El amanecer del 7 de octubre de 2023 cambió para siempre el pulso del Medio Oriente. A las 6:30 de la mañana, el grupo islamista Hamas lanzó un ataque sorpresa contra Israel desde la Franja de Gaza. Miles de cohetes fueron disparados sobre poblaciones israelíes mientras centenares de milicianos cruzaban la frontera por tierra, mar y aire. El resultado fue devastador: más de 1.200 muertos, la mayoría civiles, y unos 250 rehenes llevados a Gaza. Fue el atentado más sangriento en la historia de Israel.
El ataque, denominado por Hamas como la “Operación Diluvio de Al-Aqsa”, fue presentado como una respuesta al bloqueo impuesto sobre Gaza desde 2007, a la expansión de los asentamientos israelíes en Cisjordania y a las restricciones en el acceso a lugares sagrados musulmanes en Jerusalén.
Pero el trasfondo fue también político: Hamas buscaba recuperar legitimidad interna ante el desgaste de su gobierno en Gaza, saboteando los acercamientos diplomáticos entre Israel y Arabia Saudita que amenazaban con marginar la causa palestina. Era un golpe militar, simbólico y estratégico.
Sin embargo, el cálculo se tornó en tragedia. El ataque despertó una respuesta israelí de dimensiones históricas, que alteró el mapa político y humanitario de toda la región.
Israel reaccionó con fuerza. El primer ministro Benjamín Netanyahu declaró la guerra con el objetivo explícito de “eliminar a Hamas”. La ofensiva incluyó bombardeos masivos, asedios, cortes de suministros y, finalmente, una incursión terrestre.
Nadie discute que Israel tiene derecho a defenderse ante una agresión de esa magnitud. Proteger a su población es un principio básico de cualquier Estado soberano. Pero la escala de la respuesta —apoyada por Estados Unidos y rechazada por gran parte de la comunidad internacional— planteó preguntas incómodas sobre los límites de la legítima defensa.
En pocos meses, los bombardeos redujeron Gaza a ruinas: más de 35.000 palestinos murieron, en su mayoría civiles; hospitales y escuelas fueron destruidos; el sistema sanitario colapsó y más de dos millones de personas quedaron desplazadas. Lo que comenzó como una operación militar se transformó en una catástrofe humanitaria que hoy amenaza con extenderse más allá de las fronteras de Gaza.
Las represalias israelíes no se quedaron confinadas al enclave gazatí. La guerra desató un efecto dominó en toda la región, involucrando a actores alineados o financiados por Irán.
En el Líbano, el grupo chií Hezbolá abrió un frente paralelo en la frontera norte de Israel. Desde octubre de 2023, se han registrado miles de intercambios de fuego entre ambas partes, provocando el desplazamiento de más de 100.000 civiles libaneses y la evacuación de comunidades israelíes enteras. Israel ha respondido con ataques selectivos en el sur del Líbano, pero los analistas advierten que el riesgo de una guerra abierta crece cada semana.
En Yemen, los rebeldes hutíes, aliados de Irán y autoproclamados defensores de Gaza, comenzaron a atacar barcos comerciales en el mar Rojo, declarando objetivo a cualquier embarcación vinculada con Israel o sus aliados. Estos ataques han obligado a desviar rutas marítimas estratégicas y han elevado los costos del comercio global, afectando incluso a Europa y Asia. En respuesta, Israel, Estados Unidos y Reino Unido han realizado operaciones conjuntas para neutralizar bases hutíes, ampliando el radio del conflicto.
En Irán, el episodio ha reforzado el papel del país como eje de resistencia regional. Teherán ha negado una implicación directa en los ataques del 7 de octubre, pero su apoyo financiero y militar a Hamas, Hezbolá y los hutíes es conocido. Israel, por su parte, ha intensificado operaciones encubiertas contra objetivos iraníes en Siria e incluso en territorio iraní, aumentando la tensión y el riesgo de una confrontación directa entre ambos Estados.
La guerra ha erosionado los avances diplomáticos que se habían logrado en años recientes. Los procesos de normalización entre Israel y el mundo árabe se han congelado, las economías vecinas sienten el impacto del conflicto y las calles del mundo musulmán se han llenado de manifestaciones de indignación.
Mientras tanto, dentro de Israel, la tragedia del 7 de octubre ha dejado profundas divisiones políticas y un sentimiento de inseguridad nacional difícil de revertir.
Israel defiende su derecho a garantizar su seguridad; los palestinos reclaman su derecho a vivir con dignidad. Entre ambos extremos, Gaza se ha convertido en el símbolo de una guerra sin vencedores.
El 7 de octubre no solo fue un ataque terrorista: fue el inicio de una espiral que hoy abarca desde el Líbano hasta Yemen, y que amenaza con arrastrar a toda la región a un conflicto prolongado.
El desafío, un año después, sigue siendo el mismo: defenderse sin destruir, resistir sin aniquilar, y encontrar una salida política antes de que Oriente Medio se hunda definitivamente en su propio abismo.
Fuentes consultadas
- Euronews (2024): “How Hamas’ attack on Israel sparked events that could overwhelm the Middle East”.
- Council on Foreign Relations (CFR) (2024): “One Year After the October 7 Attacks: Impact on Four Fronts”.
- United States Institute of Peace (USIP) (2024): “A Year After October 7: Middle East Crisis Has No End in Sight”.
- Center for Strategic and International Studies (CSIS) (2024): “Why Hamas Attacked When It Did”.
- Foreign Policy (2025): “How the Gaza War Sank the Palestinian Cause”.
- BBC News (2024): Cobertura especial del conflicto Israel–Hamas.
- Al Jazeera y The Guardian (2024–2025): Informes sobre impacto regional y humanitario.
- Reuters (2024): “Iran, Hezbollah, and the Expanding Shadow of the Gaza War”.
Imagen El País