Hace una década, la imagen recorrió el mundo y sacudió conciencias. El cuerpo sin vida de Aylan Kurdi, un niño sirio de apenas dos años, apareció tendido en una playa de Bodrum, en Turquía, después de que la precaria embarcación en la que viajaba junto a su familia naufragara en el mar Egeo. La fotografía, tomada en septiembre de 2015, se convirtió en símbolo universal del drama migratorio y en un espejo incómodo para Europa.
Hasta aquel momento, la llamada crisis de los refugiados era un asunto de cifras, de estadísticas que hablaban de cientos de miles de personas huyendo de la guerra en Siria y otras zonas de conflicto. Pero la instantánea de Aylan lo transformó todo: puso rostro infantil al dolor, rompió la barrera de la indiferencia y colocó la tragedia en la portada de los principales diarios del mundo.
El impacto fue inmediato. En cuestión de días, la canciller alemana Angela Merkel anunció la apertura de fronteras a más de un millón de refugiados. Otros países europeos mostraron gestos de solidaridad, y la propia Unión Europea debatió y aprobó un sistema de cuotas obligatorias para el reparto de solicitantes de asilo. El discurso político se llenó de palabras como “acogida”, “responsabilidad” y “dignidad”.
Sin embargo, el impulso inicial pronto comenzó a diluirse. La ola de compasión chocó con la compleja realidad política europea. El miedo a la llegada masiva de migrantes alimentó a partidos populistas y euroescépticos. En apenas un año, países de Europa del Este cerraban sus fronteras, el discurso xenófobo ganaba espacio en parlamentos nacionales, y la solidaridad se transformaba en debate identitario.
El momento clave llegó en marzo de 2016, cuando la UE firmó un acuerdo con Turquía: Ankara se comprometía a frenar la salida de refugiados y readmitir a quienes llegaran irregularmente a Grecia, a cambio de miles de millones de euros en ayuda y concesiones diplomáticas. Ese pacto redujo de forma drástica las llegadas por la ruta del Egeo, pero fue denunciado por organizaciones humanitarias como una externalización vergonzosa de responsabilidades.
¿Qué queda hoy de aquella sacudida mundial? Según cifras de Amnistía Internacional y la Organización Internacional para las Migraciones, más de 30.000 personas han muerto o desaparecido en el Mediterráneo en los últimos diez años intentando llegar a Europa. Es decir, la foto de Aylan no detuvo la tragedia: simplemente la hizo visible por un instante.
La Unión Europea, tras años de debates, aprobó en 2024 un nuevo Pacto de Migración y Asilo. Este marco busca agilizar los procesos de solicitud, reforzar los controles fronterizos mediante tecnología biométrica y crear un mecanismo flexible de solidaridad entre Estados. Sin embargo, las críticas apuntan a que la prioridad sigue siendo el control y el retorno, más que la protección humanitaria.
“Se ha avanzado en coordinación, pero no en humanidad”, resume un informe de Amnistía. El refuerzo de Frontex, la agencia europea de fronteras, y la multiplicación de acuerdos con países terceros (Túnez, Libia, Marruecos) muestran una estrategia centrada en que la migración quede lejos del territorio europeo.
El nombre de Aylan Kurdi se mantiene como símbolo en marchas, exposiciones y reportajes. Su historia aparece en manuales escolares y su foto sigue siendo compartida cada vez que un nuevo naufragio golpea las costas del Mediterráneo. Sin embargo, la pregunta persiste: ¿sirvió de algo aquella sacudida emocional?
La respuesta es ambivalente. Sirvió para demostrar el poder de una imagen en el debate público global. Pero no consiguió transformar de manera estructural las políticas migratorias. El auge de la extrema derecha en varios países europeos ha reforzado la idea de que la migración es una amenaza más que una oportunidad. La retórica de “acoger” ha quedado arrinconada por la de “proteger fronteras”.
Diez años después, la escena se repite con dramática frecuencia. Cuerpos en playas de Grecia, Italia o España recuerdan que el Mediterráneo sigue siendo la frontera más mortífera del mundo. Y aunque la foto de Aylan abrió un espacio de reflexión, las soluciones siguen pendientes.
Europa ha optado por blindarse, incluso a costa de su propia narrativa de derechos humanos. Lo que queda del drama de Aylan es la constatación de que la empatía colectiva puede ser intensa, pero breve. Y que los muros políticos se levantan con más rapidez que los puentes de solidaridad.
Fuentes consultadas
- HuffPost: La foto que nada cambió: más de 30.000 muertes en el Mediterráneo diez años después del ahogamiento de Aylan Kurdi
- Wikipedia (es/en): Aylan Kurdi y Crisis migratoria en Europa 2015
- The Guardian, Time, Daily Sabah, The New Arab: cobertura del impacto político y social tras la muerte de Aylan
- Parlamento Europeo: Pacto Europeo de Migración y Asilo (2024)
- Amnistía Internacional: informes sobre muertes en el Mediterráneo y políticas migratorias de la UE
Imagen Reuters