En la historia de la humanidad hay años que marcan un antes y un después, pero pocos han sido descritos por los cronistas con tanta oscuridad literal como el 536 d.C.. El historiador bizantino Procopio de Cesarea escribió que “el sol brillaba sin esplendor, como la luna, durante todo el año”. Lo que parecía una metáfora apocalíptica fue, en realidad, la descripción precisa de un fenómeno climático extremo que cambió el rumbo de civilizaciones enteras.
Hoy los científicos lo llaman la Pequeña Edad de Hielo de 536, un periodo de brusco enfriamiento global que se prolongó, con altibajos, hasta mediados del siglo VII. Lo ocurrido en ese año se considera por algunos climatólogos como “el peor momento para estar vivo en la historia de la humanidad”.
La causa inicial de este fenómeno se relaciona con erupciones volcánicas masivas. Investigaciones en Groenlandia y la Antártida han encontrado rastros de sulfatos en los hielos correspondientes a mediados del siglo VI, lo que confirma que al menos una gran erupción —probablemente en Islandia, aunque también se han propuesto volcanes en América Central o Indonesia— arrojó a la atmósfera cantidades colosales de ceniza y aerosoles sulfurosos.
Estos materiales formaron un velo en la estratósfera que bloqueó la luz solar y redujo las temperaturas globales de manera drástica. Estudios dendrocronológicos, basados en anillos de árboles, muestran un descenso abrupto en el crecimiento vegetal en el hemisferio norte entre 536 y 541 d.C., prueba directa de un enfriamiento severo.
Las consecuencias fueron catastróficas. Durante más de un año, los cielos permanecieron grises, las temperaturas descendieron entre 2 y 3 grados en promedio y las estaciones se alteraron. Las cosechas fracasaron de manera generalizada: se registran hambrunas en Irlanda, Escandinavia, China y el Imperio Bizantino.
En China, las crónicas hablan de “nieve en verano” y cosechas arruinadas; en Irlanda, los anales recogen una “falta de pan” que duró varios años. El Mediterráneo oriental, ya debilitado por guerras y tensiones internas, sufrió carestía de alimentos.
El hambre trajo consigo debilitamiento físico y social. Años después, hacia 541 d.C., apareció la Peste de Justiniano, considerada la primera pandemia de peste bubónica documentada. Muchos investigadores sugieren que la crisis climática y las hambrunas previas facilitaron la propagación de la enfermedad al debilitar poblaciones enteras y forzar migraciones.
La Pequeña Edad de Hielo del siglo VI no fue solo un fenómeno climático: contribuyó a transformar el mapa político y cultural de Eurasia.
- En Europa, el enfriamiento afectó la agricultura de subsistencia y aceleró el colapso de estructuras urbanas heredadas del Imperio Romano, ya en crisis tras su división y la presión de los pueblos germánicos.
- En Asia Central, el cambio climático pudo haber intensificado movimientos migratorios de pueblos nómadas, presionando las fronteras de China y el Imperio Persa.
- En China, las malas cosechas alimentaron revueltas internas y debilitaron dinastías.
- En América, aunque las fuentes son más escasas, estudios recientes señalan que algunas culturas mesoamericanas experimentaron crisis agrícolas que podrían vincularse a la alteración del clima global.
De esta forma, la crisis de 536 fue más que una anomalía climática: se convirtió en catalizador de cambios sociales, económicos y políticos en gran parte del mundo conocido.
La Pequeña Edad de Hielo de 536 d.C. es hoy un campo fascinante de estudio interdisciplinar. Paleoclimatología, arqueología e historia cruzan datos para reconstruir un episodio que recuerda la vulnerabilidad de las civilizaciones frente a fuerzas naturales incontrolables.
Las consecuencias no se limitaron a un año oscuro: el enfriamiento persistió, con nuevas erupciones volcánicas en 540 y 547 d.C., y marcó un siglo de inestabilidad. El mundo tardó generaciones en recuperarse.
Para la humanidad contemporánea, el recuerdo de aquel año sin sol funciona como advertencia. Si en el siglo VI una erupción volcánica pudo desestabilizar imperios enteros, hoy los desafíos del cambio climático inducido por la actividad humana plantean riesgos aún más profundos. La diferencia es que esta vez las causas no son naturales, sino producto de nuestras decisiones colectivas.
El 536 d.C. pasó a la historia como un año de tinieblas. Bajo un cielo opaco y temperaturas inusualmente frías, sociedades enteras se tambalearon y la historia cambió de rumbo. De aquellas penumbras surgieron hambrunas, epidemias y transformaciones políticas que redibujaron el mundo medieval.
Comprender aquel episodio no es solo un ejercicio de arqueología climática: es un recordatorio de que la estabilidad de nuestras civilizaciones siempre ha dependido de un delicado equilibrio con la naturaleza. Y cuando ese equilibrio se rompe, como ocurrió en 536, las consecuencias son universales.
Fuentes consultadas
- McCormick, M., et al. (2018). Climate Change during and after the Roman Empire: Reconstructing the Past from Scientific and Historical Evidence. Cambridge University Press.
- Stothers, R. (1984). Mystery Cloud of AD 536. Nature, 307.
- Büntgen, U. et al. (2016). Cooling and societal change in Late Antiquity. Nature Geoscience.
- Science Magazine, “Why 536 was the worst year to be alive” (2018).
- Procopio de Cesarea, Historia de las Guerras.