El 16 de marzo de 1968, el sol se alzaba sobre la aldea de My Lai, en la provincia de Quang Ngai, Vietnam del Sur. Era un día aparentemente común en medio de una guerra sangrienta y caótica. Para los aldeanos, la vida seguía entre arrozales, animales de granja y la esperanza de sobrevivir una jornada más. Pero esa mañana, la muerte llegó vestida de uniforme estadounidense.
La Compañía Charlie, del 1er Batallón, 20º Regimiento de Infantería, aterrizó en helicópteros con una misión clara: buscar y destruir al Viet Cong, que supuestamente operaba en esa zona. Sin embargo, no encontraron combatientes, ni armas, ni resistencia. Solo campesinos desarmados. Pero eso no impidió que la operación se convirtiera en una carnicería. Mujeres, niños, ancianos: más de 500 civiles fueron asesinados a sangre fría. Mujeres violadas, bebés ejecutados, casas incendiadas. Todo documentado por los propios soldados, cuyas fotografías y testimonios horripilaron al mundo años después.
Este episodio, conocido como la masacre de My Lai, no fue solo una tragedia humanitaria. Fue también un punto de quiebre en la percepción de la guerra de Vietnam, tanto para los estadounidenses como para el mundo entero. Hasta entonces, la narrativa oficial hablaba de progreso, de “pacificación”, de contención del comunismo. Pero My Lai reveló una verdad incómoda: que los valores que supuestamente defendía Estados Unidos estaban siendo traicionados por sus propios soldados.
La guerra de Vietnam había comenzado como un intento de frenar el avance comunista en el sudeste asiático, pero con el paso de los años se convirtió en una guerra de desgaste sin un frente claro, en una jungla enmarañada donde el enemigo se confundía con la población civil. Los soldados estadounidenses, muchos de ellos jóvenes sin experiencia, enviados a un país lejano por decisiones políticas incomprensibles, comenzaron a perder no solo el rumbo, sino también su humanidad.
La Compañía Charlie había sufrido bajas en semanas anteriores. Su comandante, el teniente William Calley, creía —o afirmaba creer— que el enemigo se ocultaba entre los campesinos. Bajo la presión de superiores, con el miedo latente y el odio acumulado, la línea entre el deber militar y el crimen de guerra se desdibujó por completo. Muchos soldados, como revelaron años después, actuaron casi en trance, impulsados por el estrés, la deshumanización del enemigo y una cadena de mando que no cuestionaba, sino que incitaba a “cumplir la misión”.
Pero lo más impactante fue la reacción oficial. Durante más de un año, el gobierno y el Ejército intentaron encubrir la masacre. Solo gracias al coraje de un joven soldado denunciante, Ron Ridenhour, y de un fotógrafo de guerra, Ronald Haeberle, las imágenes y testimonios salieron a la luz en 1969. La indignación fue inmediata: protestas en universidades, críticas en el Congreso, repudio internacional. La masacre de My Lai simbolizó, para muchos, que Estados Unidos ya no era el “libertador” sino el opresor.
En términos estratégicos, la guerra ya iba mal. La ofensiva del Tet en 1968 había demostrado que el Viet Cong no estaba ni cerca de ser derrotado. Pero My Lai fue el golpe moral definitivo. La confianza en el gobierno de Lyndon B. Johnson se desplomó. El movimiento contra la guerra se multiplicó. Los veteranos regresaban con traumas, remordimientos y rechazo social. Estados Unidos estaba ganando batallas, pero perdiendo la guerra donde más importaba: en los corazones y las mentes, tanto en Vietnam como en casa.
La justicia fue escasa. William Calley fue el único condenado, y solo cumplió tres años bajo arresto domiciliario. La mayoría de los responsables quedaron impunes, amparados por una estructura militar que prefería proteger su imagen antes que asumir responsabilidades.
La masacre de My Lai no solo mostró la brutalidad inherente a algunas guerras, sino también el costo psicológico de enviar jóvenes a luchar por causas difusas, mal explicadas y peor ejecutadas. Fue una herida profunda en la conciencia estadounidense, una que nunca terminó de cicatrizar.
En ese día aciago en My Lai, no solo murieron cientos de inocentes. También murió parte del alma de América, arrastrada por el fango de una guerra que nunca debió ser.
Fuentes:
- Hersh, Seymour M. My Lai 4: A Report on the Massacre and Its Aftermath. Random House, 1970.
- Bilton, Michael & Sim, Kevin. Four Hours in My Lai. Penguin Books, 1992.
- Turse, Nick. Kill Anything That Moves: The Real American War in Vietnam. Metropolitan Books, 2013.
- National Archives and Records Administration (NARA). Archivos del juicio de William Calley.
- BBC History, “My Lai Massacre: What Happened and Why It Matters.”