Cuando Aya Nakamura llena estadios y lidera listas musicales en Francia y más allá, muchos celebran su éxito como símbolo de una Francia diversa, moderna y abierta. Pero cuando la misma artista es objeto de insultos racistas por parte de internautas y figuras públicas, el país muestra su rostro menos glorioso: el de una república que no ha terminado de hacer las paces con su propia diversidad.
El reciente proceso judicial en Francia, iniciado tras una avalancha de mensajes ofensivos contra Nakamura por su color de piel, su acento y su origen africano, no es un hecho aislado. Es, tristemente, parte de una larga cadena de agresiones que enfrentan las personas racializadas en el espacio público francés. Lo que hace este caso especialmente revelador es que los ataques no iban dirigidos a una figura anónima, sino a la artista francófona más escuchada del mundo. Ni su éxito, ni su talento, ni su fama sirvieron como escudo.
El juicio expone no solo a los agresores, sino también a las grietas del sistema. Aunque algunos fueron condenados, otros salieron impunes, y el debate público se polarizó: mientras unos defendían la “libertad de expresión”, otros —con razón— denunciaban la banalización del odio racial. El hecho de que muchos insultos fueran minimizados como bromas o provocaciones en redes sociales pone en evidencia una falta de comprensión profunda sobre el racismo estructural en Francia.
En un país donde el ideal republicano niega la existencia misma de las razas para preservar la igualdad, hablar de racismo parece casi una herejía. Pero esa ceguera voluntaria no hace más que perpetuar la discriminación. No reconocer las diferencias raciales no las borra, solo invisibiliza a quienes las viven. Y cuando una mujer negra como Aya Nakamura se atreve a ocupar espacios de poder cultural, se convierte en blanco de todo lo que la Francia blanca y conservadora teme y no comprende.
Aya no es solo una cantante de éxito; es una joven criada en los suburbios, de ascendencia maliense, que habla y canta como millones de franceses que no suelen verse representados. Su estilo, su jerga, su estética… todo en ella incomoda a quienes añoran una Francia homogénea que nunca existió. Por eso, su caso no trata solo de justicia legal, sino de justicia simbólica.
¿Hasta cuándo seguirán las mujeres negras en Francia siendo objeto de burla, violencia o desprecio cada vez que se hacen visibles? ¿Qué más tiene que demostrar una artista como Aya Nakamura para ser respetada en su propio país?
Francia necesita mirarse en el espejo roto que deja este caso. No para reafirmar su ceguera, sino para empezar a ver —de verdad— a todos sus hijos e hijas. Sin excepción.
Fuentes:
- Le Monde, “Procès pour injures racistes visant Aya Nakamura”, 2024
- France 24, “Aya Nakamura, star planétaire et cible de propos racistes”
- Libération, “La justice face aux insultes racistes : l’affaire Aya Nakamura”
- Human Rights Watch, “Racism and Discrimination in France”
- Entrevistas con Aya Nakamura en Konbini y France Inter