ese búnker subterráneo lucía como un oficial modelo, y Rochefort menos que nadie. Pero tras su apariencia excéntrica, se ocultaba una de las mentes más brillantes de la criptografía estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial.
A su lado, el teniente comandante Edwin T. Layton, más formal, más meticuloso, y profundamente comprometido con la causa, repasaba mensajes interceptados enviados por la flota japonesa. Ambos sabían que el próximo gran movimiento del enemigo estaba en marcha, pero aún no sabían dónde. Los mensajes cifrados del código JN-25, que los japoneses consideraban indescifrable, comenzaban a revelar patrones.
Desde hacía semanas, Rochefort y su equipo —un grupo de analistas, lingüistas y criptógrafos con aspecto más de universitarios que de militares— notaban menciones constantes a un objetivo denominado “AF”. Washington creía que podía tratarse de cualquier lugar del Pacífico. Pero Rochefort tenía una corazonada: AF era Midway.
Layton confiaba en él. Ambos compartían un historial de servicio en Japón antes de la guerra y conocían la cultura y las tácticas del enemigo. Sin embargo, necesitaban pruebas. Así fue como Rochefort ideó una trampa. Sugirió que los operadores en Midway enviaran un mensaje no cifrado diciendo que la isla tenía problemas con su sistema de destilación de agua potable. Poco después, los criptoanalistas interceptaron un mensaje japonés que decía que “AF tenía problemas de agua”. Era la confirmación que esperaban.
Con esa prueba, llevaron la información al almirante Chester Nimitz, comandante de la Flota del Pacífico. Nimitz, pese a la presión de Washington que seguía dudando de la interpretación de “AF”, confió en sus hombres. Gracias a la información de Rochefort y Layton, los portaaviones estadounidenses se colocaron en una posición ventajosa cerca de Midway.
El 4 de junio de 1942, la apuesta dio frutos. Aviones de reconocimiento confirmaron la presencia de la flota japonesa y, tras un enfrentamiento brutal, las fuerzas estadounidenses lograron hundir cuatro portaaviones enemigos. Fue un punto de inflexión en la guerra del Pacífico.
A pesar de su contribución crucial, Rochefort no fue inmediatamente reconocido. De hecho, sus métodos poco ortodoxos y su enfrentamiento con figuras de alto rango en Washington le costaron su puesto. Fue reasignado a trabajos administrativos, lejos del campo de batalla criptográfico. Layton, sin embargo, nunca dejó de reconocer su labor. Años después, se convirtió en uno de sus mayores defensores y ayudó a rehabilitar su imagen.
Hoy, la historia reconoce que sin la mente brillante —y excéntrica— de Rochefort, y la lealtad y agudeza de Layton, la Batalla de Midway podría haber tenido un desenlace muy diferente. Lo que ocurrió en esa sala oscura, llena de humo y papeles arrugados, salvó miles de vidas y cambió el rumbo de una guerra.
Fuentes:
- Prados, John. Combined Fleet Decoded: The Secret History of American Intelligence and the Japanese Navy in World War II. Random House, 1995.
- Layton, Edwin T., Roger Pineau, and John Costello. And I Was There: Pearl Harbor and Midway — Breaking the Secrets. William Morrow, 1985.
- Budiansky, Stephen. Battle of Wits: The Complete Story of Codebreaking in World War II. Free Press, 2000.
- National Security Agency (NSA) Declassified Reports on the Battle of Midway.
- U.S. Naval History and Heritage Command (www.history.navy.mil)